8 minutos de lectura
“Hay un dicho que es tan común como falso: El pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, en este sentido somos de papel, somos papel dónde se escribe todo lo que sucede antes de nosotros… Somos la memoria que tenemos”
José Saramago
La definición simple y ortodoxa del libro de cole de primaria, nos enseñaba que la Historia estudia el pasado para comprender el presente y proyectarnos al futuro. Así de simple, pero con varios principios que son inalienables a nosotros como especie y como principio fundamental evolutivo.
Si hemos llegado hasta dónde nos encontramos en estos momentos ha sido gracias a nuestra capacidad de interpretación del tiempo.
Esta cita de estudio, interpretación y proyección, si bien es la que compartimos con los compañeros animales de otras especies(pocas)no es menos cierto que somos nosotros quienes nos hemos adelantado de manera evolutiva, gracias a que supimos saber y darnos cuenta de la correlación de estas instancias.
Revisar e interpretar el pasado lo hicieron nuestros antepasados cuando se dieron cuenta de que era imposible combatir con fieras salvajes cuerpo a cuerpo, comprendieron que necesitaban de manera inminente algo que les diera una superioridad al momento de luchar/defenderse/cazar y, probablemente, esta necesidad fue el motor que les impulsó a idear la primera tecnología disruptiva en nuestra evolución. La tecnología lítica, el tallar piedras marcó la diferencia entre luchar cuerpo a cuerpo o cazar a distancia, lo que nos permitió una superioridad sobre las fieras y la posibilidad de incluir en nuestra dieta la proteína animal fresca, clave en la evolución de nuestro cerebro, para llegar a ser los “sapiens” que somos hoy en día.
Analizamos el pasado, comprendemos nuestro presente, innovamos y nos proyectamos al futuro con creces, o al menos, eso intentamos.
En este caso el orden de los factores, sí puede alterar el producto.
Esa misma lógica que nos ha permitido ir evolucionando y en cierta medida ir estructurando una consideración con respecto al pasado, ya sea para no repetir atrocidades como para conservar referencias que nos recuerden, nos permitan entender y referirnos a de dónde venimos.
Esta breve introducción justifica de manera primigenia toda consideración de lo que podemos llamar el acervo histórico, y como parte de este, el patrimonio. Luego sí, vendrán muchas consideraciones, unas más tipológicas y sensibles que otras, unas más museísticas que otras y sobre todo, unas más proteccionistas que otras.
No obstante, no cabe una discusión acerca de la teoría del “moderneo” a cuenta de la destrucción del patrimonio en nuestra etapa evolutiva. Sin embargo, el rescatar que nuestro reconocimiento como europeos, demócratas y civilizados nos somete en el inalienable deseo de convivir con los otros, esos otros con los que compartimos espacios físicos y discrepamos posiciones políticas, ideológicas, ideas, gustos y hasta realidades, pero aun así queremos convivir con ellos. Considero que esto es el principio fundamental de vanguardia civilizada que nos une como sociedades democráticas.
Hace un par de semanas se nos removía más de una consideración respecto a las que habríamos podido tener como preestablecidas acerca del patrimonio y elementos antes citados.
Por un lado el Faro de Ajo, construcción marítima de señalización edificada en 1930, fue coloreado por una iniciativa del presidente de la Comunidad al que pertenece y sobre cuyo resultado ha circulado de manera explícita en redes la satisfacción del mismo, manifestando su agrado con la épica frase “a mí me gusta”, aspecto indiscutible, ya que manifiesta una opinión sobre un gusto personal que en buen criterio y a razón del cargo que se ostenta, justamente algo más democrático y considerado podría haber sido, máxime si finalmente se ha sabido que irrumpe en la normativa naval, puesto que los faros de obligatoriedad deben ser blancos para lograr un máximo contraste en el paisaje y facilitar su visibilidad.
