Isabel Coixet acaba de estrenar Nieva en Benidorm, una película que, como pocas, es un homenaje a la arquitectura. Lo digo así un poco en general, puesto que luego, y siendo algo suspicaces, hay una serie de codificación en el trabajo de las imágenes de la película que nos pueden llevar a otras conclusiones, que pueden alejarnos del hecho de “homenaje”.
En toda la serie de entrevistas y promociones del estreno de la película, no he escuchado a la directora catalana hacer tampoco demasiado énfasis en ello, pero sí en dos elementos que creo que dentro de la percepción de la arquitectura, son indispensables para poder determinar muchas cualidades y que la película, especialmente, las trabaja muy bien.
Se suele hablar de la luz, como el elemento perceptivo por antonomasia para la arquitectura, yo discrepo de ello, puesto que la luz es solo percibible con uno de nuestros sentidos: la vista. Y considero que el acierto completo y total de una gran arquitectura compromete más sentidos, el oído y el olfato, por ejemplo.
No obstante, creo indispensable matizar la característica de exclusividad de la Luz mediterránea, con lo cual un proyecto bien logrado de arquitectura se vea altamente potenciado con este recurso, o mejor aún, si el proyecto en sí mismo puede desarrollarse en un juego de complicidad de dicho recurso. Siempre que he tenido que expresar mi criterio frente a lo que significa la luz en el Mediterráneo he recurrido a Sorolla. Basta ver la completa tonalidad de sus obras para comprender la importancia de la luz mediterránea en la comprensión visual de todos sus paisajes.
Siempre que hablamos del tiempo, nos topamos con dos escenarios recurrentes. El reloj, que nos advierte de la lucidez de la consciencia, pudiendo saber que nada es estático y que todo transcurre en una cuarta dimensión y que, a la vez, es la imagen de los grilletes que nos autoimponemos para una esclavitud o que nos liberamos para tener en nuestras manos el total disfrute de lo único que es nuestro en realidad. El tiempo.
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.”
Julio Cortázar
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj, de Historias de cronopios y de famas
Pero el tiempo, se entiende también como lo referente a la meteorología, que nos ciñe a esa reflexión que tiene que ver con el cielo y, por tanto, con algo que, de alguna manera, se escapa de lo humano a lo terrenal y, más bien, se conecta con lo celestial. Pero que, por otro lado, no dejamos de sentir, saber y, casi a conciencia, permitir que nos condicione la totalidad de nuestros actos.
Con la arquitectura no sucede menos, el cielo y las condiciones climáticas son un escenario y entorno que la matiza, califica y ambienta. Si miramos de una forma edilicia, cosificando el objeto arquitectónico, podemos hablar de unas características que la propia climatología del sitio y el entorno condicionan, lo que de alguna manera conecta con una de las más sencillas acepciones de la arquitectura, nuestro escudo, esa infraestructura que nos pone a salvo de las inclemencias, justamente, de ese tiempo.
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Inicios de la arquitectura de benidorm
Llegados a este punto y puestos en Benidorm, frente a semejante particularidad de infraestructura, podemos remontarnos a sus inicios con el ánimo de entender un poco, lógicas que a lo mejor merece la pena comprenderlas a fin de evitarlas.
Inconmensurablemente, la playa es una referente que en todas las épocas y bajo cualquier connotación cultural ha sido dignas de un reconocimiento particular en la relación de las personas con el entorno. Sin embargo, en el Benidorm que nos atañe podemos comenzar con un primer momento en que es un pequeño poblado que marca la división de una gran bahía, pequeño pueblo de pescadores dedicados a la almadraba del atún y sardina.
De esta manera, lo describiría Cristian Fisher, probablemente uno de los precursores de las crónicas de viaje, quien en “cuadro de Valencia” de finales de 1700, reconoce como un sitio idóneo para perfeccionar el arte de la almadraba, sin dejar de lado que la expectativa fundamental del “viaje” de Fisher era una recuperación de la salud, lo que acerca a un entorno de relax y recuperación. Por esa época, no existía la especificidad tan marcada y clara de los ámbitos de ocio y relax tanto como los de salud de una fuente científica o empírica como los tenemos hoy.
Determinadas disciplinas se mezclaban en una amalgama de adjetivos bastante genéricos. Este era el caso de los baños de aguas minerales que sobre todo estaban muy sugeridos para combatir la tuberculosis y que, además, venían de una fuerte tradición vernácula. Para el efecto y su buen desempeño se elaboraban vademécum y guías de balnearios, unos tratados a mitad de camino entre la receta médica y el manual turístico.
Es así justamente que en la Nueva guía del bañista en España de 1852, aparece Benidorm como uno de los importantes frentes costeros y volverá ser reconocido cuando se cite por su cercanía con los entonces afamados baños de Busot.
