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Antecedentes
Las circunstancias en las cuales se produjo la explosión de un determinado desarrollismo en la arquitectura de los cincuenta y sesenta ha sido tratado en este medio en más de una publicación. En ellas, se ha procurado destacar y relacionar la explotación turística y la arquitectura del relax tanto como la relación del contexto internacional en el levante español, esto último como muestra solamente de una de las formas de cómo las coyunturas históricas y el entorno internacional era capaz de ejercer lo que, a la postre, sería la globalización de un estilo internacional y su aterrizaje en territorio peninsular.
Así, y en ello, es importante reflexionar cómo la estrategia particular de lo que entonces fue resolver con arquitectura una necesidad, la expansión turística y una “modernización” de la inversión inmobiliaria, a día de hoy se han convertido en patrimonio y, en determinadas circunstancias, han tenido la desgracia de caer en un acto espurio que ha llevado en último de sus términos a su pérdida, tema también abordado aquí, cuando hablamos de los atentados al patrimonio arquitectónico.
Desde allí, y después de lamentar siempre las circunstancias de ello, es interesante analizar casos y contextos, puesto que más allá de que cada uno es un mundo, las particularidades circunstanciales permiten tomarlos como modelo de análisis que, generalizando su problemática, nos permiten llegar a conclusiones que podrían, a posteriori permitir el evitar nuevas condiciones similares y por otro lado reflexionar teorizando las circunstancias del patrimonio moderno.
Lo Local
La ciudad de Alicante, como una ciudad que mira al mar, tiene un orden de organización circulación y comunicación que sí o sí impide su comunicación por el frente marítimo, lo que por otro lado, deja claro tres nudos de articulación con el entorno, dos hacia la continuación del frente marítimo y, un tercero, hacia el interior.
En el caso concreto de Alicante, con su límite noreste, remarcado por una montaña la Serra Grosa que se encarga de limitar la ciudad y a la vez complicar su acceso, generando así un nodo urbano de reconocidas características dado, sobre todo sus flujos de verano, ya que a la vez es la conexión con la Playa de San Juan, principal zona de expansión urbano-turística, de manera que este nudo, conocido como “la isleta”, representa, no solamente un elemento urbano reconocido, sino que socialmente es un punto articulador de las vivencias cotidianas y por tanto cohesionadora de la identidad de la ciudad.
El restaurante La Isleta
A finales de los sesenta el arquitecto Julio Ruiz Olmos proyectó el restaurante La Isleta, que pasaría a la posteridad como una referencia importante de la época, sobre la base de una clara inspiración en la Farnsworth de Mies van der Rohe, consagrada referencia internacional de la arquitectura racionalista que se describe como dos líneas fundamentalmente horizontales despegadas del suelo, dividido en retículas con las horizontales que hacen sus pilares y que el conjunto, en blanco, contrasta fortísimamente con el entorno.
Influencia
En el interior, la casa doméstica que diseñó Mies entre 1949 y 1952, tiene un trazado altamente minimalista. Una plataforma recibidora que acoge al visitante y le anticipa a entrar a un espacio distinto del entorno, un porche que cumple similar función integrándose en una estancia de estar, anterior a acceder a la casa, el interior separado con cristalería de piso a techo, que permite una vista totalmente diáfana entre el suelo y el techo para pretender engañar los límites reales de las estancias de interior y proyectar una lectura de transparencia que, engañando la percepción interior-exterior, forja una dimensión mística que se queda a mitad de camino entre la naturaleza impredecible y el interior protegido.
Funcionalmente, el interior se fragmenta mediante una gran isla de servicios e instalaciones que casi sin tabiquería logra dividir los espacios en distintas estancias para su uso.
El restaurante La Isleta, inspirado en esta descripción fue proyectado con una sensibilidad particular, en un sitio privilegiado y considero que, si bien se correspondía a una descripción muy afín a la anterior, no dejaba de tener una notable adaptación a la coyuntura local.
