¿Qué tienen en común Le Corbusier, Hugh Hefner y Anna Puigjaner? Un arquitecto obsesionado con el futuro, un empresario playboy y una arquitecta que indaga en el pasado para reformular el concepto funcional de la vivienda, calan en el imaginario colectivo en tres épocas distintas con propuestas que anuncian la redefinición del espacio doméstico. La máquina para habitar que Le Corbusier desarrolló entre 1914 y 1922, el apartamento de soltero de Hugh Hefner que nace con la revista Playboy en 1953, y la investigación y propuesta Kitchenless City: Architectural Systems for Social Welfare (galardonada con el Wheelwright Prize 2016) de Anna Puigjaner, nos hablan de modelos de vida y producción basados en sistemas políticos y económicos, de momentos de ruptura de las convenciones y dogmas que han derivado en la forma de hacer y pensar la arquitectura, la vivienda y la ciudad. El constructo arquitectónico de la vivienda lleva una carga social.
La maquina para habitar propuso la funcionalidad estructural y espacial en un contexto asociado a la producción en masa de electrodomésticos; la casa funcional lo era también por los aparatos que ayudaban a la mujer en sus labores domésticas. En 1922, el pabellón de «L’Espirit Nouveau» venía a decir que la vivienda se podía estandarizar para cumplir las exigencias de una sociedad que se producía en serie, pero en un contexto social que todavía mantenía el credo de la mujer en la cocina. Veinte años después, la vivienda y su aparataje se proponían como el reducto al que la mujer debía ser nuevamente relegada para cumplir las funciones del hogar después de que el fin de la guerra trajera de vuelta a casa a sus maridos.
En 1953, el proyecto de Hefner con su revista Playboy buscaba ir más allá de la cosificación del cuerpo femenino a través de la inocente mirada de un conejito. La incorporación de imágenes y artículos sobre interiorismo pretendían orientar —o quizás instruir— a sus lectores sobre cómo llevar una vida en soltería. Esta inclusión de la arquitectura interior diseñada para el hombre soltero en las páginas de una revista que en concepto y contenido promulgaba la libertad sexual masculina, siempre dentro del recatado contexto heterosexual, sugería que el hombre salía del núcleo familiar, de la casa concebida para la familia en la que la esposa ocupaba el centro. Playboy supuso un reclamo del espacio doméstico para el hombre, donde éste era el protagonista, siempre en soltería. Sin embargo este doble mensaje es contradictorio, porque aquí lo doméstico no es el de las labores de casa (cocinar, alimentar a la familia, limpiar la casa y lavar la ropa), el Playboy nunca aparece cocinando o pasando el aspirador por la moqueta; el hombre soltero quiere su casa, perfectamente equipada con lo último del diseño minimalista para exponer masculinidad y poder ante sus conquistas. En el apartamento del playboy la mujer es ocasional, entra y sale del espacio doméstico, no lo habita ni lo domina. Como expresa Adélaïde de Caters en su escrito «El espacio como trampa», el apartamento de soltero era una máquina de seducción y deseo.
Cuando se habla de la casa sin cocina resuena una novedad que rompe el esquema tradicional de un espacio que acumula mucho peso cultural y político. Pero, en las investigaciones que realizó la arquitecta Anna Puigjaner para sustentar su propuesta Kitchenless City nos revela que ya a finales del siglo XIX se producían viviendas con servicios colectivos, como la cocina y la lavandería, es decir, que la cocina estaba exenta del apartamento. El trabajo de Puigjaner refiere, entre otras reflexiones, la redistribución de las funciones y la externalización del trabajo doméstico para convertirse en un servicio remunerado. Esta redefinición alude ya no la ruptura del núcleo de la vivienda como centro neurálgico de la familia, sino al del propio sistema de producción que hace pensar más en una comunidad transversal y no de jerarquías. La reflexión incide en pensar la vivienda como un espacio que responda a necesidades variables, de aquí que algunas de sus funciones se entiendan como servicios. Lo interesante es que tanto la máquina para habitar, el apartamento de soltero y la casa sin cocina, representan la construcción política, económica y social de la vivienda. Quizá por esto la “Kitchenless” de Anna Puigjaner, genere dialécticas reaccionarias y resulte, tal y como ella comenta, provocadora.
Hemos llegado a este punto, después de recorrer lo que entiendo como dos de los estandartes para el patriarcado y el poder en arquitectura, al menos para construir su simbología: el futurismo (del que bebió buena parte de la arquitectura moderna) y la cosificación de la mujer en cuerpo y funciones sociales. Todo para que, después de medio siglo, nos situemos en el discurso de la profesionalización de lo doméstico. Lejos de generalizar sobre modelos de producción, modos de vida, sistemas y dogmas, podemos acercar la mirada a propuestas y momentos que han tenido repercusión en la creación de nuestra actualidad, de nuestro imaginario, en la forma que construimos entornos habitables y nos relacionamos con estos espacios desde la perspectiva de género. Estos simbolismos performativos del género y de las funciones que se representan en los espacios arquitectónicos llegaron a latitudes distantes e influenciaron contextos distintos, a pesar de que estaban definidos en contextos y épocas determinados. La industrialización, la modernidad, las guerras, la legalización del divorcio y la entrada de la mujer en el mundo laboral han condicionado la funcionalidad de la vivienda, cuya transformación deriva en la externalización de funciones a servicios, como las guarderías, los comedores, las lavanderías.
Si pensamos en un punto de encuentro con estos tres momentos representativos (la maquina para habitar, el apartamento del playboy y la Kitchenless City) para la concepción de las funciones de la vivienda, encontramos que el modelo del apartamento de soltero fue la contraparte del movimiento feminista y del concepto de la vivienda social. Pero, al mismo tiempo fue catalizador de nuevos conceptos arquitectónicos para la vivienda, como las propuestas de Archigram que hablaban de una desvinculación del diseño de la vivienda tradicional, o la crítica de Archizoom con la No-Stop City a la sociedad de consumo y la extensión urbana. Si el hombre salía del núcleo familiar, la soltería también tocaba a la mujer. La ruptura del concepto de familia tradicional y la apuesta por liberar al espacio doméstico y urbano del peso de género ha sido fundamental para acercarnos a otras posibles realidades, en las que existen modelos de vivienda asociados y adaptados a una diversidad de realidades culturales, económicas y sociales.
En este proceso de superación de los dogmas y costumbres, atados a la cuestión económica y política de las ciudades, la producción de la vivienda refiere una tensión entre estandarización y flexibilización asociada a los ritmos de trabajo, los modelos económicos y los estratos sociales, todo lo cual sugiere cambios, transformación de conceptos y formas de relación. Podemos pensar, además, que la extrapolación de funciones de la vivienda al ámbito de lo urbano, de la ciudad y de lo colectivo contribuirán a establecer mejores condiciones laborales para las personas que día a día hacen de las labores domésticas un trabajo, y de aquellas que aún sin recibir remuneración la consigan por el simple hecho de prestar un servicio. Esto permitirá reconocer y revalorizar social y económicamente un sector invisibilizado secularmente.
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no