Miguel Fisac fue uno de los diseñadores de estructuras más respetado, arquitecto prolífico y con mucha obra objeto de estudio y referencia en innumerables ámbitos y que, no contento con todo esto, incursionó en la urbanística y las artes plásticas. Ya en el corolario de su profesión, un equipo de arquitectos jóvenes formado por Leonardo Oro, Sara González, Fernando Sánchez-Mora y Blanca Aleixandre, lo convencen para participar en un concurso que pasaría a ser la última obra del arquitecto. El Polideportivo de la Alhóndiga en Getafe, un polideportivo de corte sencillo concebido como una caja de hormigón que resuelve con luz cenital entre vigas de hormigón postensado de más de 50 metros y en cuyo cierre perimetral, como era ya arte de Fisac y el equipo, investigan, ensayan y llevan a cabo una textura singular, que proporciona al conjunto una sobriedad absoluta.
Insisto, obra sencilla, pero no por ello menos relevante de un gran representante de la arquitectura, y por tanto de la cultura del siglo pasado, hasta que fue sorprendido por el Festival Cultura Inquieta Urban Fest, que decidió entender esto como un lienzo en blanco para una acción colorida y graciosa que ha acabado, de manera probablemente irremediable con un valor importante de un edificio singular, puesto que aunque fuera mérito de los mismos Boa Mixtura, autores del mural, el volver a su estado anterior, es muy probable que la calidad de la textura original no sea recuperable.
Imagen: Javier Azurmendi
En torno a estas dos calamidades, se han levantado multiplicidad de preguntas, quejas y sobre todo reflexiones, que no hacen otra cosa que denostar la incipiente capacidad de sentido común al momento de considerar los valores propios y ajenos a tener en cuenta en el momento de intervenir una edificación. Por otro lado, evidencian también probablemente determinadas carencias culturales en las autoridades y funcionarios encargados de las iniciativas y, ya de paso, nos deja un sinnúmero de preguntas que surgen ante la carencia de sensibilidad ante las edificaciones.
Partiendo de la realidad de estos de estos dos infortunados sucesos, dos edificios no protegidos y con características claramente singulares, que por decisión de su propiedad han sido intervenidos de manera trascendente en elementos que afectan su conceptualización arquitectónica, me parece relevante registrar las preguntas que me han surgido:
¿Es la propiedad enteramente capaz de tomar acciones sobre su obra arquitectónica, inclusive en aspectos que afectan de manera pública, como el uso y disfrute de su contingente formal hacia la ciudadanía?
¿Es adecuado que exclusivamente una declaratoria de BIC (Bien de Interés Cultural), BRL (Bien de Relevancia Local), o similares, sean las únicas instancias de protección de una edificación?
¿Sería oportuno implementar campañas de información/capacitación tanto en valores patrimoniales como en métodos de respeto y protección a implicados en la gestión de bienes, que podría ir desde gestores inmobiliarios, ciudadanía general, profesionales como fontaneros o pintores y llegando incluso a artistas?
¿Si existe un seguro decenal que ampara a un propietario de la factura arquitectónica, no sería de justo equilibro que haya garantías sobre el valor arquitectónico?
Con todas estas incertidumbres, esperemos que en cuanto a lo que no tiene un reconocimiento en concreto, siempre prevalezca la sensibilidad de las propiedades o la ciudadanía, puesto que siempre primará el buen sentido del valor ciudadano antes que todo el aparataje administrativo que precautela dichos cuidados y que, como todo, adolece de tiempo y prolijidad.
Enlaces de interés:
Si quieres ampliar las notas de este artículo puedes seguir los siguientes enlaces:
Fundación Miguel Fisac
Arquitectura Vertida de Fisac y el quipo del Polideportivo de Alhóndiga.
La vandalización institucional se ensaña con la última obra de Fisac. José Ramón Hernández Correa en El Diario.es
El Gran Hermano y las Mamachicho. Jaume Prat en Diario 16.
Apuntes sobre arquitectura y arte urbano, 07/10/20 en el programa de radio El ojo crítico