No se puede empezar la casa por el tejado versa el dicho popular. La casa, como todo lo que queremos que esté bien hecho y perdure, se debe empezar por los cimientos.
La cimentación, a lo mejor, es un elemento de la arquitectura que no admite metáforas. Su materialidad es, en sí misma, una textualidad.
Cimentar es poner los cimientos. Es fundar. Es arrancar las cosas bien.
Es ese acto de arranque en sí mismo, el que da el punto cero a una obra, entendiendo la obra como la consecución del proyecto arquitectónico. Probablemente, y hasta podríamos decir, que es parir la arquitectura cuando la entendemos desde la necesidad de un objeto como resultado final. A no ser porque todo el acto en sí mismo de la planificación lo consideramos también parte del ejercicio de la disciplina.
Imagen: cimentación sencilla. Luis Canovas Llopis.
En gran medida, todo acto vinculado al nacimiento implica un paso con determinada mística o magia que genera un inicio, que visto de otra manera es una cima, un culmen que cambia el antes y el después, ese momento dotado de la cualidad que cambia lo pensado e imaginado en una realidad susceptible de ser percibida de manera material.
En la arquitectura, este acto, probablemente asociado a “la primera piedra” de las obras de edificación tiene la connotación de ser el primer paso que cambia un gran cúmulo de abstracciones, dígase ideas, concepto, planos, planificación, a una realidad material que, en gran medida, tendrá condiciones indiscutibles. Y ese momento tiene algo de magia.
El urbanismo, desde su expresión de la fundación de las ciudades, está bastante más estudiado. Podríamos decir que, de hecho, hay autores como Rykwert que han estudiado muy a fondo, y a través de distintas culturas, el acto fundacional, en el que se determina que hay partes de ese acto que son coincidentes en distintas culturas y civilizaciones y que considero que son las que constituyen las partes esenciales de ese paso que antes mencionaba de lo abstracto a lo concreto. De hecho, casi que me aventuraría a precisar que son instancias imprescindibles para lograr esa magia, o que por lo menos, nos han permitido desarrollar unas etapas que, incluso, son trasladables a muchas otras instancias de actos fundacionales.
La primera etapa consistía en los augurios (que no siempre eran buenos). El brujo, sacerdote o conocedor de lo oculto, que con el tiempo comprenderemos que era el origen de la ciencia, determinaba, mediante actos “asociativos”, el mejor sitio donde fundar la ciudad. Se cuenta que, muchas veces, se analizaban animales locales para ver el estado de sus vísceras, con lo que no se estaba haciendo otra cosa que un análisis químico de las condiciones del suelo que permitía proyectar la sanidad tanto de los futuros cultivos como de las aguas. A lo mejor, podríamos comparar este acto -traducido a metodología científica- con los estudios de resistencia de suelo (para una cimentación) o, simplemente,con la visita personal al terreno, en la que el proyectista, de manera visual, constatará factores como vecindades, vientos o soleamiento e, incluso, si nos ponemos más prácticos, los pedidos de informes de dotación de servicios. De alguna manera, y adelantándonos a siglos de evolución de este proceso, podríamos incorporar toda la etapa de planificación, un ejercicio abstracto de imaginar y comprobar las posibilidades de hacer realidad esos elementos imaginados.
En definitiva, podemos argumentar que es indispensable una etapa de ‘Soñar’ para luego poder realizar.
Un segundo momento era el “Inaguratio fundacional”, marcado por la representación y la presencia. Mediante un arado, o similar, se removía la tierra y se marcaban los límites de la ciudad. Se hería el territorio, realizando un tatuaje que imponía o marcaba la presencia, mediante una herida que producía una cicatriz perpetua. Filmicamente podría estar representada por ese clavado de bandera de las banderas en los actos fundacionales colonialistas. Claramente un acto de imposición: Aquí estoy y aquí me quedo, esto no volverá a ser lo de ayer.
Si mantenemos la explicación contemporánea, encontramos varias representaciones de ello, el replanteo en primera instancia, ese dibujar los sueños etéreos y cambiantes de un papel, en el suelo, advirtiendo de lo que haremos realidad. La representación es más violenta, incluso, cuando el gesto de esa “herida” empieza en la retirada de una capa vegetal. Pasa por un movimiento de tierras con maquinaria pesada o llega a la alteración de la geografía en una urbanización. Es cuando ese acto de alteración que tiene que ver con el antes y el después. No solamente es local sino que representa al hombre cambiando el mundo y, además, podría tener que ver, con la manera en cómo hemos echado a perder nuestra naturaleza y la razón por la que ahora estamos sufriendo los efectos del cambio climático.
La siguiente etapa viene dada por una determinada jerarquización del reparto. En el acto fundacional las parcelas estaban asignadas de acuerdo a la jerarquía ciudadana, primero las autoridades, luego los nobles y luego el pueblo con sus oficios. Hay muchas referencias contemporáneas al acto descrito, la naturaleza evolutiva en sí misma de las ciudades es segregadora. Un PGOU, tiene como propósito el establecer un uso del espacio planificado (que no necesariamente adecuado) tanto como una instancia de “plan de usos” de un desarrollo urbanístico. El caso es que en todos se encuentra la misma premisa: establecer un orden propositivo que, generalmente, tiene algo de estructura jerárquica de usos que termina siendo una escala de poder, es decir, organizamos el espacio en un orden que permite controlarlo. Evidentemente, esto será el germen de la plusvalía y de todos los efectos del centro y la periferia, con todas las consecuencias que, a día de hoy, ha tenido en las ciudades.
Era entonces el momento de la consagración y el sacrificio, dos actos que sobre todo en su esencia se correspondían con la celebración y la gratitud, era buscar una manera de pagar a “alguien” por lo obtenido, devolver, de alguna manera, y celebrar dicha obtención. Probablemente, en la cultura occidental es la parte del ritual fundacional que más hemos dejado de lado. No obstante, en otras culturas como la Andina, aún se conserva el “wasipichai”, ceremonia mediante la cual los vecinos y familiares de los dueños de una casa nueva, concurren a una fiesta de limpieza, en la que se entregan regalos simbólicos, entre otros y con la cristianización del ritual, una cruz de metal a manera de pararrayos que la familia coloca en la parte más alta del tejado, todo esto como preámbulo a una gran fiesta de inauguración de la casa.
Estos pasos, vistos más allá del proceso constructivo, insinúan una determinada mística, quiero pensar que acertadamente el proceso de nacimiento de algo, demandan esa condición de cualidades que le dotan de un carácter a lo inmaterial, mediante el que le incorporamos a una vida cotidiana humana, es decir que de alguna manera intentamos que se parezca a nosotros, intentando dotarla de alma.
Mario Hidrobo
Arquitecto y Urbanista (1992). Con estudios y experiencia en Rehabilitación Patrimonial, Accesibilidad, Movilidad Urbana Sostenible, Cooperación al Desarrollo y Cultura digital, temáticas que aborda tanto en lo práctico como desde la docencia. Actualmente, actúa como facilitador de conciencia territorial, encargándose de procesos de Participación ciudadana digital