Descripción
Al igual que en la casa Farnworth, una plataforma recibidora hacía las veces de estancia intermedia, muy propia de playa, la terraza de verano cubierta para gozar de la sombra y una potente envolvente natural que la separaba del tráfico vehicular circundante.
No olvidemos que se trataba de una “isleta”, nunca mejor dicho, en medio de vías de fuerte circulación vehicular, y que en otro de sus accesos rememoraba su cercanía al mar, con un espejo de agua. Una planta de uso y servicios y un semisótano más diáfano, una cubierta plana y reticulada en su vista de falso techo, que en varios de los exteriores se proyectaba como una pérgola.
Proyectado en 1968, el restaurante no dejaría de funcionar hasta el año 2003, para que en el año 2007 una mayoría absoluta del consejo municipal emitiera de manera urgente y apresurada una orden de derribo que no solamente se la fraguase de manera trasnochada sino que debido a la presión cultural, técnica y ciudadana, se viera obligada a llevar a cabo un derribo que empezase justamente en la noche, marcando así una determinada clandestinidad que coartase de manera definitiva la posibilidad de reflexión sobre su conservación.
Ocaso y demolición
No sirvió, como decía antes, la presión cultural ciudadana, no sirvió la presión técnica internacional y ni siquiera la presión local experta y la ciudad perdió un valioso testigo de muchas cosas.
Aprendizaje
El patrimonio se divide en material e inmaterial, para esto no cabe explicación, pero sí sobre las características de cada uno y en cuanto a los caminos provechosos que podemos optar, en el propósito de una determinada conservación de los valores del patrimonio.
El material permanece de forma mayoritaria en función de su materialidad, de tal suerte que, destruido, en poco tiempo es inexistente. El restaurante la Isleta fue una muestra significativa de arquitectura racionalista, aún es puesto de ejemplo como tal, dentro de espacios locales entendidos, pero su inexistencia material, pronto permitirá que se la deje de recordar.
Por otro lado, el patrimonio inmaterial tiene una característica fundamental y consiste en la transmisión, preservación mediante su ejercicio social, vamos, su uso al fin.
Desde ahí, en el ejemplo analizado existe una potentísima coyuntura de preservación y ésta es que la naturaleza misma del patrimonio está sobre una connotación geográfica, urbana en último de los casos, y que el edificio como tal dota de una anécdota en la escala de tiempo de la ciudad que potencia aún más su valor.
Podríamos seguir esgrimiendo a profundidad los valores patrimoniales de una coyuntura, lo que está claro es que llegados a este punto en el que pensar la posibilidad de una reconstrucción vuelca las circunstancias en un análisis del costo beneficio, y dado que pocas veces la cultura y sus valores son claramente comprendidos desde lo cualitativo, queda buscar una alternativa a los patrimonios que, a mitad de camino entre el ser y el estar, aún son un acervo de la cultura, dicho lo cual creo que es importante probablemente catalogar los patrimonios espuriados, es decir, pensar en aquellos patrimonios que fueron en otro momento material o activos y que su derribo, eliminación o transformación han determinado un detrimento en lo que queda del patrimonio en sí mismo y que merece la pena de registrar a fin de preservar, aunque sea de aquella manera.
Esta catalogación podría estar sujeta sobre todo a aquellos que han tenido un reconocimiento o una carga social, gremial, cultural o histórica en su defensa y reconocimiento y que tanto entidades encargadas, de carácter público y llamadas a su legítima defensa han fallado políticamente en beneficio de pocos, antes que en valores de preservación cultural, y cuando lo defino así, pienso en la Pagoda de Fisac, la casa Sobrino de Carvajal en San Sebastián, el silo de mineral de hierro en Almería, mejor conocido como “El Toblerone” y por supuesto el mismo restaurante La Isleta en Alicante y tantos más, que se han cometido en territorio nacional sin dejar de lado que esto en sí mismo es un fenómeno internacional.