La puerta como elemento arquitectónico

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Cuando nacen las ciudades se transforma la percepción de la intimidad en una fractura que no tendrá vuelta atrás. No obstante, lo importante, la intimidad como percepción humana, siempre ha estado y permanecerá.

Originalmente, existía el mundo nómada. Las personas de un conglomerado humano, viajaban sin destino haciendo su vida, recolectaban frutos y cazaban. Eventualmente se detenían en lo que entenderíamos como unos proto-campamentos. Éstos, que tenían características muy comunitarias, no estaban divididos en familias y, el entrar y salir de lo que entenderíamos “una tienda” era relativo.

No existía una condición clara y definida de interior-exterior. Por un lado, por las características de esta vivienda itinerante y por otro, por la actitud de sus propios ocupantes, que en una postura bastante comunitaria vivían en una relación interior-exterior sin demasiada preocupación. El supuesto exterior inmediato de la tienda era fiable.

Con la consolidación de la ciudad, la tienda algo improvisada e itinerante toma suelo fijo y se transforma en “la casa”. Entonces, esas divisiones de percepción ambiguas, se vuelven radicales y definitivas. En el interior de la casa podremos estar resguardados tanto de las inclemencias del tiempo, como de los peligros del exterior. La casa marca el concepto de privacidad, por no decir, el inicio de la propiedad privada.

La explicación es breve, pero la transformación tanto sociológica como urbana y arquitectónica de lo explicado nos ha llevado siglos y aún hasta la actualidad seguimos, sino construyéndola, representándola en un camino que nos ha llevado desde lo físico monumental hasta lo simbólico virtual.

La puerta, simbólicamente, es un elemento arquitectónico que ha tomado toda la fuerza de esta metáfora planteada. Desde el incipiente elemento arquitectónico que se incorporó a la transformación individual de la tienda comunitaria en la casa particular ha venido evolucionando sobre la base de dos conceptos fundamentales: el reconocimiento de pertenencia a un grupo determinado, puertas adentro, llamémoslo elemento identitario y a la vez discriminatorio, puesto que asevera que quienes están fuera de la puerta, serán distintos a los de dentro. Y, por otro lado, un sesgo territorial, que como mencionaba antes, tiene que ver con, cómo se entiende la propiedad.

Hemos construido murallas para marcar los límites de la ciudad, para saber quienes nos reconocíamos como ciudadanos y nos acogíamos a unas normas determinadas, tanto para gozar de una protección y reconocimiento “intra muros” como para diferenciarnos de la barbarie del exterior y, todo esto, en un momento literal y en otro metafórico.

Las murallas se cayeron y en la ciudad contemporánea nos han quedado varias puertas urbanas en rotondas o en condición de monumentos que han marcado una presencia, justamente de observación testimonial del paso de la historia, a más de reconocidos hitos urbanos, mostrando que esa “metáfora de lo urbano” permanece, tanto que, incluso en la actualidad, para honrar a un visitante le entregamos las “llaves de la ciudad”.

La Puerta de Brandemburgo, Berlín. Una de las puertas testigo de renombrados hechos de la historia contemporánea
La Puerta de Brandemburgo, Berlín. Una de las puertas testigo de renombrados hechos de la historia contemporánea

La puerta como elemento arquitectónico y más allá de manillas, bisagras, goznes y quicios, más allá incluso de la metáfora de la identidad y la propiedad, representa un elemento que habla de nuestra característica dialéctica por antonomasia.

Como seres humanos, quién mejor se acercó a este concepto fue sin duda Walter Benjamin, quién plantea el libro de los pasajes como un acceso de un plano reflexivo en el que desde la dialéctica marxista comprende el siglo XIX como una infancia de la vivencia urbana, que camina hacia su adultez en el siglo XX. Benjamín, de hecho, llama al libro de los pasajes (en español) como “The arcades proyect”, en donde el concepto de la Arcada, justamente, se apega a un lugar mágico de “puerta de paso entre dos dimensiones”, entendiéndose que las arcadas eran los espacios bajo el umbral, en el que se colocaban originalmente las máquinas de juego, un lugar de juego entre la realidad de la calle y la fantasía del interior de la taberna. De alguna manera, asumiendo el juego como una actividad alegal, entre la intimidad interior y la vida extrovertida de lo urbano.

“La prehistoria del siglo XIX que se refleja en la mirada del niño que juega en el umbral, tiene un rostro totalmente distinto al de los signos que la graban sobre el mapa de la historia”

Libro de los pasajes. Epístola nº 66. Benjamin a Grettel Adorno. Paris, 16.8.1935, p. 935.

Benjamín consolida una asociación entre el concepto “puerta o pasaje” en un lugar de paso desde una condición más ingenua o pura, representada por el niño, a una realidad más dura o actuada de la edad adulta. Posteriormente, y de manera más general, el libro de los pasajes asociará no solamente desde el materialismo dialéctico los cambios y evolución del París del siglo XIX y sus diferencias al XX, sino analizando el pasaje en sí mismo como un elemento arquitectónico, producto de esa ciudad y de ese momento,

“Las imágenes dialécticas, entendidas como modelos, no son productos sociales, sino constelaciones objetivas en las que la situación social se representa a sí misma”

Libro de los pasajes. Epístola nº 63. Adorno a Benjamin. Horberg im Schwarzwald, 2.8.1935, p. 931
Santorini, Grecia. La puerta como elemento sencillo de una arquitectura humilde
Santorini, Grecia. La puerta como elemento sencillo de una arquitectura humilde

Llegará, incluso, a un análisis de la ciudad de manera integral y alejado de lo epistemológico, planteará subjetividades a través de las cuales explicará, de manera casi premonitoria, niveles de comprensión de lo urbano y su complejidad sociológica que siguen siendo de gran valor a día de hoy.  Benjamin, a partir de su análisis de las subjetividades, de entender el pasaje parisino y berlinés como una puerta de paso a otra dimensión, planteará la comprensión de la ciudad a manera de un palimpsesto en el que se sobreponen capas, considerando, muy alejado de lo científico, valores como la sublimación, los sueños y el viaje urbano como acción política. Todo esto será una contribución capital a la internacional situacionista.

El escritor Jorge Carrión ensaya Barcelona, el libro de los pasajes, una bitácora de un experimento de errabundeo urbano a través de los 400 pasajes que existen en Barcelona y que Carrión recorre uno por uno, usándolos como una puerta de conexión entre la ciudad informal, la vida cotidiana de legendarios propietarios e inquilinos, vendedores, oficios, gente con memoria, que almacena lo que realmente es la ciudad y que reniega a esa superestructura urbanística inmobiliaria, que nos siguen queriendo vender y que, en el fondo, seguimos comprando.  

Mario Hidrobo

Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital