La llegada del verano y, sobre todo, de las vacaciones nos permite pasar más tiempo en la calle disfrutando de la ciudad y reflexionar sobre el espacio público con el que nos encontramos.
Especialmente en las ciudades, es llamativa la superficie de espacio exterior que las personas no pueden utilizar. Además del espacio construido ocupado por los edificios, es sustancial también el espacio exterior que vemos pero que no podemos disfrutar libremente porque ha sido ocupado por usos públicos o privados.
Tanto el utilizado como aparcamiento de vehículos, por mobiliario urbano o por las terrazas de bares, cafeterías y restaurantes con un mobiliario cada vez más invasivo: a las sillas y mesas se añaden jardineras, mamparas, toldos, tarimas para nivelar la pendiente de la calle y carteles publicitarios anunciando el menú del día…
Todos estos elementos invaden el espacio público obligando a las personas a caminar en fila, sorteando obstáculos, sin poder pararse con los conocidos con los que se cruzan por la calle al no haber espacio para ello. ¡Hola! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal va todo? Mmmm A ver si nos vemos… Sí, adiós…
El espacio público como lugar de encuentro cada vez es menor; y conste que me encanta ver gente en las terrazas disfrutando al aire libre del ambiente de la calle, pero cuando las condiciones del espacio sean propicias para ello.
La ocupación del espacio público no es un derecho de los establecimientos, es una concesión de los ciudadanos pero para que se produzca deben darse las circunstancias adecuadas y la premisa fundamental es que no se puede penalizar la movilidad de las personas.
Parece que ahora está de moda hablar de movilidad, pero es que es necesario reflexionar en voz alta sobre ello y exigir que el espacio público sea accesible para todos.
Algunas ordenanzas urbanísticas indican el ancho mínimo de paso que debe dejarse libre para poder colocar mobiliario en el exterior de un establecimiento, se limitan los materiales a utilizar y los elementos a instalar, pero debemos ir más allá… Debemos plantearnos qué espacio público queremos y diseñarlo: analizar los usos; circulaciones; orientación de calles y plazas; fortalezas y debilidades para potenciar unas y resolver las otras.
Dotemos a las calles de mobiliario público adecuado que permita el descanso y fomente la relación y de una vegetación que modere el clima, minimice el impacto acústico del tráfico, que haga de éste un espacio amable para el peatón y se convierta en un lugar de encuentro para los ciudadanos.
En momentos como éste en los que el crecimiento de las ciudades y el urbanismo de nueva planta han dejado paso a la renovación de la ciudad existente, debemos invertir en mejorar la calidad del espacio urbano heredado.
Durante años se ha trabajado en los cascos históricos de las ciudades adaptándolos y consiguiendo, en la mayoría de los casos, que revivan como lugares de esparcimiento y de dinamización social.
Pero aún hay mucho trabajo por hacer. Mejorando la calidad del espacio público en el resto de la ciudad se mejorará la calidad de vida de los ciudadanos y se potenciarán otros lugares de encuentro y esparcimiento evitando la concentración y la sobrecarga en las zonas históricas.
Es importante pensar, diseñar y crear nuevos espacios de relación que generen un circuito urbano de estancias exteriores entre las que discurra la vida de ciudadanos de toda edad y condición. Pero, ¿dónde encontramos el espacio necesario para ello?
Como prolongación de las ciudades, a partir del siglo XIX se crearon nuevas zonas urbanas conocidas como “ensanches” con objeto de alojar a la creciente población y descongestionar la ciudad existente. Aunque los principios urbanísticos que seguían mejoraban sustancialmente las condiciones de viviendas y calles antiguas, las exigencias de habitabilidad y accesibilidad actuales superan ampliamente las prestaciones que ofrecen estas zonas de las ciudades.
Los ensanches suelen estar formados por edificaciones altas de manzana cerrada. En la mayoría de las ciudades en estas zonas el espacio público escasea, las calles son estrechas y sólo puntualmente aparecen pequeñas plazas y recovecos.
En muchas de ellas se han tomado medidas como las de reducir el espacio utilizado para el tráfico rodado habilitando calles de una única dirección o eliminando plazas de aparcamiento en los laterales con lo que se han podido ampliar las aceras peatonales que, a su vez, han sido ocupadas por terrazas y mobiliario urbano.
En estas condiciones parece complicado poder mejorar el espacio público; la ampliación de estos espacios de circulación longitudinales no es suficiente. Sin embargo, existen espacios libres, huecos ocultos entre las edificaciones, que podrían habilitarse como espacios públicos de calidad: los patios de manzana.