Terminando ya el mismo siglo, Benidorm entra en otra etapa por dos eventos que cambiarán notablemente su destino productivo, el primero será el establecimiento del “Tren Botijo”, forma coloquial de reconocer el tren Madrid-Alicante, primera línea qué, inaugurada en 1858 por Isabel II, permitirá que empresarios como Ramiro Maestre Ramírez (poeta y escritor), como decía, a finales de siglo, organice viajes ya concebidos como de ocio para clases populares, lo que pondrá en auge el segundo tema que mencionaba que es el apogeo del Balneario de la Virgen del Sufragio.
Entrado el siglo XX, el primer estímulo será la inauguración del ferrocarril de vía estrecha conocido como el Trenet de la marina, que unirá Alicante con Altea y llegará pronto hasta Dénia, pasando obviamente por Benidorm y permitiendo que los noveles viajeros del Tren Botijo de Madrid, se puedan conectar con una vía pronta y ágil, con lo que se consolidará un itinerario de verano que si bien se abre campo en la post guerra, no será hasta 1952 que con la cerrada definitiva de la Almadraba del Raco de l’Oix, dada la escasez de atún, los benidormenses se plantean una nueva etapa enfrentada de manera clara y contundente hacia el turismo.
Configuración de la infraestructura urbana de Benidorm, mitad del siglo XX
Hacia la segunda mitad del siglo XX, se conjuntan varios aspectos importantes que serán determinantes en la conformación de la infraestructura urbana con la que cuenta Benidorm en la actualidad.
Por un lado, encontramos a una tendencia del ejercicio arquitectónico con un propósito de puesta en valor importante. Arquitectos jóvenes de las de Madrid y Barcelona arrancan en una producción edilicia que tiene mucho que ver con un fervor de dejar de lado el clasicismo y permitir que un “estilo internacional”, nacido a principios de siglo, homologue la buena arquitectura, como lo contamos con algo más de detalle en otra publicación.
De manera local, nos encontramos con una España que, de alguna manera, industrializa ciertos ámbitos. Nos llega la ‘revolución del 600’ como vehículo que permitirá la conexión motorizada nacional y que, de manera general, nazca un auge de una burguesía que se empieza a permitir planes de ocio que fomentarán el turismo y terminarán permitiendo que surja el concepto de la segunda residencia. Ya lo contaba de mejor manera sobre dicha consolidación en otra zona mediterránea el compañero Antonio R. Montesinos en esta misma publicación.
Y, finalmente, y poniendo en suelo de lo que venimos tratando, un alcalde que más que tener la visión de un Benidorm como capital turística tiene el acierto y la frontalidad de ir sorteando las necesidades objetivas urbanas de una ciudad que ve incontenible el crecimiento industrial turístico y, no contento con esto, lo hace un contingente magistral de anécdotas que no tienen otra consecuencia que un marketing desmesurado, como bien lo cuenta el documental “El Hombre que embotelló el sol”.
El modelo de expansión de Benidorm
Por otro lado, las ciudades también van construyendo un discurso. Reflexiones como “El espacio habitable” de Juan Gómez, G. de la Buelga, el mismo las de Orio Bohigas, van definiendo hipótesis aplicables a modelos de expansión de las ciudades, en este caso, del arco mediterráneo que entran en una gran inversión turística, pero será concretamente Zaragoza, el alcalde de Benidorm, quien encargue un plan general que redactarán Francisco Muñoz LLorens y Luis Rodríguez Hernández quienes, entre 1951 y 1956, dan una serie de parámetros que marcarán urbanísticamente lo que hoy es Benidorm.
Esta propuesta consistirá en dos visiones de la ciudad, una primera para la playa de levante y otra algo posterior para la playa de poniente, y que tendrá que ver, fundamentalmente, en un orden urbanístico que liberará la altura de edificación.
Parcelas rectangulares con la longitud mayor perpendicular a la playa, generalmente con viales delante y detrás, las disposiciones de los bloques orientados sobre su lado menor y un mecanismo de consumo de edificabilidad en el frente del edificio, liberando la limitación de altura. Una receta práctica que, acompañada de una proporcionalidad de los anchos de los viales, provoca una práctica invitación de la ciudad a hacer vida de verano.
El resto de la historia de la ciudad se enmarca en las buenas estrategias de turismo, una objetividad por los servicios excéntricos de ocupación de su inmensa capacidad de hospedaje, operaciones de eventos internacionales y mucha leyenda que ha convertido a Benidorm en una leyenda dentro de toda Europa. Todo esto, una vez llegada la pandemia, hemos aprendido que, probablemente, ciudad como tal es muy poco, a lo mejor más bien un gran centro temático que aparenta ser ciudad con una multiplicidad de elementos que valdría a estas alturas mejor no imitar.