Prohibiendo con objetos: intervenciones urbanas desde una perspectiva materialista

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En algunos artículos anteriores –como La ciudad como un gran ensamblaje o Una ciudad híbrida– abordé de forma superficial algunos temas y referentes que considero imprescindibles para pensar nuestros contextos urbanos actuales. Hoy me gustaría retomar alguno de estos temas para examinarlos con mayor profundidad y analizar problemáticas actuales vinculadas con la frágil relación de nuestros cuerpos con los elementos de ordenación urbana y los materiales que lo componen: la pintura, el hormigón y el acero.

Pensar la ciudad después de Kant

El punto en común de algunos de los pensadores mencionados en los artículos enlazados en la introducción es sin duda el desacuerdo con el paradigma kantiano, que establece que la única forma de conocer la realidad es en base al pensamiento humano. Este paradigma ha influenciado en toda la filosofía occidental moderna y postmoderna, privilegiando la consciencia humana por encima de la realidad

Frente a esta tesis se han alzado pensadores como Bruno Latour, Timothy Morton, Graham Harman o Quentin Meillessoux, cuyo pensamiento se fundamenta en entender que la realidad material es independiente al pensamiento humano y que los diferentes elementos que la componen se afectan mutuamente, configurando un sistema descentralizado y emergente. Ambas posturas nos alejan, como humanos, de la posición preponderante en la que nos hemos situado desde la ilustración, ayudándonos a su vez a entendernos a nosotros mismos como una materialidad más, que afecta y a la vez se ve afectada por el resto de materialidades que componen lo real. 

Si aplicamos esta perspectiva a la ciudad nos encontraremos ante un nuevo paisaje urbano, uno donde lo arquitectónico no contiene meramente lo social, sino que forma parte de las diferentes interdependencias que conforman lo que llamamos sociedad, modificando nuestros cuerpos, nuestros trayectos e incluso nuestras ideologías.

El apagón

Podemos nombrar algunos autores que han pensado la ciudad desde esta perspectiva. Uno de ellos sería Jane Bennett, que en Vibrant Matter, a political ecology of things (2010) nos invita a desafiar la definición tradicional de la materia como algo inerte

Basándose en los “cuerpos afectivos” de Spinoza y en los “ensamblajes” de Deleuze y Guattari, Bennett reivindica lo que ella denomina thing-power y que podríamos definir como la capacidad de los objetos para modificar la realidad que los rodea

En el segundo capítulo del libro, titulado “The Agency of Assemblages” (La agencia de los ensamblajes) explora las complejas relaciones entre humanos y no-humanos poniendo como ejemplo un gran apagón que afectó a 50 millones de personas E.E.U.U. en el año 2003.

Ciudad a oscuras en EEUU durante el  gran apagón de 2003
Foto del gran apagón del noreste de Estados Unidos de 2003. 

Una historia materialista

Otro ejemplo de cómo podemos pensar lo urbano desde una postura materialista y post-antropológica es la perspectiva desde la que Manuel DeLanda aborda la historia de las ciudades en Mil años de historia no lineal (2010), texto en el que plantea pensar en estas como la sedimentación de diferentes procesos de auto-organización de materia y energía que desemboca en la progresiva instauración de tres tipos de estructuras: geológicas, biológicas y sociales/lingüísticas. Desde este planteamiento el autor explica la emergencia de nuestras ciudades como un proceso de mineralización:

 “En el mundo orgánico, por ejemplo, el tejido blando imperó hasta hace 500 millones de años. En ese punto, algunos de los conglomerados de materia y energía que eran los seres biológicos, súbitamente sufrieron una mineralización, y así emergió un nuevo material para la construcción de criaturas vivas: el hueso.” (Pág. 13)
Según DeLanda la aparición del esqueleto permitió a los animales controlar su movimiento y conquistar el globo. Este proceso de mineralización continuaría después –hace unos ocho mil años– con la aparición de las ciudades, un tipo de exoesqueleto urbano que sirvió también para controlar el movimiento de la biomasa humana, controlando a su vez los flujos de materiales, alimentos, información y desechos.

Cuerpo momificado de Marcus Venerius Secundio en Pompeya
Un ejemplo de cómo endoesqueleto y exoesqueleto nos sobreviven.
Cuerpo momificado de Marcus Venerius Secundio en Pompeya.

“Así, se podría decir que la infraestructura urbana representa para las concentraciones humanas la misma función de control del movimiento que los huesos realizan con relación a las partes blandas de nuestro cuerpo.”