El interior de las manzanas (o cuadras en algunos países), inicialmente estaba concebido para dotar de las condiciones de iluminación y ventilación necesarias a las estancias que, por la profundidad de las edificaciones, no podían dar a fachada.
En el Ensanche de Barcelona proyectado por Ildefonso Cerdá a mediados del siglo XIX, el interior de las manzanas estaba considerado, además, como un espacio público/privado al que los habitantes de las viviendas podían acceder, disfrutando así de un espacio exterior controlado, domesticado y accesible, desarrollando así esa parte tan importante de la vida que consiste en el contacto con la naturaleza y la relación social.
Actualmente, la mayoría de estos patios se han privatizado, pero aún es posible acceder a muchos de ellos desde el interior de los edificios y disfrutar de su encanto. Otros se están recuperando para su uso público a través de un ambicioso plan urbanístico.
En el ensanche muchas de las viviendas de los edificios tienen vistas únicamente a este tipo de espacio exterior, el interior de una manzana. Esto no debería ser un inconveniente ya que en muchos casos la amplitud de este espacio supera con creces el ancho de las calles adyacentes con lo que la calidad de iluminación y ventilación es mayor en estas viviendas. También la calidad acústica es superior al ser un espacio de uso controlado, sin tráfico rodado.
En la mayoría de los casos el suelo de los patios de manzana ha sido ocupado por los locales de planta baja de forma que este espacio exterior se convierte en interior y ni siquiera pueden acceder a su cubierta los residentes de los edificios cuyas viviendas tienen vistas sobre él. Al no ser accesible, el mantenimiento y la limpieza de esta superficie se dificulta ofreciendo una visión degradada y desagradable desde las viviendas.
Las cualidades antes mencionadas se devalúan y, a pesar de la calidad del aire, lumínica y acústica que ofrecen, no alcanza a poder ser considerado como “espacio exterior de calidad”, exigencia establecida en las actuales normas de habitabilidad de viviendas.
Todas las viviendas deben cumplir las condiciones necesarias para ser consideradas exteriores; es decir, además de las condiciones de iluminación y ventilación natural necesarias, deben tener relación visual con un espacio exterior. Esta relación puede ser a través de: calles, plazas y espacios libres públicos pero también a través de patios de manzana: espacios libres públicos o privados con la suficiente calidad.
Así pues, tomando como uno de los motivos la adaptación de las viviendas existentes en estos edificios a las actuales condiciones mínimas de habitabilidad, debería abordarse también la transformación de los patios de manzana existentes en los ensanches de nuestras ciudades.
Retomando el punto de vista urbano, la ciudad ganaría mucho con la utilización de los patios de manzana como espacios públicos; no como espacios estáticos a los que entrar y salir sino como espacios que se puedan recorrer de forma dinámica.
Siguiendo lo planteado en intervenciones similares, el esquema de desarrollo del proceso podría consistir en estas fases:
- Inicialmente se realizaría la apertura de pasos al interior de los patios de manzana desde las calles exteriores en todos los frentes de fachada.
- Se plantearía un sistema de circulación peatonal en el interior del patio que comunicara entre sí las diferentes entradas y el espacio central.
- A continuación se comenzaría a desocupar el interior de los patios de manzana, creando nuevos puntos de encuentro sobre los que desarrollar la actividad urbana. Algunos de los establecimientos existentes perderían superficie de almacenamiento pero incrementarían notablemente su calidad con fachadas al interior de la nueva plaza peatonal.
- El diseño y ajardinamiento del interior de estas plazas deberá complementarse con el acondicionamiento de las fachadas de los edificios para que las vistas laterales desde el interior de la plaza sean de la calidad que se busca.
Ocupando los patios se incrementaría notablemente no sólo tamaño del espacio público en estas zonas congestionadas de la ciudad sino que también la actividad comercial de la zona al aumentar el flujo circulatorio de personas favoreciendo la actividad urbana en la calle.
De forma similar a los patios encadenados del barrio judío de Berlín, este nuevo concepto de espacio público / privado puede revitalizar cualquier barrio de ensanche con edificaciones de esta tipología, combinando el exterior e interior de las manzanas, ampliando el espacio público disponible para pasear, estar y relacionarse.
La iniciativa ya se está poniendo en marcha en muchas ciudades y los resultados se pueden comprobar y experimentar en vivo y en directo. ¿A qué esperamos? ¡Ocupemos los patios interiores para recuperar el espacio exterior perdido!
Susana Rodríguez Carballido | Arquitecta | @susanAsesorArq