La construcción del lugar y de la realidad a través de una imagen; una imagen que activa el recuerdo de la narrativa personal transporta hacia los lugares habitados. Imagen: Metropolis. Heinz Schulz-Neudamm, 1927.
«Tía, quiero entrar dentro de ese cuadro, quiero vivir en esa ciudad, quiero viajar a los lugares donde estuvo colgado tu cuadro».
Mi sobrino, un niño de cinco años, observa perplejo el cuadro que reposa sobre el respaldo del sofá; lo ha visto tantas veces y en lugares distintos atraído por la fascinación del lugar, de la misteriosa composición de sus formas y colores. Pero esa atracción que manifiesta en el comentario refiere una cuestión básica: si bien las cosas y los lugares adquieren significado por sus características tangibles, el significado de lugar es el resultado de la historia y de la experiencia que construyen una narrativa. Él recuerda que ese cuadro estuvo colgado en otra casa y que al igual que su tía ese cuadro viajó de una ciudad a otra, de una casa a otra. Él (como todos) tiene la referencia de lugares y tiempo, pero sobre todo de vivencias, circunstancias y personas que tuvieron y tienen que ver con ese cuadro. Frecuentemente —y por añadidura— somos transportados por las imágenes a cualquier lugar del planeta y del espacio. Las experiencias forman parte de la construcción de la realidad personal y colectiva, pero en la actualidad las vivimos también desde lo virtual a través de las redes de comunicación y los dispositivos móviles. En nuestra contemporaneidad, la estructura de nuestras redes sociales trasciende el espacio y el tiempo a través de señales de satélite, nuestra historia se escribe en código binario. ¿Qué es lugar y qué es no-lugar en nuestra sociedad digital?
El lugar es la construcción del espacio desde los ideales personales, una co-construcción donde todos volcamos nuestras experiencias, deseos, expectativas y lo convertimos en una historia. Esa sensación de llegar a una plaza o un playa y sentir que el espacio compartido por tantos es también una porción del tuyo propio; una expresión de la individualidad de cada uno en la que nos reflejamos todos, donde nos encontramos, donde nos sentimos parte de un todo. Nuestra idea de lugar es subjetiva y objetiva al mismo tiempo, porque se elabora en función de los elementos que nos permiten vivirlo, sea desde lo virtual o desde lo físico.
Lugar y no-lugar, de la experiencia y la ubicuidad
El concepto de no-lugar, que acuñó el antropólogo Marc Augé a principios de los años noventa del siglo pasado, puso en la mira la cuestión de la identidad de los lugares y sometía a análisis la condición de aquellos entornos en donde no existe correspondencia entre lo espacial y lo social; espacios por demás resultado de una realidad ambiciosa de la velocidad y del desarrollismo. La teoría, que se nutría de la conciencia de una modernidad superada, identificó el fenómeno de la desconexión entre las personas y los lugares como el producto de la ausencia de narrativa y memoria en la composición de la esfera socio-urbana. La cuestión iba más allá de decir que en aquellos no-lugares no se producen experiencias o historias representativas, sino que estos espacios componen un fragmento desligado de la rutina, de la narrativa espacio temporal de lo cotidiano, de aquella cotidianidad sistemática que se elabora a través de la historia de cada lugar entrelazada con la historia de cada individuo.
Desde esta lógica lineal, todo aquel lugar de paso quedaba fuera del universo narrativo que teje una historia común, podemos decir, de aquella que refiere el espacio ciudadano, el espacio público. En este sentido, el concepto fue capaz de definir aquella percepción abstracta de las diferencias entre el espacio aislado y aquel que se construye conjuntamente entre la historia, el lugar, las personas y las experiencias de cada individuo en función del espacio, el tiempo y los otros como un todo. La posibilidad de estar en todas partes al mismo tiempo fue disolviendo paulatinamente la concepción del no lugar. Hoy, cualquier punto de conexión es un lugar.
Se habla de la historia como elemento recurrente en la experiencia del espacio; es la memoria que se imprime en los lugares, que los caracteriza y que se va acumulando a golpe de acciones, sucesos, registros y vivencias. Sin embargo, con el paso del tiempo y el avance de la tecnología, los lugares de paso que se definían en el marco de los no-lugares han adquirido un carácter distinto gracias a la integración o hibridación entre lo digital y lo físico. Hoy día, ¿qué lugar es un no-lugar si existen puntos de conexión wifi? La experiencia de paso en lugares que carecen de sentido de pertenencia, como un aeropuerto o una estación de tren tienen esa condición de no-lugar, pero lo que marca hoy la diferencia es el carácter ubicuo que han adquirido gracias a internet. El registro en la World Wide Web de millones de imágenes geolocalizables nos habla de una relación físico-virtual con el espacio y de la capacidad de interactuar desde distintos puntos del planeta con miles de personas al mismo tiempo que coinciden en un mismo lugar —o no-lugar—. Podemos decir que aquellos no-lugares se han llenado de contenido a través de la experiencia virtual, de las historias de millones de individuos que cuentan y registran su paso por estos lugares. Esta idea, quizá abstracta, pone sobre la mesa la cuestión de la transformación de los lugares en función de la percepción y del significado que van adquiriendo, que le vamos dando a través de la experiencia y de la incursión-inclusión de nuevos medios e instrumentos facilitadores de estos intercambios de fase entre lo virtual y lo físico, entre lo digital y lo analógico.
