7 minutos de lectura.
“Stavrogin: <<En el apocalipsis, el ángel anuncia que ya no existirá el tiempo.>>
Kirilov: <<Lo sé. Eso está dicho expresamente, de forma clara, inequívoca. Cuando todos los hombres sean felices, ya no existirá el tiempo, porque ya no hará falta. Una idea muy cierta.>>
Stavrogin: << ¿Y dónde lo meterán?>>
Kirilov:<<En ninguna parte. El tiempo, al fin y al cabo, no es una cosa, sino una idea. Desaparecerá en el entendimiento>>.”
Los endemoniados. Dostoievski.1871
Andábamos, anduvimos y llegamos lejos, pero nos equivocamos…ahora debemos volver a empezar.
La bicicleta permite encontrar muchas oportunidades donde hallar metáforas, y una muy concreto es la vida misma.
Cuando tienes un suelo muy regular y cuidado, con una bicicleta de carretera, con buen pavimento y pocas curvas, la posibilidad de aumentar la velocidad es mucha., A su vez, esto implica que debes fijar la mirada a un par de decenas de metros, evidentemente porque la posibilidad de lo inesperado, de la sorpresa es escasa. Un paseo urbano o cross country, conlleva que la velocidad no sea excesiva, o bien para admirar elementos del paisaje o para sortear sorpresas del camino. Poca gente ha sido afortunada con la oportunidad de experimentar el descenso extremo en bicicleta, una mezcla de adrenalina, junto con el riesgo extremo y la emoción de sentir el viento en el rostro, a veces los jadeos y tu propia respiración haciendo eco dentro de la estrechez del casco.
Todo esto de manera conjunta, me parece que son instancias de la emergencia, palabra que por sus propias acepciones representa por un lado “lo que emerge” y por otro la premura con que ese evento o hecho, llega. Así, a lo que me refiero es a nuestra capacidad de reacción en el tiempo y en el espacio en función de los recursos. Como dice la sabiduría popular: “hacemos lo que podemos, con lo que tenemos”, y si bien esto evidencia un contingente disponible para hacer frente a “lo que emerge”, no determina una calidad del resultado, todo lo contrario, es una aventura absoluta y puede salir bien, o puede ser una catástrofe. Probablemente, frente a esto, en su otro extremo está la planificación, es decir, hacer frente a necesidades determinadas con los recursos adecuados para llegar a resultados esperados.
Esa relación sincrónica que se consigue al enfrentar esas situaciones, es algo más de que un espacio recorrido en un tiempo determinado, como decía, existe una sincronía, no solamente en la acción-reacción sino incluso en una determinada velocidad de pensamiento mediante la que adaptamos lo uno a lo otro. Quiero decir que, a mayores demandas de respuesta pronta y ágil, nuestra mente requiere de unas condiciones de velocidad de pensamiento que la habilitan a ello, dentro de una escala que va desde un extremo en la respuesta instintiva, casi visceral y en el otro el ocio y el disfrute. Es que, probablemente, la concentración es la capacidad de procesar esa velocidad.
La distancia de la mirada, decía en el ejemplo de la bicicleta, es un tema de zoom. Abrimos y cerramos, en función de factores como la velocidad, el pavimento, en definitiva, la seguridad. Una gran metáfora, nos protegemos de la inseguridad que nos da la velocidad que llevamos. Pero es también un tema de sensibilidad y de percepción, particularmente desde que hemos domesticado los conceptos y la trascendencia de la teoría de la relatividad, nos hemos permitido creer en una auto interpretación tanto del tiempo como del espacio y es entonces, solamente entonces, cuando podemos centrar el propósito de todo esto.
El confinamiento nos ha obligado a mermar de manera significativa nuestras dotes de desplazamiento de toda índole. Exactamente de eso se trataba, de no desplazarnos. Pero la acción misma de estar quietos nos ha generado varias consecuencias. El tiempo, por ejemplo, parecía transcurrir más lento, y es porque justamente esa sincronía de tiempo espacio en una escala “diaria” se nos rompió y por otro lado, nuestro escenario “observado” en calidad de paisaje cotidiano, mermó también a unas condiciones mínimas, en una escala “cueva” difícilmente menor.
Si bien es cierto que nuestros sentidos no se afinan—uno no puede oler más, o ver menos—si es cierto que la práctica de nuestras percepciones, nos permite mentalmente ser más fino en nuestra interpretación, en nuestro entender, que finalmente es resultado de la práctica.
¿Alguna vez has visto pájaros con un ornitólogo?, donde tú ves árboles y una masa indescifrable verde, ellos con una puntería de francotirador estiran el dedo como si señalasen un punto claramente notorio en la masa verde, para seguidamente recitarte una suerte de nombres en griego o latín con los que reconoce la especie y el tipo, mientras el resto de los comunes vemos simplemente “pájaros”. Ese efecto de agudeza de sus sentidos, en este caso de la visual, se da claramente con la práctica. Una práctica que no es otra cosa que el tiempo gastado prolongadamente en una actividad.
¿Cuánto es prolongadamente?
Pues comúnmente se dice que, pasada las 10.000 horas de ejercicio en algo, te conviertes en un experto. Pero a su vez, toda experticia tiene costos, aun cuando el precio sea simplemente el gasto en tiempo.
Olafur Eliasson en “leer es devenir, es respirar” explica que el compromiso produce consecuencias, él prefiere llamar YES (Your engagement Secuense) a la capacidad de perseverancia en el tiempo sobre una actividad y llega más allá, puesto que afirma que YES, es justamente una de las razones que permite que la relatividad y la percepción del tiempo nos merezca más o menos la pena. Pero más allá de afirmar el valor y provecho del confinamiento y de las actividades que pudimos haber desarrollado en aquellos 100.000 minutos encerrados, podemos también sopesar todo el costo que puede haber tenido, lo que en ese tiempo hemos dejado de hacer, lo que en ese tiempo podemos haber olvidado y ahora tenemos la oportunidad de reaprender.
“La vida es pasar de un espacio a otro, haciendo lo posible para no golpearse”.
Especie de espacios. George Perec.
El confinamiento se va acabando, abrimos la puerta con ansiedad, con la trascendencia de cruzar un umbral, un zaguán, un pasaje cómo los de Walter Benjamín. Será la arcada mágica que nos permite cambiar de dimensión y nos encontramos fuera, donde la incertidumbre de lo impredecible de la ciudad, nos permite volver a encontrarnos con la mejor metáfora de la vida. El conflicto infinito en el que deberemos volver a mediar para sobrevivir y para eso tendremos que aprender a caminar, de nuevo.
Bajo del umbral que nos separa de la arcada, con un pie arriba del escalón, que nos separa del infinito. Lo dudaremos, vacilaremos una y otra vez, muchas veces. Con una gran bocanada de aire, nos dejaremos caer a la calle desde ese escalón, el de la puerta que nos separa de la seguridad de la cueva. A un paso y nos habremos inundado por dentro, del aire de ciudad. Uno a uno reaprenderemos los pasos, hacia la incertidumbre. Con nuestra herramienta fundamental de andar. No en vano el mismo Walter Benjamin opinaba que la atención es la oración natural del alma y que sobre la base de esa oración, vamos caminando la ciudad, vamos encontrando metonimias vitales.
Mario Hidrobo