Richard Rogers, el Barón Rogers, murió el pasado mes de diciembre a los 88 años. Un italiano inglés con una trayectoria envidiable dentro del oficio de la arquitectura y con una evolución muy particular en la que destaca la formación en la Architectural Association School of Architecture en Londres para luego vincularse a la escuela de Yale en los Estados Unidos.
Durante los sesenta y en asociación con Susane Brumwell, Wendy Cheesman y Norman Foster forman Team 4: un despacho que se caracteriza por unas pocas obras, de las que, como emblemas, se puede citar la casa Creek Veam (residencia de los padres de Brumwell) y Skybreak House (dónde se rodaría el brutal fragmento de la violación de La Naranja Mecánica) entre otras.
En la fábrica de Reliance Controls (1966) se ve ya un afán muy industrial y una investigación con los elementos constructivos como piezas de escultura que van más allá de ser ornamentales y permiten mezclar tanto la técnica como la estética. Estos elementos pasarían a ser casi una obsesión sobre todo en Rogers, pero también en Foster.
Al dejar Team 4 y fundar su propio estudio se asocia con Renzo Piano, con quien llevará a cabo su proyecto más emblemático: el Centro Georges Pompidou, icono de una arquitectura que puso de manifiesto la belleza de lo técnico y planteó a la disciplina entera un “por qué no mostrar lo que se oculta”, una pregunta que aún seguimos respondiendo con distintas alternativas que han enriquecido muchos discursos arquitectónicos.
Rogers ha sido un arquitecto reconocido por una alta sensibilidad por lo social, militante del partido Laborista británico, premiado y condecorado con todo lo que un profesional de la rama puede aspirar.
Además, ha destacado un período de desarrollo muy particular pasando del final de la Guerra Fría al siglo XXI y su apoteosis por la alta tecnología, que ha permitido concebir una arquitectura distinta, probablemente una arquitectura que más allá del privilegio de pocos profesionales, difícilmente volverá a ser oportunidad del oficio en adelante.
Ricardo Bofill murió el 14 de enero de 2022. En muchos de los medios se han podido leer alusiones a que España pierde a su arquitecto postmodernista más internacional.
Terminó su formación como arquitecto en Suiza, tras ser expulsado de la Universidad de Barcelona por sus posiciones antifranquistas. Esto lo situaría precozmente en una posición, en principio, rebelde y poco complaciente con las esferas del poder, aunque siempre fuese una posición menos complicada de llevar desde la burguesía, a la que nunca dejaría de pertenecer.
Se rodeó pronto de criterios multiprofesionales que estarían enriquecidos desde las ramas artísticas y sociales. Su equipo fundacional estuvo formado por sociólogos, músicos, fotógrafos, que le aportarían una visión y una posición algo más sensible.
Una vez consolidado su Taller de Arquitectura, RBTA, la época en la que le tocó asumir encargos estaba justamente marcada por un repensar de la arquitectura que condujo a una revisión de los principios del movimiento moderno y de la arquitectura internacional.
Esto casó muy bien con las inquietudes de un Bofill que, más allá de su calidad profesional, tenía extraordinarias coyunturas personales, en esferas de poder que le posibilitaron el acceso a proyectos emblemáticos.
Sus dotes intelectuales reflexivas y casi subversivas daban pie a generar propuestas que fácilmente se enmarcaron en el contexto de una nueva vertiente que pretendía cuestionar el régimen establecido. Si en su etapa universitaria fue contra la dictadura franquista, posteriormente iría contra lo formalmente establecido para su momento y pronto se posicionaría en los postulados postmodernistas.
El Postmodernismo como movimiento artístico intelectual y cultural y, sobre todo, desde lo arquitectónico, cuestionaba la formalidad y limpieza propias del movimiento moderno: su rigidez, la carencia de ornamento, la linealidad de las formas.
Para ello recurriría a todo un repertorio variopinto de estrategias, siendo una de las mejor posicionadas el acudir a elementos de la arquitectura clásica: columnas, grandes arcos, fachadas ornamentadas, juegos de metal y cristal, y espacios públicos a manera de plazas, que centran los puntos de contemplación de la propia arquitectura. Estos elementos serán entre otros con los que explora en su arquitectura hasta decantarse por una búsqueda algo más pura de volúmenes regulares y el color, lo que le convierte, probablemente, en un arquitecto con una de las obras más instagrameables de la Península.
Este aspecto, evidentemente, tiene que ver con su alta presencia en medios, aunque esto no sea precisamente mérito suyo, sino más bien de su primogénito y sus escándalos de farándula.
Desde hace algún tiempo en este medio, venimos tratando y alentando muchos de los cambios que ha dado la profesión y las nuevas alternativas que los recientes profesionales tienen, pero creo que es importante que no dejemos de pensar que esta puerta que vemos y queremos abrir implica otra que se cierra y que a lo mejor nos compromete a entenderla previamente.
Bofill y Rogers son dos grandes arquitectos que se han ido, y su partida nos puede llevar a la reflexión de una etapa, más que de un siglo de arquitectura (el XX), una manera de ejercerla bajo unas coyunturas que, al parecer, están caducando.
Los grandes proyectos de encargo, los concursos internacionales, las modas y tendencias cada vez tienen menos relevancia y si aparecen nuevas, cambian en menos de lo que tardamos en entenderlas.
Las carreras de arquitectura se entienden más como una tipología de formación antes que como un oficio; los grandes personajes están caducando; la arquitectura burguesa de nobles y barones cada vez escasea más; y se sobreponen otras formas de ejercicios más amplios, más plurales, más democráticos y más diversos.
Estas nuevas formas de arquitectura hablan de un ejercicio más generoso. No es el que estaba regulado, para el que había aranceles y buenas prácticas y eso nos conlleva a comprometernos en unas circunstancias en las que la liquidez de un ejercicio profesional tradicional se ha sometido a un proceso de innovación que, como todo lo nuevo, tendrá que tener partes que fracasen y partes que se consoliden.
Nosotros no solo estaremos para verlo, sino para ser parte comprometida de esa transformación.
Mario Hidrobo
Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital