Ser profesor de arquitectura en la universidad: un equilibrio sobre tres patas

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En el mundillo de los blogs de arquitectura hemos dedicado ríos de tinta digital a hablar de la docencia y la investigación. A veces el debate es de gran escala porque nos interesa discutir cómo estudiamos arquitectura en España y compararlo con otros contextos. En otras ocasiones contamos nuestras experiencias docentes particulares, ya sea enfrentando los retos habituales o presentando pequeños experimentos innovadores. En mi caso particular, a menudo siento la necesidad de desenmarañar ese mundo de la investigación en el que ando cada vez más metido y que no siempre es tan abierto como nos gustaría. 

En todas estas conversaciones está implícita la figura de los profesores y profesoras, esas personas dedicadas a la carrera académica a quienes atribuimos la responsabilidad de dar respuesta a nuestras críticas sobre el sistema.

Precisamente hace unos meses charlaba con Uxua Domblás y surgió el comentario sobre qué hacen exactamente los profesores además de investigar o dar clase.

¿Qué es ser profesor o profesora en la universidad? ¿Qué se espera de ellos? Vamos aquí con algunas pistas al respecto para entender un sistema que no tiene nada de sencillo.

Dos tipos de profesores: professors y lecturers

El primer factor a tener en cuenta es que existen diferentes categorías de profesores. Podemos identificar al menos dos grandes grupos: las personas que sólo dictan clase y las que dedican el 100% de su tiempo a la academia, incluyendo otras responsabilidades aparte de la enseñanza. En inglés la distinción es muy clara: los primeros son lecturers, personas que llegan a la facultad, “leen” su lección y se van. Sus contratos suelen ser a corto/medio plazo y se renuevan cada poco tiempo, ampliando o reduciendo su dedicación dependiendo de las necesidades, es decir, funcionan casi como proveedores autónomos de un servicio. Los segundos son professors, personas que han conseguido una plaza propia, normalmente por concurso. Sus contratos son mucho más estables pero deben superar evaluaciones periódicas para progresar en la escala académica y mejorar sus condiciones laborales/salariales. 

La división parece muy sencilla sobre el papel, pero lo cierto es que estos grupos se solapan a menudo. Es común encontrar lecturers que tienen al mismo tiempo otros contratos puntuales para investigación o asesoría académica, mientras que también existen professors que participan de actividades paralelas en otras universidades, instituciones públicas o iniciativas privadas. Esto es especialmente común en el mundo de la arquitectura donde los arquitectos habilitados no queremos dejar escapar la oportunidad de participar de algún pequeño proyecto o concurso, o incluso de tener nuestra propia oficina. Este anhelo se convierte en un requisito casi indispensable en áreas de conocimiento como construcción, restauración o proyectos arquitectónicos donde la experiencia práctica es crucial.

Para añadir más confusión al tema, en el mundo hispanoparlante se suele utilizar el término profesor para ambas categorías. Una plaza de lecturer puede ofertarse bajo el título de profesor asociado, profesor de cátedra, o profesor colaborador, entre otros muchos términos. En España por ejemplo una de las categorías menores de professor sería la de profesor ayudante doctor y la más alta la de catedrático. En otros lugares se conoce como profesor de carrera, profesor de tiempo completo o profesor de planta. También se suele utilizar el término tenured que hace referencia al tenured track, el sistema de avance en el escalafón académico más común en el contexto internacional. Otro aspecto confuso es que a menudo hay arquitectos/as que llegan al mundo académico a través de figuras tipo lecturer y, desde ahí, se van especializando hasta alcanzar el grado equivalente a professor, pasando en el proceso por toda una serie de posiciones intermedias: predoctorales, postdoctorales, fellows o becarios de todo tipo, profesores visitantes, profesores invitados, honorarios, etc. 

En resumen: un galimatías. El punto es que no todos los docentes están sometidos al mismo nivel de exigencia y en arquitectura la separación entre unos y otros es especialmente difusa. Por eso – entre otras razones – es tan complicado establecer reglas comunes a sus prácticas pedagógicas.

El segundo aspecto complejo está en que la enseñanza es tan solo una de las tres grandes ramas de la labor académica. En su jornada semanal, los profesores con dedicación plena realizan también actividades muy diversas en investigación y desarrollo institucional. Así, la labor académica puede pensarse como un banco con tres patas más o menos definidas. 


manuel saga

Nuestros buenos profesores nos enseñaron a ser buenos profesores también a nosotros.

