El arquitecto Italiano Francesco Boffo proyectó en Odessa, Ucrania, unas escalinatas como parte del pequeño parque que marca la ladera que une la ciudad con el puerto. La escalinata está dotada de un trampantojo que, basándose en la longitud de las huellas de la escalinata, logra forzar la perspectiva para que su ilusión óptica permita que veamos siempre los escalones de manera idéntica en altura y continua en su desarrollo e impidiendo, así, ver los descansillos que son los que absorben, de alguna manera, el efecto de la perspectiva. Esta escalinata ha pasado a la posteridad gracias al cine.
El acorazado Potemkin, película de Eisentein, desarrolla en ella una de sus escenas claves, que es considerada una obra maestra de esta disciplina. De manera argumental, los cosacos disparan contra el pueblo civil para terminar con el apoyo de éstos a los rebeldes. En el acto, una bala alcanza a una madre que deja en el desamparo inmediato a su hijo de brazos.
Para efectos de nuestro provecho, la escena tiene un elemento importante dentro del análisis de personajes. La escalinata es un personaje pasivo, un lienzo en blanco con una carga muy potente de recursos simbólicos que habla por sí sola, una paradoja dentro del cine mudo. Este recurso será en el futuro muy utilizado en el cine, como esos ya clásicos “homenajes” al autor original. Serán muchas las películas y las escenas históricas en escaleras, como ya comentábamos en una entrada específica sobre cine y ciudades en este mismo medio.
¿Dónde nace la escalera?
Hay una pulsión humana en retar o tratar de estar sobre la naturaleza. Probablemente, la misma pulsión que nos ha llevado a cargarnos el planeta, con todo el efecto del cambio climático, pero que, en primera instancia, y en este caso simplemente tiene que ver con la gravedad. No obstante, es honesto reconocer que subir, trepar, siempre, incluso simplemente desde lo geográfico, ha sido una necesidad para nosotros. Subir tiene que ver con conquistar, con mirar desde arriba, una supremacía simbólica que se ve representada desde lo geográfico y cardinal hasta lo inmobiliario.
Tendemos con asiduidad a llamar “arriba” a todo lo que es “norte” y un ático cuesta más que un quinto piso y éste más que un bajo. Estar en la calle, a nivel de la calle, nunca será sinónimo de bienestar, de hecho y en cierto sentido, solemos usarlo de manera peyorativa, y no digamos ya el ir en sentido contrario. Ir hacia abajo, estar en un pozo.
Por otro lado, y de manera espacial, hay una necesidad de optimización del espacio que tiene que ver con la ocupación, con la ocupación del “espacio de arriba” y del de arriba y del de más arriba, es finalmente un sinónimo de crecimiento y de conquista.
La escalera como elemento arquitectónico y constructivo, y más allá de metáforas simbólicas, ha sido desde siempre un elemento casi escultórico, o más bien una escultura funcional que ha sido llevada a expresiones inimaginables. Las escaleras famosas abundan en estos días de inmediatez y de compartir imágenes, probablemente una de las más mediáticas, ha sido el gigantesco conjunto de 2.500 peldaños, con 80 plataformas que se eleva 16 pisos en Hudson Yard, el gran proyecto de recalificación de suelo promovido en Nueva York.
Un laberinto “escalerístico”, que sobrepasando los 200 millones de dólares de construcción, tiene la “complejísima función” de servir de referencia urbana y monumento de arte público, que ha tenido que enfrentarse a mucha controversia, la primera como será obvio en el tono irónico de mi comentario, con respecto a su relación de costo – beneficio y su utilidad.
La escalera, como elemento funcional, ha sido parte fundamental de la evolución de la arquitectura. En un principio se pensaría que es de reconocer que sobre inicios del año 1800 se vio atentada su vigencia gracias a la audacia de Burton y Hormer, arquitectos británicos que se atrevieron a subir a veinte personas dentro de lo que llamaron “el cuarto ascendente”, impulsado por una máquina de vapor. Este proto-ascensor que se consolidaría por Otis en la exposición de 1854, en Nueva York, y que a partir de entonces tendría una evolución muy ágil.
En los Estados Unidos eran momentos de crecimiento y gran evolución, los incendios de Chicago de 1871 y Boston en 1872, marcarían una fuerte necesidad de abandonar la madera como material fundamental de construcción y en ello será clave un valenciano, Rafael Guastavino fundador de la Guastavino Fireproof Construction Company, y dueño de la patente de las bóvedas tabicadas de ladrillo plano, elemento fundamental, para haber logrado condiciones ignífugas en los edificios e imponer el forjado horizontal como un elemento constructivo, con esto y el mencionado ya, desarrollo del ascensor y a la par de todos los efectos de la revolución industrial, los edificios tendrán una gran seguridad de “tirar hacia arriba”. Pero, un momento, que aquí veníamos a hablar de escaleras.
El caso es que estos sucesos harían que, aunque en algún momento de la historia alguien tuvo la “peregrina” idea de insinuar que las escaleras estaban en extinción, pronto se darían cuenta de que si las construcciones crecían en vertical, la manera de evacuar en casos de incendios sería por escaleras ventiladas, es decir exteriores y con ello se daría otro gran escenario, ahora romántico, al cine.
Las escaleras, en la arquitectura contemporánea, han tomado un matiz de seguridad, que se ha sumado ya a su asentado concepto de “escalada” y de jerarquía, que más que un símbolo nos han dado una jerarquía de costos, que lo inmobiliario no perdona, no obstante personalmente pienso que siempre nos quedará Cortazar y todo lo que nos puede surgir y reflexionar a partir de sus instrucciones para subir una escalera e instrucciones para subir una escalera del revés.
Mario Hidrobo
Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital