La ventana como un elemento arquitectónico

Cover Image for La ventana como un elemento arquitectónico

Como occidentales, tenemos claro que la construcción de la belleza está forjada en el mundo antiguo. De ello, algo que tiene un gran peso histórico, es el mundo griego. En la Grecia antigua, el canon de la belleza estaba marcado por la simetría y el ritmo. Aunque ambos sean elementos muy básicos de la composición, son radicalmente importantes en el momento de “saber ver la arquitectura”, sobre todo, cuando nos ubicamos, es decir, cuando adoptamos de manera parcial un punto de juicio, es decir, desde dónde miramos. 

La belleza clásica, y más aún la griega, buscaban también un cierto origen que trascendiera más allá de lo físico. Ellos, que tanto desarrollaron la filosofía, no es poco gratuito pensar que parte de la conceptualización procuraba un equilibrio entre lo material y lo inmaterial. Como mencionaba antes, la materialidad estaba bastante definida desde la simetría y el ritmo, mientras que lo inmaterial pretendía la búsqueda del equilibrio, como el de la expresión latina de “Mens sana in corpore sano”, pero ésta también tenía su apego en una forma de lo inmaterial presente en la expresión plástica de todo su arte y tenía que ver, otra vez, con una búsqueda más de otro equilibrio. El equilibrio de la luz

La arquitectura, incluso la expresión plástica visible, es un ejercicio de la luz. Desde su conformación más primigenia, la arquitectura es una búsqueda de cobijo, protección y amparo. Esto, sin lugar a dudas y más allá de discernir condiciones y calidades, implica un grado de opacidad, pero, por otra parte, implica un control de la luminosidad, es decir el control de la luz exterior al interior, puesto que de manera natural asumimos una máxima referencia de la luz en el sol, en la luz natural.

Posteriormente, y de manera menos primitiva, encontraríamos el vidrio, una forma moderna de permitir el paso de la luz, sin que el resto de las inclemencias del exterior, afecten al interior. Así, una ventana de manera más precisa podría definirse como un elemento de la arquitectura que cumple la función de transparencia, localizado en una superficie de un muro o elemento ciego, permitiendo que a través de él, haya una entrada controlada de luz y permita la visibilidad entre las estancias del interior hacia el exterior y viceversa. De esta manera es el lugar del contacto visual y, por tanto, cumple una función relacional, vinculando de manera visual el interior con el exterior. Esta relación puede no ser extrema y estará equilibrada a través del control de luz o visibilidad que permitimos.

En esa graciosa alegoría de la casa, al rostro de una persona, la ventana ha representado desde siempre a los ojos, y no gratuitamente, hilando más fino debemos recordar la función que cumple la pupila. Regular la entrada de luz, a través de medir la luz y ajustar el tamaño de la pupila. A más luz, menor apertura, como la lógica misma de la fotografía, o de una cámara fotográfica, que podríamos decir que no es una metáfora o alegoría sino directamente una copia. Desde allí, podemos seguir con la metáfora acerca de la apertura y cierre de los ojos y su relación interior-exterior, pero dejando de lado las metáforas, lo cierto es que los “cierres” de las ventanas no son iguales en todas partes y no se utilizan de la misma manera. 

El efecto de espejos de una cámara reflex, captado a través de una fotografía de visualización

En España, por ejemplo, nos creemos los inventores de la persiana, puesto que su uso, cierto es, está muy generalizado en el país con respecto al resto de Europa, pero no es menos cierto que tenemos el mayor nivel de luminosidad, el mayor número de horas de luz, pero sobre todo, un falso cambio horario respecto a nuestro huso real que nos obliga a prolongar actividades naturalmente de descanso o penumbra, en horas de luz.

Explicaciones aparte, es real que en Noruega, Finlandia o la Patagonia, no hay hábito de colocar persianas en las ventanas, pero no es poco cierto que en Grecia, Japón y Venecia, que están más o menos a nuestra misma latitud, también encontramos formas distintas de una búsqueda de control de la luz y la visibilidad. Por esto, probablemente, es más acertado pensar que la persiana o la mallorquina no tienen tanto que ver con el hecho de conciliar el sueño en horas de luz, sino con cuánto queremos abrir nuestro interior privado o íntimo al exterior público, o en su defecto, cuanto queremos enterarnos de lo que sucede fuera, sin ser vistos ni escuchados, es decir que finalmente, es cultural.

Venecia, cuna de las “venecianas”, en donde paradójicamente lo que más se ve son contraventanas.

Si la relación de la luminosidad, su paso por la penumbra y el cierre que implica la protección o lo cercano a una oscuridad es cultural, desde esa contundencia que la arquitectura, como arte, busca conceptualizar, me aventuro a pensar que en el equilibrio que se logra en el manejo de la luz, podemos acercarnos a un proyecto de arquitectura que, finalmente, “funciona”.

La ventana puede ampliarse y ser tan grande que ocupe un paño entero de un edificio, puede ser la cubierta en sí misma e incluso puede ser un tabique interior perforado que, sin ser ventana propiamente dicha, nos provoque sensaciones de contacto con el exterior, de hecho siempre he pensado que los acuarios empotrados en las paredes, en los restaurantes chinos, son una mentira declarada para que pienses que es una ventana de un local bajo el agua. 

Haciendo referencia a esa búsqueda ya mencionada de la belleza como concepto en la cultura griega, el edificio del museo de la Acrópolis, obra de Bernard Tschumi y Michael Photiadis, es un portento de espacio. Localizado a escasos 300 metros de la Acrópolis, el edificio pretendía albergar una parte especial de la colección de piezas de la Acrópolis. Digamos que pretendía ser su “museo de sitio”. Determinada la parcela, hecho un primer concurso, adjudicado y empezando la construcción, se descubren importantes ruinas en las primeras excavaciones, lo que obliga a una nueva convocatoria que incorpore el rescate y puesta en valor de las ruinas encontradas, a lo que el partido del proyecto lo asume como un espacio independiente incluso de manera administrativa, y desarrolla un edificio que flota sobre las ruinas. 

Imagen interior museo, rampa central.

En su interior  resuelve el recorrido de la colección con una mezcla de rampa y salas  abiertas, fundamentalmente, a la entrada de luz natural, para beneficiar la gran cantidad de obra escultórica que se exhibe. Es un edificio que resuelve en un recorrido tan cómodo para la lectura de la colección que pasa desapercibido como contenedor. Hay momentos en que la percepción llega casi a lograr una inexistencia de edificio “volumen”, muy probablemente, por el grandioso equilibrio de la función “ventana”, objetivo de la cita.

En medio del edificio se plantea lo que vendría a ser una “ventana horizontal” a manera de un entrepiso, lucernario que no solamente conecta de manera vertical la luz del edificio sino que permite la relación visual entre dos de los espacios centrales y fundamentales del museo. El remate es una tercera planta “mirador” que, marcando una alineación paralela a la Acrópolis, se desmarca del propio edificio, también por una distinta presencia de materialidad, aparentando no solamente una independencia volumétrica, sino permitiendo una contemplación frente a frente. Insisto, cito el edificio y este ligero análisis por incidir justamente en la potencia de la relación de la luz en la arquitectura.

Imagen de la planta alta del museo, mirador de La Acrópolis.
Mario Hidrobo

Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital