Cuando pensamos en la arquitectura pensamos en la posibilidad de un prisma, pensamos en el espacio de largo, ancho y profundidad. Es evidente que, para llegar a ello, hemos imaginado un punto en movimiento, que describe una trayectoria de una línea y está, a su vez, en movimiento, que describe el espacio de una superficie. Muy bien, Clase uno de composición.
Ahora bien, cuando somos capaces de imaginar la dimensión que puede describir un plano en movimiento, descubrimos el espacio tridimensional, estamos ante el espacio propiamente dicho como tal y escenario de la arquitectura en su término más cosificado (si cabe utilizar la palabra término). Pensamos en una cosa y pensamos en largo, ancho y profundidad.
Pero, cuando viene Picasso y te explica que el rostro no es deforme, sino que está incorporado el tiempo y tiene dos vistas en una, o el movimiento descrito entre una primera imagen inicial y una final, entonces podemos hablar de cuatro dimensiones porque hemos incorporado el tiempo.
¿Cómo se puede incorporar el tiempo en la arquitectura, en la ciudad?
La casa y la ciudad no tienen sentido sin la interacción humana. En lo personal, me fío poco de las fotografías de arquitectura mainstream en las que no hay personas, en las que no se dibuja mínimamente una cotidianidad viva, las casas en la que, de tal ataque de minimalismo, no aparece una fruta en la cocina ni una cafetera en el fuego. Casas en las que pensamos que habría que ponerse traje para entrar en ese espacio de “dimensión” deshumanizada.
Lo propio sucede con la ciudad. Recuerdo esas imágenes pandémicas de la ciudad vaciada. Nos alejaban del fatídico extremo al que ha llegado el turismo de masas y nos llevaban a suponer unas ciudades vaciadas dignas de un atrezzo de cataclismo. Probablemente, queríamos más bien un escenario de videojuegos. Y todo, por la ausencia de la presencia humana. En el primer caso, por exageración turística como hemos mencionado y en el segundo, otra vez, por deshumanización.
La presencia humana protagoniza una dimensión vívida al espacio, sea arquitectónico o urbano. La densidad de la presencia natural, un gran parque, o el extremo selvático, al contrario, nos dan una insinuación de que la presencia humana desnaturaliza ese espacio.
La presencia humana dota de una dimensión de tiempo al escenario espacial. Haciéndola vívida, dándole una dimensión de realidad que no escatima en negación de condición ficticia, no parece un escenario ni de videojuego ni de bosque primario, ni menos aún de atrezzo de película.
Pero viene Einstein y Mikowsky y nos dice que todo es relativo y que, sobre todo, la dimensión espacio tiempo es una sola e inseparable. A ver, resulta un poco de ciencia ficción si intentamos incorporarlo a la arquitectura y a la ciudad. De verdad, creo que no es fácil, sobre todo, porque en unas dimensiones totalmente físicas tocables, queremos ver y palpar esa dimensión, pero no es posible.
Cuando migramos, nos vamos de una ciudad X, la que era, de las calles que andábamos y los parques en los que nos enamoramos, y es esa realidad vivida la que se imprime en el disco duro de nuestra memoria. Puede haber una foto antigua de ello que es un referente, pero no imaginamos la imagen futura de 10 años después que encontramos cuando volvemos. La migración nos separa de la realidad espacio temporal.
Nos traslada a otra, en la que viviremos día a día y minuto a minuto y será divertida y novedosa, pero la que dejamos, la otra, la que se quedó según nuestra memoria, se aparta de una dimensión temporal y queremos, aspiramos, a que no hubiera pasado un día, pero no. Llegamos y nos encontramos con que es nuestra impresión de la memoria que, por desgracia, además se queda atada a nuestras emociones, siempre defrauda y no es porque aparece una tienda de todo a 100 en dónde estaba el bar de nuestra juventud sino simplemente porque cualquier cambio altera nuestra impresión estática de la memoria y eso rompe la dimensión espacio temporal, que soporta nuestras emociones. Una ruptura en toda regla.
Pero llega la globalización, y sobre todo la dimensión ubicua a través de internet, y tienes dos cámaras en tiempo real en el parque de tu juventud y puedes ver y escuchar las noticias que se dan allí, en tu anterior ciudad, calles, casa y resulta que esa dimensión espacio temporal va cambiando minuto a minuto y no sabes de dónde eres, dónde estás y, menos, aún a dónde vas.
Es, probablemente, que la dimensión del espacio ha cambiado, ha hibridado en unas características que no podemos obviar sino todo lo contrario, sacar provecho de sus virtudes, para un enriquecimiento como experiencias e incluso en dimensiones utilitarias, que las hay.
Probablemente, estamos al borde de entender una dimensión espacio temporal que se enmarca en el concepto de un sostén de realidad concreta, de lo emocional, Un teseracto, como dimensión exclusiva de las emociones, una descripción física de lo que sentimos.
IntropiasFest, ha presentado varias instalaciones que me parecen capitales dentro del desarrollo de los espacios híbridos, instalaciones que dotan de experiencias que aportan cualidades a la comprensión de las dimensiones actuales de este tipo de experiencias.
Soinusain, una instalación de Yolanda Uriz, que vincula dos sentidos de manera conjunta, para permitir una percepción de sensaciones que nos aparta de la dinámica habitual de percepciones espaciales. Provee estímulos tanto acústicos como olfativos que producen una reacción automática cerebral tan intensa, que obliga a bloquear la percepción visual y nos conecta con unas sensaciones espacio temporales que nos llevan a emular presencias distintas de la realidad espacial.
Nuestro cerebro despojado de la realidad visual, conecta de manera emergente con lugares emocionales y tirando de la construcción de nuestra memoria visual, genera una transportación a hechos o momentos, entonces imaginados, pero reales, desde la construcción de nuestra mente, lo que puede abrir a una dimensión de realidad perceptiva.
Metaverso de las ausencias, una instalación de Jorge Bermejo, explora un espacio delicadísimo, la emocionalidad de la pérdida. Cuando perdemos a alguien querido o valioso de nuestra vida, es una de las pocas circunstancias en las que recurrimos a la memoria para reconstruir momentos que tienen que ver con una dimensión pasada, a la que se suma un sesgo cultural que nos presiona a percibir la pérdida, la ausencia con un ánimo melancólico, por no decirlo directamente de dolor. Esto tiene mucho que ver con una condición cultural religiosa, y su consideración acerca de la muerte, la falta o la ausencia.
La posibilidad de una construcción híbrida de paisajes domésticos cotidianos, que evocan los pequeños detalles, objetos, tonalidades de luz, matices mínimos, que aportan a manera de atmósferas, a nuestra memoria, recursos fidedignos, que vienen cargados de las emociones circunstanciales. Recursos estos con los que nos metemos en una experiencia de realidad virtual, que no acercan a escenas emocionales que presumo, que pueden ejercer no sólo un análisis emocional sino inclusive una sanación.
La experiencia inmersiva que logra Bermejo, acude a un rescate psicoanalítico en el que tiene mucho peso la circunstancia percibida a través de ese teseracto emocional. El revisar paisajes y circunstancias pasadas, con calidades de detalle, nos lleva a emociones sanadoras, que ubican nuestras emociones en un lugar distinto al dolor de la pérdida simplemente. Un paisaje híbrido que cumple de atrezzo de un ritual de sanación y despedida a la vez y que termina otorgando una sensación de paz al volver a nuestras limitadas dimensiones de la cotidianidad.
Mario Hidrobo
Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital