Metrópolis, el 10 de enero de 1927 se estrenaba el film en la gran pantalla alemana. En el siglo XXI, luego de su reconstrucción en el año 2001 fue declarada por la Unesco como «Memoria del Mundo» por ser «testimonio artístico del cine mudo alemán». Para la época, el escenario mundial hablaba de muchos de los argumentos que Thea von Harbou desarrolló en el guion, los cuales fueron retratados magistralmente con una buena carga de expresionismo. Lejos de la sombra ideológica que cayó sobre la película, es justo valorar la capacidad de representación de una obra que retrató entonces un futuro 2026 en casi todo su espectro, incluso el social.
En cuanto a imagen, metáfora y simbolismo, no se trata solo de fábricas, velocidad y rascacielos, sino del retrato de una sociedad que avanza hacia el anonimato, la alienación, la masificación productiva y la estratificación binaria. La ciudad es escenario y al mismo tiempo personaje activo. La ciudad funciona como una máquina y se retrata a través de la velocidad, los turnos del sistema de producción (como el fordista) y la clasificación social. Pero también pone en primer plano el papel determinante de la mujer como precursora del cambio y de las luchas contra los sistemas de opresión y de poder.
Metrópolis, pese a su intención distópica del futuro, muestra un Futurismo (recordemos que el manifiesto Futurista es de 1909) en un estado totalitario y sobre esto derivan conjeturas en torno a pinceladas de un lamentable escenario posterior. Pero, entramos a analizar las metáforas del film al margen de la cuestión ideológica y más cerca de la visión socio-urbana (aunque en determinados análisis son dos asuntos inseparables) a través de una de las escenas clave, cuando el inventor Rotwang muestra el «Ser Máquina» a Joh Fredersen como la réplica robótica o inspiración de Hel.
La idea de llevar la esencia de un cuerpo muerto a la figura de un robot representa la transformación: la muerte de la ciudad, aquella antes de la industrialización. El “Ser Máquina” es la transformación de ese cuerpo urbano, de esa complejidad de carne y hueso en una máquina. Y es que desde la revolución industrial y la máquina a vapor, las ciudades dejaron de ser, en gran parte, de “carne y hueso”. En las primeras décadas del siglo XX, con la mecanización y posterior robotización de todo el sistema productivo se ilusionaban con el furor del futurismo y fantaseaban con infinitas autovías y puentes atestados de autos entre fábricas y rascacielos. Mientras tanto, en las profundidades de Metrópolis vive la esperanza de los que pertenecen a la «Ciudad de los trabajadores», los humanos de la clase obrera, aquella parte de carne y hueso que se sostiene con las creencias y arraigos culturales. Aún con todo la esclavitud se mantiene y refuerza, es decir, los patrones de poder se mimetizan en modelos de intermediación. Metrópolis es una de las distopías del cine que mejor representó nuestra contemporaneidad hace poco menos de un siglo.
El cine como memoria y registro de historia de la ciudad
El registro es una forma de almacenar información, pero también de obtenerla y la aplicamos frecuentemente y de forma natural. Pero también es una técnica controlada para obtener datos de aplicación en distintos ámbitos de producción y de conocimiento. Digamos que observar, más que mirar, es un acto intencionado con una finalidad determinada. En el ámbito científico, las técnicas de observación se basan en teorías y en un sistema metodológico para validar y dar fiabilidad a los resultados que se obtienen de la observación. En el día a día, la observación es una práctica que utilizamos para comprender nuestro entorno y para movernos en el mundo.
La interpretación del mundo llevado al papel, al teatro y la pantalla definen una forma de observación, la mirada al entorno se convierte también en un hecho cultural. Como parte de los elementos culturales en la era de la comunicación; después del cine como séptimo arte, el siguiente paso fue el culto de masas o bien el mainstream con la televisión, que logró acaparar el primer lugar como medio de comunicación de masas y objeto de culto en el siglo XX. Así, las ciudades han quedado registradas en este proceso en el que las manifestaciones del arte se convierten en hechos, y con esto la elaboración de una historia a la que se puede acceder a través de imágenes y sonidos. El retrato de las ciudades a lo largo de la historia en obras literarias, cinematográficas o teatrales nos habla de cuán fuerte es el lazo que tenemos con el contexto y cómo éste nos define culturalmente.
La observación de un lugar pasa de la mirada a la experiencia y con el uso de los sentidos, la comprensión se vuelve una experiencia multicanal en la que se añaden la comunicación y la interacción con todos los elementos que forman parte de ese lugar. Se puede observar desde fuera, sin intervenir, pero también de forma participativa, interactuando pasiva o activamente. La observación en este sentido es más compleja e involucra más acciones que el simple mirar. Esto me permite volver a puntualizar en los matices ideológicos y en las pinceladas que retratan momentos políticos, sociales y culturales en la historia, puntualizar en los períodos a través de las expresiones del arte nos aporta una información más rica.
La arquitectura nos habla de la evolución de las sociedades a través del tiempo, ésta es una expresión más, como lo es el cine o la literatura. Para comprender el presente tenemos que volver al pasado, a todos los registros disponibles. El registro de nuestra memoria artística, cultural y urbana nos permite ampliar el conocimiento del pasado, observar el presente e imaginar el futuro. En todas las manifestaciones del arte encontramos que la ciudad es escenario y personaje activo, al mismo tiempo, estas formas de representación son el reservorio de nuestras memorias y acciones que nos cuentan la historia de las civilizaciones, como la historia que nos cuentan los anillos que se ven en el corte trasversal del tronco de un árbol.
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no