Steven Johnson abre su libro “Las buenas ideas” con una anécdota sobre Darwin, los principios elementales de la evolución y cómo Darwin los encontró en sus peripecias a bordo de Beagle (fundamentalmente en las Islas Galápagos).
Después, como es costumbre en este autor, de manera tan amena, hace una introducción de carácter histórico-anecdótica a Max Kleiber: científico Suizo y uno de los primeros en marcar esa ruta que algo después sería tan repetida por las fugas de cerebros europeos a Estados Unidos a causa del asedio nazi, especialmente judíos.
El caso es que un Kleiber muy joven aterrizó en California, donde centró sus intereses en la agronomía, protagonizando interesantes investigaciones acerca de las relaciones entre la masa de los animales y sus procesos metabólicos: temas que por intereses industriales y específicamente alimenticios eran fundamentales.
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Ley de Kleiber y la proporcionalidad
Las primeras conclusiones no fueron extrañas, ver la proporcionalidad de la masa de una abeja con relación a la duración de su vida es casi obvia en relación con la de una vaca o una ballena.
En general, las proporcionalidades directas siempre nos son bastante fáciles de comprender y de asumir, aunque en diferentes escalas. De hecho, nos parece que se encuentran dentro de lo que llamamos el sentido común.
Pero Kleiber se interesó más en los procesos metabólicos, y sus investigaciones le llevaron a comprender que no existía una relación directa entre la masa y los procesos.
De hecho, Johnson, en sus explicaciones, hace referencia a un ejemplo que permite comprender todo esto de manera clara: si un caballo tiene 500 veces la masa de un conejo, el corazón de éste no late 500 veces más rápido.
Este detalle llevado a la profunda investigación le permitió definir que la proporcionalidad de esta relación estaba basada en un algoritmo matemático que se correspondía a la “escala de la cuarta potencia negativa”, de tal suerte que si representamos en un gráfico esta relación entre distintos seres vivos se genera una línea ascendente que equivale a la representación del logaritmo de la tasa metabólica en función del de la tasa de su masa.
De tal modo que, como apuntaría posteriormente George Johnson (investigador y divulgador científico) podríamos entender que el número de latidos en todas las especies es el mismo.
La escuela de Chicago y la ecología urbana
En la década del 20 al 30 del siglo pasado, Chicago atravesaba una de los peores momentos en su historia producto de varias circunstancias que en ese entonces se podrían resumir en conflictos étnicos.
Sin embargo, a día de hoy podríamos verlo con algo más de complejidad: por un lado, estaban aquejados por una potente inmigración afroamericana de los estados del sur, que se encontraban en competencia con irlandeses y otras nacionalidades por empleos precarios, especialmente en industrias cárnicas.
A esto había que sumar a los retirados de la Primera Guerra Mundial; la implantación de la mafia como un orden paralelo que funcionaba sobre la base de la delincuencia organizada y, todo esto, en un marco urbano de hacinamiento.
En general, la ciudad estaba sumergida en un amplio abanico de problemáticas, de las que a lo mejor la única ventaja la tomaría la Escuela de Sociología de Chicago, puesto que emprendieron una serie de investigaciones que procuraban comprender las relaciones existentes entre esos grupos humanos, antes nombrados, y la fenomenología criminalística a la que se veían avocados, mediante trabajos de investigación etnográfica.
Producto de esto, todos sus estudios darán como resultado lo que a posteriori se conocerá como el nacimiento de la ecología urbana, disciplina que centra sus intereses en la relación de los individuos y su entorno y la manera como estos reaccionan a sus transformaciones.
Si la ciudad, en todo caso, es el mundo que el hombre ha creado, es también el mundo en el que está condenado a vivir.
Así, de manera indirecta y sin una conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el hombre se ha rehecho a sí mismo.
Robert E.Park.
Geoffrey West y la inteligencia colectiva urbana
La ley de Kleiber, junto a esta clara tendencia nacida en la escuela de Chicago, dará como resultado las investigaciones de Geoffrey West, quien se interesó en comprender si la ley de la cuarta potencia negativa se cumplía en las ciudades: de alguna manera, estaba comprobando si los procesos metabólicos de la biología regían para la ciudad.
Esto implicó que tomase muestras comparativas de recursos, productos, insumos y circunstancias socio-ambientales y que se procesaran los datos a fin de verificar que, efectivamente, la ley se cumplía. Es decir, que la magnitud de las ciudades mantiene la proporcionalidad de la ley de la cuarta potencia negativa respecto a la velocidad de su crecimiento y, por tanto, de su gasto de energía.
Estas investigaciones son trascendentales en estos días, ya no solamente para saber proporcionalidades, sino para comprender procesos y sobre todo ser cautos en los recursos que alterar para reducir consumos.
Además, en su momento, permitieron comprender algo que fue, incluso, más sorprendente y es que los datos, insumos y recursos que tenían que ver con la innovación y la creatividad cumplían la ley pero en un sentido positivo. Esto quiere decir que si una ciudad es 10 veces mayor a otra, tendrá un efecto 17 veces más productivo en este ámbito, es decir, que son innovadoramente más veloces y esto es resultado de dos elementos básicos: la mayor población genera mayores encuentros casuales entre personas, que generan mayores y mejores ideas. Esta, sin duda, es una de las mejores definiciones de inteligencia colectiva urbana.
La terminología participativa
Y aquí es dónde quería llegar. Desde hace algunos años, este recurso ha sido uno de los principales elementos de la construcción de la ciudad. Los encargados de las interacciones sociales, que a final de cuentas son la materia fundamental de la construcción urbana, han desarrollado estrategias para que esos encuentros humanos, que protagonizan los cambios en la ciudad, estén alimentados de la participación de los habitantes de las ciudades.
Pero puesto que no es una ciencia exacta, sino lo que podríamos definir como experimentos controlados de experiencias urbanas; estamos en un momento en que esas redefiniciones pueden llevar a determinado nivel de errores tanto en la conceptualización como en la práctica, y puede ayudar el definir el uso adecuado de la terminología participativa idónea para cada caso desde la práctica.
Este desarrollo ha comenzado con la definición de procesos y un decálogo de términos que, a demanda de instituciones y proyectos se ha ido transformando al cabo ya de más de una década, lo cual ha permitido ir decantando en una especie de sistema de buenas prácticas vinculadas a los procesos de participación y construcción de la ciudad.
De esta manera, en una nueva entrega pondremos a vuestra consideración, este sencillo y experimental acercamiento a las prácticas de la participación.
Muchos de los procesos de participación ciudadana implican la incorporación de metodologías heterodoxas de acercamiento a las poblaciones implicadas, una de ellas las prácticas cartográficas como técnica de dinamización.