Los hábitats rurales no son homogéneos, ni tampoco lo son las miradas que se proyectan sobre ellos. La percepción que se tiene sobre el mundo rural, y por tanto las maneras de interactuar con él o de desarrollarse que se imponen a través de los imaginarios colectivos, también son diversas.
La andadura de pueblos, aldeas, pedanías o hábitats dispersos, sigue caminos más o menos clasificables a grandes rasgos; revisar esos casos nos puede llevar mejorar sustancialmente tanto las miradas ajenas sobre lo rural (y sus interacciones) como las propias (y su identidad y proyección exterior). Cambiando la mirada se cambia el mundo.
A) Musealización
Algunas poblaciones rurales han destacado por poseer una belleza especial, una historia que en el paisaje, la trama urbana y la extrusión de sus viviendas e infraestructuras se ha materializado de manera sutilmente hermosa o particular. Muchos son los pueblos bellos, pero no todos son tocados por ciertas políticas que, pretendiendo conservar y poner en valor (además de la constante necesidad de generar un desarrollo económico) acaban deteniendo bruscamente los lugares en un punto de la línea del tiempo. El turismo, fiel aliado de la musealización de los lugares, es el único que acaba añadiendo una capa que se superpone a esa belleza intrínseca, el único con la potestad de añadir transformación física al superprotegido y superconservado lugar. Esa población tiende poco a poco a su muerte como espacio vivencial, como hábitat, para convertirse en los pasillos de un Louvre donde los muros son las propias obras expuestas, y donde los bares, cafeterías y tiendas del museo campan a sus anchas.
En la imagen, una captura de Santillana del Mar, en Cantabria, donde un día fui a pasear ya que siempre había oído que era un “pueblo muy bonito”. La verdad es que no fui a un pueblo, fui a un museo sin saberlo, donde un guardia nos guió hasta la zona de parking, y donde si me quedaba parada ensimismada en mis pensamientos alguien me decía “disculpa, ¿¿te puedes quitar de nuestra foto??, ¡perdona!, ¡es que nos estamos echando una foto!”. Me sentí aliviada cuando, buscando agobiada la salida de allí, en la última calle, encontré una casita de la que salió en pijama un hombre y se perdió en la vereda al huerto.
B) Folclorización
De nuevo víctima de su belleza, como el film de Malena, pero con matices diferentes. Esta vía de desarrollo de las poblaciones rurales opta por la exteriorización constante de lo identitario, reducido a lo floclórico y pintoresco, a lo que se le suma como aderezo todo aquello folclórico y pintoresco que combine bien con sus rasgos identitarios. Se convierten los pueblos en un batiburrillo de muestras de cuán típico y particular se es, aunque parte de ello sea simplemente falso, importado, o aliño. Por supuesto, el turismo también es un buen amigo de la folclorización, en un proceso que, a diferencia del anterior, no detiene lo patrimonial en el tiempo, sino que lo deforma, adorna, le pone música y guirnaldas y le toca las castañuelas, haciendo del patrimonio material e inmaterial una especie de obra del Moulin Rouge. Todo patrimonio popular es fácilmente guiable por esta senda del hiperfolclore.
C) Teatralización
En ocasiones, este tipismo se enfrenta con las aspiraciones reales de la población, que en el fondo ven su entorno construido un lugar de atraso, alejado de los lujos de la modernidad. Si esta mirada aspiracional de los asentamientos rurales se orienta hacia lo urbano (o urbanita), desde entornos más empobrecidos se hace hacia lo importado, lo occidental, y todo Dorado que idealiza una idea de desarrollo que camina de la mano de la prosperidad. ¿Y qué representa mejor el desarrollo que el material estrella, el cemento? Aquí es donde empieza a liarse la madeja de la confusión.
Nos encontramos ante poblaciones que abandonan sus construcciones populares, aquellas que necesitan un mantenimiento anual (encalar, limpiar techos, guiar las aguas, desinfectar…) para construirse una nueva asumiendo que por emplear el cemento (u otros materiales industrializados), a rasgos generales, es mejor, más moderna y de mayor estatus social. Lo cierto es que en numerosas ocasiones esos materiales y nuevas tipologías constructivas no son empleadas con conciencia, al asumir per se que son mejores en cualquier circunstancia, produciendo un hábitat inhabitable. Pero no olvidemos de por dónde comenzamos: la belleza de un tipismo habitacional y un paisaje cultural que hay que hay que azuzar y corear para que esa carroza de monedas que se entiende por turismo no pase de largo. El turismo quiere lo popular, pero su población ya no quiere construir así (puede que ya no sepa construir así); pues lo escenografiamos.