Búsqueda de “no-lugares” por hashtag (#): La transformación de no-lugares en lugares. Algunos no-lugares según la concepción primigenia que realizó Marc Augé vs. la relación de hashtag por ubicaciones. En función del contenido simbólico de la experiencia a través de imágenes y de la relación con lo digital tenemos la lectura del vasto contenido que hemos dado a los espacios en función de las experiencias físicas y virtuales.
Sobre este asunto Marc Augé actualiza en su último libro «El porvenir de los terrícolas» la idea primigenia de los no lugares, concepto que evoluciona con una visión más global de las relaciones hacia la idea de lo planetario. «Un cambio de escala» que refiere una apertura en la conciencia de la humanidad como una gran entidad planetaria. Pero atentos, hay que ir con cuidado al respecto de esta visión, porque a priori la idea de humanidad planetaria puede parecer integradora, sin embrago los pliegues conservan los grandes contrastes sociales que arrastramos de otrora, aquellos que siguen presentes y que probablemente devengan más contundentes y dramáticos. De hecho, tales contrastes suponen el incremento de las distancias entre estratos sociales y el aumento de las diferencias marginales entre quienes podrán acceder a estos nuevos entornos y quienes no, entre quienes formarán parte de las economías relacionadas con el turismo espacial y quienes quedarán en la «prehistoria de la sociedad planetaria».
La construcción mental del lugar
Nuestra visión actual del espacio exterior posee una visión más integrada y consistente sobre la posibilidad de fundar una civilización extra-planetaria en la Luna o Marte, comparativamente hablando respecto de hace cien años, y aún más cercana en relación a la época de Galilei. «Los no-lugares son hoy el contexto de todo lugar posible. Es esto lo supuesto por el término ‘globalización’, que significa ante todo el paso a la escala planetaria»[1]. Tan real es este asunto de la visión planetaria que desde hace unos años se ofertan estudios de especialización en derecho espacial, un ámbito de interés en relación a las leyes que se establecerán en el espacio astronómico en la avanzada de la conquista espacial con la explotación de la Luna.
Volviendo al tema de las relaciones entre lugar y no-lugar, hay una fuerte relación con la simbología y la capacidad de materializar lo que podemos imaginar, por ejemplo el simbolismo enmarcado en la carrera espacial y con la llegada de la humanidad a la Luna, hechos que determinaron un cambio en la concepción del espacio y de la forma de relacionarnos con lo que queda fuera de nuestro alcance físico. Un camino que complementa la experiencia de la invención de la televisión y la radio hacia la construcción de una nueva realidad que desafía el tiempo y el espacio. Pisar la luna creó un vínculo inseparable con el satélite terrestre, pero también con todo aquello que pese a estar lejos comenzaba a estar muy cerca. En lo sucesivo, todo podía estar cerca con solo imaginarlo. Ahora con un clic podemos viajar a cualquier destinación del planeta y google maps nos lleva a conocer ciudades, no solo desde la vista cenital sino también por sus calles y edificios emblemáticos a través del street view. Podemos pre-elaborar una idea de lugar desde una imagen satelital, desde una imagen congelada con la lente de un teléfono móvil, y desde cualquier lugar que nos ofrezca conexión wifi. Qué lugar es hoy un no lugar si podemos estar en todas partes y desde nuestros dispositivos crear una serie de relaciones, situaciones y contactos. Hemos llenado de contenido casi todos los no-lugares, en adelante nos queda la conquista de todos aquellos lugares que imaginamos y que incluso ya desde la ciencia ficción empezamos a construir en nuestro imaginario.
«Aunque sean tan lejanos y no estemos aún seguros de su naturaleza, estos paisajes se han convertido en el objeto y el horizonte de nuestras expectativas, imagen de un futuro lejano, mal conocido, pero sin embargo posible. Nos proyectan en los espacios que aún no son ni lugares ni no lugares (…), pero que hacen renacer de forma atractiva y fascinante la idea de una nueva frontera».[2]
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no
Nota:
1. Augé, Marc. (2018). El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria». Barcelona: Gedisa.
2. Ibidem