Ninguna acción planificada llevada a cabo por una minoría que decide y que afecta de manera generalizada a la población puede ser neutral; siempre surgirán situaciones de conflicto, grupos humanos que se beneficien de esas decisiones, y otros que salgan perjudicados. Situaciones que se deben resolver de manera anticipada, durante y a posteriori de dicha actuación. Para poder actuar de la forma más neutral posible y que minimice el conflicto o posibles desatenciones es necesaria una voz y representación de todos los posibles actores.
No es ningún secreto que la representación de la mujer en las altas esferas tanto políticas como económicas se ha mantenido siempre, de manera forzada, en cifras mínimas. Esto no es ni más ni menos que una exclusión. Podemos imaginar que sin representación que vele por los intereses de un fragmento de la población, esos testimonios que construyen cambios en la sociedad quedan desatendidos.
Esta exclusión no es sólo consecuencia indirecta de la infrarrepresentación. La planificación urbana siempre ha sido herramienta del poder desde que las ciudades son ciudades. En este juego, siempre ha habido prioridades.
Últimamente son muchas las personas que comienzan a preguntarse cómo sería una ciudad que tuviese en cuenta a todos los niveles a la mujer, pero para ello es necesario analizar los diferentes contextos, ya que según las posibles diferentes situaciones existen unas prioridades:
En lugares que han sufrido la violencia de un conflicto y que se perpetúa y aumenta durante el postconflicto, (casos que tengamos cercanos a nosotros serían por ejemplo algunos países Latinoamericanos), la violencia de género y violencia sexual son sin duda una gran lacra social que afecta al desarrollo humano, la salud física y psicológica de las mujeres y las niñas. Esto repercute en todos los aspectos de la vida, como educación, vida laboral, y como consecuencia, representación política. La invisibilización de la violencia dentro del hogar o los abusos sexuales en los centros escolares (que no quedan exentos) provocan, por ejemplo, que las mujeres desistan de participar en organizaciones específicas para ellas, o tener un trabajo remunerado, o que las niñas abandonen los estudios. Las consecuencias de esto para el desarrollo de la sociedad en su conjunto son terribles, y alimentan los círculos de subdesarrollo, pobreza y por tanto, desigualdad.
Las prioridades entonces son asegurar hogares sanos y ciudades seguras, que permitan el desarrollo de mujeres y niñas, su salud y educación. Recorridos seguros en la ciudad, espacios de intimidad para el desarrollo, lugares de higiene separados por sexos, espacios de juego y socialización cercanos, seguros y al aire libre, visibilización y persecución de la violencia contra mujeres y niñas tanto en el espacio público como privado, etc. Todo ello acompañado siempre de capacitaciones e incentivos que las apoyen en auto-organización y gobernanza, formación y apoyo psicológico.
En nuestro contexto europeo y más concretamente español, donde las cifras de violencia no son comparables con las anteriormente descritas, y donde la mujer hace más de 30 años que irrumpió en el mundo laboral y universitario con fuerza y tenacidad, las problemáticas en relación a la estructura de las ciudades viene derivada de los usos que cada grupo humano hace de ella. Las mujeres ahora concilian hogar y trabajo con una sobrecarga de actividad en desigualdad aún respecto a los hombres, adquiriendo la sociedad una deuda de tiempo hacia el género femenino que se visualiza poco y se valora menos.
Y no estamos hablando sólo de la maternidad, sino de la estructura que soporta la responsabilidad social de cuidarnos unos a otros sin lo cual no se podría vivir. Las ciudades rara vez tienen en cuenta de la misma manera a un anciano, una niña, un discapacitado, un inmigrante, que a un hombre sano que se dirige a su trabajo cada día. Es el grueso de la población femenina el que ha asumido tradicionalmente los roles de cuidar a esos niños, ancianos, y a toda persona vulnerable.
Por lo tanto tenemos ciudades capitalizadas que valoran lo productivo, simbólica y cuantitativamente vinculado al hombre con aquello que no se puede materializar en términos económicos (lo que hace que también sea menos valorado). El urbanismo feminista busca, no sólo tener en cuenta a la mujer en la representación y la toma de decisiones que vele por sus intereses, sino usar el gran bagaje aprendido de esos roles impuestos para buscar ciudades más incluyentes para todos.
Ser consciente de que los ancianos necesitan puntos de descanso cada equis metros, que los niños necesitan espacios de juego sanos y seguros, que la separación radical de usos potencia la polarización de las actividades de cuidados y laborables aumentando brechas y desigualdades de género, etc, son pequeños cambios en las ciudades que suponen un gran cambio para la vida de las personas, y que no se realizan porque no se suele dar voz a quienes más se encuentran esas dificultades y barreras invisibles en el día a día.
En España se están tomando medidas muy interesantes desde País Vasco, Cataluña y Madrid. Se puede decir que a nivel español están actuando como avanzadilla, aunque ya con una tradición importante, colectivos como Col.lectiu 6 en Barcelona, Dunak Taldea en Euskadi, y el ayuntamiento de Madrid. Respecto a otros países, los nórdicos nos han llevado siempre la delantera, igual que en otros muchos ámbitos, en introducir la mirada feminista desde este prisma en el planteamiento de sus barrios, ciudades, e incluso, de su planificación regional.
Ana Asensio | Arquitecta |@AnaArquitectura