Estas imágenes son de un pueblo en el valle del Draa, Tamnougalt, al sur de Marruecos y cerca de la frontera con Argelia. El Draa destaca en el paisaje seco y rocoso como un río verde, un paraíso de dátiles que alberga construcciones de leyenda, los qsar y sus kasbah, construidos en tapia alcanzando alturas magistrales. La población poco a poco abandona el qasar para levantar un nuevo pueblo junto a él que permite la mejora de la calidad de vida de la modernidad a la que se aspira. El nuevo pueblo es de bloque de hormigón y poco más, en un territorio que alcanza temperaturas apocalípticas. Es literalmente inhabitable, por no hablar del coste que requiere la importación del material, o el sobrecoste energético que les conlleva al verse obligados a climatizar. Para poder acoger turistas, se construyen hotelitos de bloque de hormigón imitando las antiquísimas kasbah, que luego se revisten de barro; ni que decir tiene que muchos turistas entran a ellas creyendo que están en una obra de la arquitectura en tierra, a pesar de los 45ºC que puede haber en el interior de unos muros donde la inercia térmica brilla por su ausencia. Las instalaciones necesarias para sostener esta infraestructura a veces provocaban apagones en el pueblo nuevo, y así sucesivamente, en un despropósito de escenografía de lo popular causada por lo que el libro de Rist llamaría “el desarrollo, historia de una creencia occidental”.
D) Exotización (próximamente artículo dedicado en El País)
Este caso podría consistir en el opuesto al anterior, encontrando en el habitar popular del entorno rural más aislado o precario, su lugar; solo que como siempre, en todo hay matices. Nos encontramos ante poblaciones que valoran su paisaje y quieren continuar en él, pero que sienten el peso de una falta de comunicaciones y relaciones que afectan a su prosperidad diaria; a esto se suma un descenso de la productividad de un suelo cada vez más agotado, y sometido a estrés por la variación de condiciones causada por el cambio climático. Su forma de vida con una economía básica de subsistencia choca de manera frontal con la vida encarecida de las ciudades, muchas de ellas al servicio del turismo, que establecen un hándicap altísimo para los pobladores rurales.
Las comunidades en esta situación, antiguamente subsistentes por la agricultura y el pastoreo, hoy encuentran una esperanza en un tipo de turismo llamado vivencial. El turismo vivencial, especialmente desarrollado en Latinoamérica, no es análogo a nuestro “turismo rural” que en los 90 vino para imponerse como concepto sobre lo que antiguamente era simplemente “ir de pueblos”. Este concepto (en práctica en el último lustro) se basa en la inmersión local, por lo que ganan un especial peso los lugares más rurales o aislados, sumando un plus “explorador” a ese turista que paga por vivir la experiencia. No hace falta decir que numerosos viajeros portan una mirada paternalista sobre estos lugares que “admiran” por su vida “primitiva”, mientras veladamente se admiran también a sí mismos por “haber llegado allí”. Al mismo tiempo, a las comunidades huésped les genera una especie de horizonte único en el que servir al turista se convierte en su principal opción. Estando trabajando en mejoramiento de vivienda rural indígena en los valles aledaños a la ciudad de Cusco (2017), algunos vecinos me contaban “estamos arreglando nuestras casitas, queremos avanzar, mejorar, y así podremos traer grupos de turistas”; otros, explicaban “si metes cemento ya cambia la escenografía… los turistas no quieren casa de cemento”, o “esto es terreno virgen, aún no hay turismo por aquí; deberían venir las agencias a estudiar la accesibilidad, ver por dónde se podría entrar”. Resulta agridulce este proceso en el que la arquitectura popular se mantiene y mejora, se recuperan variedades perdidas de tubérculos y cereales, se trabaja en comunidad o se mejoran las comunicaciones… pero no realmente por los propios habitantes, sino por los visitantes, que inevitablemente transformarán una forma de vida en la representación de sí misma donde lo precario o primitivo resulta exótico.
E) Inclasificable
En lo que a caminos seguidos por poblaciones rurales se refiere hay casos del todo inclasificables, pero que dan muchos datos sobre esa necesidad de ser situados en el mapa y atraer visitantes. El ejemplo más descolocante que conozco es el caso del pueblo de Júzcar, en la serranía de Ronda (Málaga). Este pueblo tan común como cualquier otro fue tocado en 2011 por una varita mágica llamada Sony Pictures, que decidió que este lugar acogería su gran estreno del año: la película de Los Pitufos. Para ello, los 200 vecinos dieron su consentimiento para que el pueblo entero fuera pintado de azul, todas las viviendas, y hasta la iglesia y el cementerio. La vida del pueblo cambió, comenzando a recibir visitantes en aumento exponencial y situando Júzcar en el mapamundi como el primer “Pueblo Pitufo” del mundo.