(Pág. 14)

El control de estos flujos permitió que estos se intensificaran, asentando las ciudades y desarrollando un nuevo conjunto de constreñimientos: las instituciones. Estas instituciones −que podemos considerar también una sedimentación de “materiales culturales”− son las encargadas de controlar, mediante la imposición de normas, los flujos de materiales, especies e información. Por supuesto también el tránsito de nuestros cuerpos.

Bolardos: prohibiciones encarnadas en objetos

Podemos afirmar también que muchas veces estas materialidades pueden llegar a sedimentar de forma conjunta, generando objetos y estructuras que son a la vez materiales y sociales. Un excelente ejemplo de cómo funcionaría este proceso lo encontramos en el cuarto capítulo de La ciudad de los cuidados. Salud, economía y medio ambiente (2020), de Izaskun Chinchilla. En este capítulo la arquitecta pone como ejemplo los bolardos para hablar sobre lo que ella denomina “las prohibiciones embebidas en objetos”.

Bolardos en la calle cuchilleros del barrio de los Austrias en Madrid
Calle Cuchilleros (barrio de los Austrias). Madrid.

La autora se refiere a estos objetos para hablar sobre cómo las instituciones actuales planifican el espacio público para atender las necesidades del vehículo privado por encima de las del peatón, pero podemos extender el análisis al resto de señalética ligada al tráfico y a la gestión del flujo de los cuerpos en el espacio público. 

Según Chinchilla podemos referirnos a este tipo de objetos como cuasi-objetos. Esta definición está basada en los “cuasi-objetos-cuasi-sujetos” de Bruno Latour −un tipo de objetos que están entre los objetos (lo natural) y los sujetos (lo social)− que tienen “agencia” sobre nosotros, afectando nuestras acciones e influyendo en nuestros comportamientos. Latour especifica que este tipo de objetos son fruto de un meditado proceso de ideación por parte de las instituciones y su objetivo es modificar nuestra experiencia urbana, haciéndonos aceptar su ideología implícita:

“Estos cuasi-objetos son tan poderosos que configuran la sociedad mientras que las construcciones más políticas o científicas que forzaron su existencia permanecen invisibles”.

(Pág. 105 y 106)

Una guerra ideológica

Una vez expuesto el contexto teórico podríamos analizar desde este punto de vista algunos fenómenos actuales, como la proliferación en nuestras ciudades de diferentes intervenciones que podríamos considerar también como cuasi-objetos, pues también modifican nuestra experiencia urbana en base a diferentes tipos de ideologías. Me refiero a un tipo de intervenciones que ya he analizado en anteriores posts y que han venido a denominarse como arquitectura hostil y como urbanismo táctico.

El urbanismo hostil quiere dirigir a la ciudadanía mientras que el urbanismo táctico está ligado al activismo
Arquitectura hostil vs. urbanismo táctico

Si seguimos profundizando en este análisis podemos incluso afirmar que existe una especie de guerra ideológica entre ellas. Las actuaciones relacionadas con la arquitectura hostil pretenden disuadir de la utilización “indebida” de determinados espacios públicos. Estas medidas pretenden ser higiénicas, pero en un contexto de capitalismo acelerado, terminan afectando a los individuos menos productivos: personas sin hogar, ancianos y jóvenes

En el otro frente encontramos el urbanismo táctico. En un principio este tipo de tácticas estaban muy ligadas a acciones vecinales de protesta o activismo, pero últimamente han sido adoptadas por las instituciones para testear posibles modificaciones sin riesgos. En nuestro país este tipo de intervenciones se han popularizado para restringir el uso del automóvil o fomentar los desplazamientos a pie y en bicicleta a raíz de la crisis de la COVID-19.

Conclusión

Si analizamos el entorno construido desde el pensamiento de estos autores −herederos ambos del pensamiento de Deleuze y Guattari, de Latour y de los planteamientos del realismo especulativo− deberíamos comenzar a pensar que lo arquitectónico no contiene lo social, sino que forma parte de lo social. Esto nos puede hacer también cambiar nuestra percepción sobre el lugar que nosotros mismos ocupamos en la ciudad ¿Qué sucedería si comenzamos a pensar nuestra experiencia urbana como un flujo más en la ciudad, afectado por diferentes elementos físicos y gráficos? 

antonio montesinos
Antonio R Montesinos

Artista visual, comisario y docente. Licenciado en Bellas Artes por la UPV y Máster en Artes Digitales por la UPF. Su práctica es de carácter interdisciplinar y aborda temáticas relacionadas con el fenómeno urbano, el impulso utópico o la ficción especulativa. Ha publicado en diversos medios y presentado su trabajo en multitud de galerías, ferias e instituciones públicas.