— Manuel Saga, Investigador pre-doctoral

La docencia

La docencia es la rama de la labor académica más visible de todas. Acceder a ella requiere de una preparación intensa, entrevistas y exámenes de diversos tipos. Una vez se es responsable de un curso, es necesario diseñar sus contenidos, su bibliografía, sus actividades prácticas y los criterios para evaluarlas (rúbrica), entre otros aspectos. 

Los programas de asignaturas deben cumplir toda una serie de normas y reglamentos además del propio plan de estudios del grado al que pertenecen, por lo que crearlos de cero y modificarlos constituye una tarea compleja. Por eso es común que sean relativamente estáticos en el tiempo. Cada curso forma parte de un ecosistema complejo y sensible a los cambios drásticos, especialmente cuando se realizan desde un punto específico del sistema sin tener en cuenta al resto. 

Otro factor en contra de la flexibilidad es que, aparte de premios y reconocimientos puntuales, la experiencia docente suele evaluarse por cantidad de horas lectivas de cara a concursos profesorales. Cantidad vs. calidad. Para incentivar la mejora existen convocatorias para proyectos de innovación docente y programas similares, pero suelen ser más pequeñas y con menos recursos que los proyectos de investigación de máximo impacto. La realidad es que resulta muy goloso invertir millones en un acelerador de partículas, pero bastante menos gastar algunos miles de euros en renovar el programa de un curso en historia de la arquitectura. 

Luego está, por supuesto, el acto mismo de dictar clase. Toda una aventura con muy pocas reglas escritas. En este frente es donde brilla el interés de los profesores, su capacidad de comunicación y, al mismo tiempo, sus tablas a la hora de tratar los temas con rigor y mantener el control tanto del discurso como de la clase misma. En mi opinión, la base indispensable es el respeto, la empatía y la calma, además del estudio constante de las materias que se imparten. El resto se aprende con la experiencia y, sobre todo, de los mentores. 

Quisiera creer que nuestros buenos profesores nos enseñan a ser buenos profesores también a nosotros. Por eso toca tenerlos presentes, acercarnos para disfrutar de su buen hacer aunque nos sepamos las clases de memoria y recordarlos cuando ya no están.

La investigación

Ahora bien, la investigación es la que realmente marca la diferencia en el nivel académico según el modelo universitario actual. No hablamos aquí de las tareas intelectuales que acompañan muchas de las labores de los arquitectos, sino de investigación formal, reglada y evaluada acorde a baremos reconocidos. 

Por ejemplo, para llegar al grado de professor el primer requisito indispensable es estar en posesión el título de doctor. En profesiones como la nuestra, tan relacionadas con el mundo profesional y con tan poca tradición en investigación formal, es común que existan profesores muy prestigiosos que nunca realizaron su doctorado. Que esto no nos lleve a engaño: hoy en día es indispensable ser doctor para acceder a cualquier posición académica relevante. Esto es algo particularmente difícil de digerir en el mundo hispano-parlante donde los arquitectos aún se doctoran tarde y, en ocasiones, sin una integración real en el mundo académico. 

Lo habitual en el contexto internacional es que si alguien está interesado/a en especializarse en investigación y docencia universitaria comience su doctorado inmediatamente después de terminar el máster, se dedique a ello por completo y defienda su tesis entre 3 y 5 años más tarde. El mundo busca doctores jóvenes.

Por otro lado, todo proyecto de investigación serio tiene un coste económico: gastos de materiales, equipos, viajes, manutención, trabajos de campo y de archivo, ayudantes predoctorales, revisores de estilo, gastos de traducción, de publicación en acceso abierto, financiación de exposiciones, comunicación en medios tradicionales y digitales, y un larguísimo etc. 

Aunque la dedicación de los profesores a la investigación esté cubierta por su salario base, lo normal es que la plaza no venga con un presupuesto propio para cubrir los gastos de dicha investigación. De un buen investigador se espera que sea capaz de encontrar y captar esos recursos a través de convocatorias nacionales o internacionales, públicas o privadas. En el fondo estas competiciones no son muy diferentes a los concursos de arquitectura a los que estamos tan habituados. La diferencia es que no premian al ganador con un beneficio económico directo sino con el privilegio de llevar a cabo su idea original en las mejores condiciones posibles (dependiendo del nivel de la convocatoria), permitiéndole además formar su propio equipo de trabajo y recibir el reconocimiento de su comunidad. 

Todos en la academia sabemos que detrás de los grandes éxitos de nuestros compañeros existe un mar de convocatorias rechazadas y baches en el camino, con la consiguiente carga emocional. Conviene cuidarse y apoyarse unos a otros.