Cuando la productora, finalizada la campaña, planteó restituirles sus viviendas tal y como las cedieron, la población votó de manera unánime un “no”: el pueblo se quedaría azul. Además, comenzaron a ir adaptando sus pequeñas infraestructuras al turismo (hostelería, aparcamiento, servicios públicos…). A los pocos meses no había población en paro. Tanto fue así que los herederos de los personajes de animación hace unos años comenzaron a exigir al ayuntamiento que les debía retribuir un porcentaje (no bajo) de sus ingresos totales en concepto de derechos de marca (batalla legal que el ayuntamiento ha perdido). Hoy el “pueblo pitufo” no puede ser más llamado así, oficialmente, ni exhibir figurines por sus calles ni beneficiarse de una explotación económica de estos personajes de ficción; sin embargo, su color azul, sus celebraciones y sus visitantes se mantienen. Y todos felices. Los caminos del destino son inescrutables.
Hace poco comenzábamos la creación de un pequeño diccionario donde se recogían, en términos concretos, los diferentes rostros que pueden adquirir las poblaciones rurales y su desarrollo; y es que los caminos son múltiples, incluso aunque muchos de ellos coincidan en las inquietudes de trasfondo y también en los objetivos. Fijar la población en el rural, aumentar sus opciones, y asegurar un desarrollo económico, están siempre detrás de estos caminos que se inician. Cómo se interpretan esas intenciones, y cómo se llevan a cabo sus acciones, eso es otro cantar.
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F) Maltrato
El maltrato es, por desgracia, una de las principales transformaciones del semblante de estas poblaciones. En estos casos, el mantener habitado y productivo un lugar pasa por encima del reconocimiento de sus valores naturales, arquitectónicos e incluso culturales. Comienzan a aparecer ampliaciones de viviendas en bloque de hormigón, mejoras de la habitabilidad con acabados fuera de lugar, construcciones secundarias con materiales de residuo, y un largo etcétera. Algunas de esas intervenciones en el paisaje acaban creando una nueva imagen habitual de estética cutre-costumbrista, como los cercados con muelles de somier.
Podría pensarse que estas intervenciones de maltrato del paisaje parten de una falta de recursos que impide realizar intervenciones más apropiadas, sin embargo, no es así, siendo el origen principal simple y llanamente la falta de cultura de lo popular, de educación paisajística, y de sensibilidad hacia los entornos que nos abrigan.
A esto se suman, por supuesto, las trazas del urbanismo caníbal, que, en su agresividad insaciable y falta de escrúpulos, ha dañado sin posibilidad de vuelta atrás todos nuestros paisajes.
G) Abandono
Junto al maltrato, el abandono es la más creciente de las situaciones, siendo preocupación constante en los debates de desarrollo territorial. La población joven disminuye, teniendo que marchar a núcleos urbanos en busca de oportunidades laborales y de desarrollo personal. Es un proceso que se retroalimenta, por tanto, que aumenta exponencialmente.
La cuestión es que muchas de estas personas quisieran poder estar fijados en el rural, desarrollando su actividad en el territorio al que pertenecen o un día decidieron pertenecer, sin embargo, debido al abandono por parte de las políticas de desarrollo y políticas empresariales, se establece una desigualdad de oportunidades que obliga al éxodo de la población. Es importante recordar esto cuando analizamos la fuga de población de lo rural a lo urbano, y no responsabilizar de ello a los propios pobladores, como si de una casuística “natural” se tratase.
H) Vuelta origen
El extremo del despoblamiento son pueblos que quedan absolutamente deshabitados, siendo el último paso el traslado de la población envejecida a zonas en las que puedan ser atendidas de mejor modo. Existen centenares de asentamientos absolutamente deshabitados en España (por causas de todo tipo, no sólo el éxodo), o al borde de esa situación.
Como iniciativa llamativa, algunos ayuntamientos deciden ofertar la adquisición de viviendas o terrenos a coste muy bajo, como incentivo para atraer población joven que revitalice las construcciones, cultivos y que forme una familia. En estos tratos suele estar incluido un compromiso de años de estancia y la rehabilitación de parte de las construcciones propias o comunes.
Llaman la atención algunos casos polémicos e incomprensibles como el del pueblo despoblado de Fraguas, donde el Estado creó cotos de caza y permitió maniobras militares en décadas precedentes, al que una serie de repobladores okupas llegaron en 2013 para instalarse y restaurar motu proprio las construcciones. Estos incómodos visitantes, que, con su propia economía, energía y tiempo, y empleando técnicas tradicionales, volvieron a activar la población, se enfrentan hoy a delitos por usurpar el monte público; además, se les acusa de un delito contra el patrimonio, por el que les piden dos años de cárcel, y un delito de daños, castigado igualmente con dos años. Este modo de proceder resulta chocante y extremo, y también paradójico, que hace que nos formulemos la pregunta ¿cómo exactamente se plantea la problemática y necesidad de repoblación rural?
