A Balkrishna Doshi no le dieron el Pritzker por indio
A Zaha Hadid no le dieron el Pritzker ni por mujer ni por iraquí.
A Peter Zumthor no le dieron el Pritzker, ni por calvo, ni por suizo, ni por ebanista.
Y a Aravena no sé por qué se lo dieron; pero sí que resulta bastante simplista, reducido y poco comedido, por decirlo menos, el considerar que el mérito de Diébédo Francis Kéré es ser negro, africano o carpintero.
Desde que se ha anunciado la resolución de la fundación Hyatt -quienes, en nombre de la familia Pritzker, otorgan el galardón- no se ha visto ningún medio que no haya arrancado sus titulares con uno de estos dos adjetivos: africano y negro.
El premio que -desde 1979- se otorga a arquitectos vivos que hayan contribuido de manera sustancial con sus proyectos a “mejoras de la humanidad”, mantiene en las filas de su jurado a una gran plantilla de ex premiados. Podríamos decir que es la vanguardia de profesionales la que, sobre la base de una nominación que puede venir tanto de los miembros del jurado como de manera libre, escoge al galardonado.
La prensa mediática ha elogiado a un ser humano que con una oportunidad ha sido capaz de crecer y avanzar y ha mirado y vuelto siempre al lugar de donde vino. No obstante, creo que tampoco son estas las cualidades que le han otorgado la más alta distinción de este oficio.
La historia de Kéré está siendo narrada por todos los medios destacando desde el propósito original de su padre en que estudiara para traductor y, mediante este acceso comunicativo, acceder a otros entornos diversos. No sin remarcar la etimología de su nombre, que en su lengua quiere decir “el que ordena las cosas”.
Kéré antes de terminar la carrera de arquitectura había empezado ya con su verdadero oficio: hacer de la arquitectura no el objeto sino el medio para mejorar la calidad de vida y la habitabilidad de su pueblo. En sus múltiples entrevistas, nunca deja de destacar que es posible dignificar con diseño y con arquitectura a cualquier sociedad y que las calidades, tanto del objeto arquitectónico como de sus materiales, no van necesariamente de la mano con los costos. A esto, Kéré llega profesionalmente desde la carpintería: un oficio que no tiene mando superior, quiero decir que uno no puede ser ni teórico ni catedrático en la carpintería. Un oficio de arremangarse y mancharse sí o sí.
Desde allí, es él mismo quien ha capacitado en muchos de sus proyectos a los ciudadanos que hacen de mano de obra comunal. No solamente con un objetivo de optimizar los costes de una partida importante de la obra sino como un mecanismo de creación de un vínculo social, humano y empoderador, tanto entre actores como con los roles propios de los espacios creados; y esta es otra de sus características particulares. Él entiende el quehacer de la arquitectura como un proceso común, de vínculo social y espacial, donde el objeto arquitectónico es meramente un resultado.
El detalle, no menor, de que Francis Kéré, venga de un oficio que se crea con las manos, que se manche en el trabajo de una arquitectura creada con las manos, no es baladí.
Pienso que esto está profundamente relacionado con una estadio de redención del oficio de la arquitectura en que estamos buscando nuevos derroteros, un momento de agotamiento en medio del desarrollo de la inversión inmobiliaria que ha transformado, perversamente, el objeto de la arquitectura en un producto, el desarrollo de la tecnología ha llegado a ser capaz de desplazar casi todo componente humano tanto en la creación del objeto como en su propia materialidad y este Pritzker probablemente nos puede devolver la ilusión de encontrar una tabla de salvación en el repensar del oficio.
El arquitecto negro y africano nos ha devuelto la ilusión de que, finalmente, el oficio de la arquitectura junte una redención de dimensión social imprescindible, amalgamada en una suerte de materialidades que se cargan de identidad.
A través de aquel Homo Faber -que no se confronta con el Homo Sapiens- logra ir más allá del conocimiento ancestral y sensible con su cultura y su entorno identitario, construyendo espacios cargados de esas características, para finalmente tener como resultado un objeto arquitectónico envolvente de inmaterialidades que, en realidad, son el espacio.
Diébédo probablemente nos ha enseñado cómo se “arreglan las cosas” propias de un oficio para militar en él.
Mario Hidrobo
Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital