Durante la primera fase de la pandemia del Covid-19 se evidenciaron conflictos y desarticulaciones en diversos ámbitos y en distintas escalas. Cierto es que no estábamos preparados para una pandemia, pero los problemas preexistentes se agudizan y se manifiestan problemáticas invisibilizadas. La infancia ha sido una de las grandes olvidadas en esta circunstancia, desde el punto de vista de organización y respaldo para los cuidados y la enseñanza. Pero al mismo tiempo se ha abierto la posibilidad de experimentar la formación fuera de las aulas, teniendo como soporte la vivienda y valiéndose de la tecnología. Ha sido todo un desafío para madres y padres organizar una contingencia de aula en el espacio de la vivienda y compaginar con sus propios horarios laborales la gestión y el desarrollo del año escolar de sus hijos en casa.
La pandemia, vista como elemento potenciador de problemáticas anteriores, plantea el reto de integrar soluciones para redefinir los espacios destinados a la enseñanza. Esta visión puede desarrollar alternativas de mejora desde el análisis del sistema educativo en contraposición a nuevos modelos de enseñanza a distancia y adaptados a las nuevas tecnologías; o desde el análisis de los espacios físicos destinados a la enseñanza, que deriva en la necesidad de replantear la configuración de los espacios físicos adaptados a una particular contingencia. Sin embargo, este último discurso no es nuevo y de esta rama surgen iniciativas conocidas, como los huertos escolares, las aulas interactivas o los patios multifuncionales, modelos que se han integrado físicamente en estructuras educativas y también dentro del programas de formación extracurricular.
Volviendo a la emergencia del Covid-19 y con la gestión especial que la situación requiere, la nueva normalidad (quizá temporánea) obliga a que se implementen dispositivos de seguridad individual para frenar la curva de contagios en las escuelas. Por otro lado, la circunstancia actual ha remarcado aspectos a revisar o actualizar que se venían señalando y discutiendo antes de la pandemia. Algunos temas recurrentes como la organización y disposición rígida del espacio físico del aula, el elevado numero de alumnos en relación a la capacidad del espacio y de la disponibilidad de enseñantes, y la escasa o inexistente relación de los espacios interiores con exteriores, son algunos problemas que suponen una acción perentoria de redefinición de los lugares destinados a la enseñanza, pero también de empezar a ver la escuela fuera del aula. Sobre este particular escribí en el artículo «El patio escolar, espacio de aprendizaje» la visión de la escuela al abierto, aquella que concibe e integra una relación flexible entre el programa y el espacio físico construido.
Uno de los argumentos base dentro de la reorganización deriva en el diseño del aula como un lugar flexible, capaz de favorecer las actividades relacionadas con la enseñanza y el desarrollo motriz e intelectual. Para esto es necesario un soporte espacial que se traduce en metros y en un programa que contemple actividades fuera del aula o dentro de espacios acondicionados para ofrecer una diversidad de actividades más allá de la clásica disposición de los bancos en fila. Además, las actividades de formación al abierto adaptadas a espacios exteriores con el soporte del patio escolar podría jugar un papel importante en vista a adaptar nuevas actividades al abierto en el programa formativo.
Sabemos que el entorno ejerce influencia en el comportamiento de las personas y para aprender hacen falta estímulos. Sin embargo, las aulas no siempre son aquellos espacios estimulantes que podríamos imaginar para los párvulos, de hecho, en nuestra experiencia de infancia pocos habrán tenido la ventaja de estudiar en un aula distinta a la clásica estructura. Con el tiempo, se ha producido un acercamiento entre distintas disciplinas que ha favorecido una pedagogía del espacio aplicada al lugar del aula. Se trata de una visión integral que entiende la enseñanza como un complejo de interacciones entre el ambiente, las relaciones interpersonales y las propias relaciones con el ambiente. Este concepto surge a principios del siglo XX con las propuestas de María Montessori, quien planteaba la importancia de integrar en el proceso de aprendizaje la relación con el entorno, la naturaleza, los materiales, los colores, el espacio, lo que a su vez interviene en las propias relaciones con dichos elementos. Sin embargo, en muchas escuelas no se han integrado estos elementos pese a que es cada vez más evidente la necesidad de redefinir aulas y en consecuencia programas.
La creencia en que las situaciones límite producen cambios se desvanece con la realidad de un sistema incapaz de responder a la velocidad de la emergencia y acorde a las necesidades. Quizá sea ingenuo pensar que el impacto del Covid-19 en tantos aspectos de lo cotidiano pueda incentivar un cambio copernicano en varios ámbitos, como hemos visto que ha sucedido en la escala de lo urbano en algunas ciudades, pero sería una oportunidad aprovechar el desafío que imponen los dispositivos de seguridad individual en espacios cerrados para cambiar el modo de ver la enseñanza dentro de parámetros caducos. Los espacios de la enseñanza son diversos, pueden ser exteriores como parques, bosques o plazas, pueden ser itinerantes, pero deberían ser sobre todo innovadores y estimulantes.
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta |@gaudi_no