Esta habilidad es clave para todo investigador y por eso se incentiva desde etapas formativas tempranas. Concursar por una beca de doctorado o para la financiación de una estancia académica corta es, en el fondo, una versión light de las grandes convocatorias europeas e internacionales. Por eso es importante identificarlas pronto, estudiar sus condiciones, presentarse a ellas, perder muchas y ganar algunas. Crear hábito. Desde fuera quizás no sea evidente, pero todos en la academia sabemos que detrás de los grandes éxitos de nuestros compañeros existe un mar de convocatorias rechazadas y baches en el camino, con la consiguiente carga emocional. Conviene cuidarse y apoyarse entre unos y otros. 

En mi opinión, los arquitectos contamos además con un músculo bastante entrenado en este sentido a través de una formación que, si bien debería ser más sensible e inteligente desde un punto de vista emocional, al mismo tiempo nos hace buenos corredores de fondo.

El desarrollo institucional

Por último tenemos el a menudo olvidado, pero siempre imprescindible, desarrollo institucional. Como su nombre indica, incluye todas aquellas actividades que hacen que las universidades, los institutos de investigación y otras entidades académicas prosperen como centros de conocimiento. 

Algunas de estas actividades son cercanas a las labores de docencia como, por ejemplo, el diseño de nuevos planes de estudios y programas de asignaturas, la coordinación de estos mismos programas una vez comienzan a funcionar, la gestión de la planta física de un centro o la coordinación de planes formativos para profesores. 

Otras tareas están en cambio más relacionadas con la investigación: la coordinación de oficinas de proyectos internacionales, la gestión de proyectos editoriales y libros colectivos, la edición de revistas especializadas, la evaluación de propuestas para su financiación, o la gestión de canales de comunicación y divulgación digital. Las universidades funcionan en red a nivel internacional, por lo que a menudo el servicio en una asociación académica o una institución específica acaba teniendo efectos beneficiosos sobre otros muchos centros.

Estas tareas forman parte de la labor académica al mismo nivel que las dos anteriores. Puede que no sean tan seductoras como tener a un grupo de estudiantes atentos a tu clase ni tan emocionantes como realizar un hallazgo de gran impacto, pero sin el desarrollo institucional la universidad no existe. Suele ocurrir que en las convocatorias se valoran como parte de los méritos docentes o científicos, pero en la práctica requieren de un set de habilidades diferentes y sobre todo de una capacidad para coordinar y colaborar con equipos bastante distinta. Por otro lado, hay a quien no le acaba de encajar que, una vez alcanzada la tan ansiada plaza de profesor, le toque dedicar tiempo extra a gestionar procesos universitarios en lugar de estar más horas con sus estudiantes o escribiendo artículos para revistas prestigiosas. En mi opinión, ese tipo de pareceres pecan de individualistas y carecen de perspectiva. Si no cuidamos y hacemos crecer nuestra propia institución, nuestro hogar, nuestro templo; otros lo harán por nosotros. ¿Qué mayor responsabilidad que la de crear las mimbres para que colegas docentes desarrollen sus ideas y las transmitan a sus estudiantes? ¿Qué mayor placer que el de asistir a la graduación de un arquitecto formado a través de una estructura en cuyo diseño participaste años atrás? 

Manuel Saga impartiendo clase en la universidad.
Manuel Saga impartiendo clase en la universidad.

Conclusión: equilibrio

En conclusión, la tarea de arquitectos y arquitectas en la academia es compleja y muy diversa. Su variedad permite que cada profesor se concentre más en un frente o en otro dependiendo de sus intereses y de la etapa de su carrera en la que se encuentra. Por ejemplo, ciertos periodos en la formación están más dirigidos a la investigación mientras que en otros el desarrollo institucional adquiere un peso mayor. 

Lo que sí es imprescindible para un profesor, en mi opinión, es que las tres patas estén siempre presentes y equilibradas en lo posible. Un profesor universitario que apenas enseña estará desconectado de la realidad de sus estudiantes y probablemente haría un mejor servicio en un instituto de investigación. Un académico que no investiga ni publica, ni compite por fondos, quedará desactualizado, acabará siendo irrelevante en el estado del arte y perderá la capacidad de mentorizar y posicionar adecuadamente a sus estudiantes de posgrado. Por último, un académico que no apoya el desarrollo de su institución quedará aislado de una comunidad en la que las relaciones lo son todo. 

Por mucho que nos esforcemos, una propuesta de investigación o un currículum son documentos fríos. No se nos conoce ni se nos valora sólo por ellos sino por nuestras acciones, por cómo apoyamos y contribuimos a nuestra comunidad académica. Por cómo cuidamos nuestra casa.

La virtud está, como siempre, en el equilibrio.

Manuel Saga

Turín, Octubre 2021