Lo que está claro es que hay muchas personas interesadas en no abandonar sus poblaciones a base de promover la inversión en carreteras, colegios, telecomunicaciones; pero también muchas otras atraídas por lo rural interpretado desde una especie de “vuelta al origen”, donde precisamente el aislamiento, las técnicas antiguas, los saberes perdidos y la búsqueda de conexión total con la naturaleza son el peso principal en la balanza, llevando, hasta en ocasiones como la vista, a actuar por encima de la ley, pero de la mano de la lógica y el valor basal de un lugar.
I) Reinvención / Transición / Nueva identidad
La realidad es que ni la hiperprotección por un lado, ni la falta de regularización y políticas de desarrollo por el otro, son efectivas o válidas. Hay que ser consciente de que los lugares necesitan una evolución, que su identidad primigenia es un manantial que alimenta el crecimiento de otras personalidades, acordes al momento y necesidades actuales, pero respetuosas con el lugar, su memoria, su paisaje y sus habitantes.
Como ejemplo de éxito citaría al pequeño pueblo almeriense de Almócita, que, desde el inicio de la crisis hasta ahora, no sólo no ha reducido su población, sino que la ha aumentado, pasando de 156 habitantes en 2006 a 174 en el último censo en 2017, a base de poner en marcha acciones territoriales, culturales y de desarrollo sostenible.
Así, este pueblo ha creado un carril bici que conecta Almócita con las poblaciones vecinas; organiza cada año el festival “Alma de Almócita” que consigue desplazar a los habitantes de la capital hasta él, al llenarse de vida y arte en su “ Noche de los Candiles” (una original iniciativa que se gestó en el marco de la Semana Europea de la Energía, de ahí que desde sus orígenes presentara una marcado acento en materia de desarrollo sostenible); además, Almócita forma parte de las Redes de Transición, un movimiento internacional que se organiza en cada país mediante una red formada por iniciativas locales y un eje vertebrador: “convertir las comunidades en las que se vive en lugar resiliente, más sanas y vibrantes, de fuerte carácter local, que reduce al mismo tiempo la huella ecológica”, considerándose “algo intermedio entre lo que una persona puede hacer como individuo y todas las grandes cosas que el gobierno puede hacer. Es algo que solo puede surgir de abajo arriba, dirigido por gente corriente”. Acogido a la Transition Network, Almócita ha implementado un gallinero comunitario, un espacio de producción de setas ecológicas, un horno comunitario, así como constantes actividades formativas, encuentros, mercados, viajes de formación a otras comunidades, etc, siempre en materia de energías renovables, economía local, educación colectiva, etc.
Es curioso observar la evolución de este lugar, ver cómo cada año se rellena más y más de vida en ebullición, cómo cada vez más gente la sitúa en el mapa, y sobre todo constatar que, mientras en lugares cercanos se quedan sin niños en la escuela, cada vez se escucha a más parejas y familias jóvenes decir “me gustaría irme a vivir a Almócita”.
J) Internacionalización /Globalización
En el artículo “la aldea”, revisábamos la importancia de las telecomunicaciones para permitir a lugares aislados dotar de puestos de trabajo remotos a jóvenes de cualquier parte del mundo, atrayendo población tanto fija como rotativa pero constante. Este flujo, alejado del habitual y dañino flujo turístico, habita los pueblos despoblados. Pero además, actúa como altavoz, haciéndolos atrayentes para jóvenes de otros lugares, potenciales futuros inversores o propietarios. Este flujo también permite la entrada de fondos en pequeños pueblos, reactivando su economía de productos locales, bares y supermercados, y sin convertirlos en la feria del souvenir y el artificio.
En el artículo revisábamos el caso del pueblo gallego Senderiz, y del coworking/coliving Sende. Recuperando un fragmento de la entrevista a Edo Sadikovic, cocreador de Sende, “Cuando tenemos eventos con 30 personas, estamos duplicando la población de la aldea. Y claro, todo esto llama mucho la atención a los lugareños, que ya están acostumbrados a ver nueva gente. La interacción entre ellos es increíble, y creo esta es la mejor aportación que podríamos dar. Creo que hicimos un impacto bastante grande aquí en la zona, pero también tuvimos bastante repercusión en toda Europa (gracias a los medios), y mucha gente nos escribe con comentarios de que están empezando a revalorar sus aldeas gracias a proyectos como éste”. Sí, es posible, existe un futuro para las aldeas.
En el próximo artículo haremos un repaso de situaciones de fricción entre rural y urbano, con un caso concreto de una gran ciudad española.
Ana Asensio | Arquitecta | @AnaArquitectura