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La esperanza de vida en los países del primer mundo está sobre los 80 años, esto quiere decir que por promedio, la sociedad actual de determinadas características, vive hasta esa edad. Esto no solamente nos ubica dentro de un grupo social alto y tecnológicamente protegido y evolucionado, también en la ilusión de ser un miembro de esa esperanza. Además de todo ello, nos permite poner en escala y proporción nuestras preocupaciones. No sería sino poco cierto que a nadie le dan una hipoteca para 80 años ni para 120 y tampoco es poco cierto que a nadie le preocupa qué hubiese sucedido si la Guerra Fría no hubiese existido. Las cosas, queramos o no, nos permitimos pensar a corto mediano y largo plazo, dependiendo de una proyección que es de alguna manera una realidad. Pero si hacemos el ejercicio de pensar en una escala más amplia, podemos tener conclusiones muy rápidas. No habríamos llegado donde estamos si no fuese por la imprenta, por la penicilina, por las guerras inclusive. Y a la visual retrospectiva que permite esta reflexión, aún le podríamos llamar escala moderna, incluso civilizada.
¿Y si prestamos atención a una escala mucho más amplia, digamos que de especie?
Las conclusiones pueden ser mucho mayores.
No estaríamos aquí y de la manera que estamos, si la división entre sedentarismo y nomadismo no se hubiese dado. Sin embargo, debemos ser conscientes de que tenemos aún mucha mayor herencia de nómadas que de sedentarios. Si pensamos en una línea de tiempo de la evolución humana, llevamos de hecho una diferencia de más de cuatro millones de años.
Gráfico manipulado sobre original en www.tes.com
Cuando hablamos de evolución, hablar de mil millones de años es un momento, los saltos que transcurrieron en esos cuatro millones de años fueron claves y las situaciones que generaron estructuralmente pasos evolutivos están claros.
El desarrollo de la tecnología lítica, permitió que podamos cazar a distancia, esto a simple vista parece una nimiedad, pero fue todo un proceso que alteró los sistemas sobre la base de los cuales se desarrollaba la incipiente humanidad. La cacería a distancia, nos permitió una franca diferencia sobre los animales salvajes, eso nos desmarcó de la resignada dieta de cereales y vegetales y permitió la incorporación de la proteína animal en la dieta humana, la misma que fue la protagonista de los mayores avances intelecto-cognitivos que nos permitieron un desarrollo cerebral que tenemos a día de hoy.
Todo esto en busca de una mayor tranquilidad, la seguridad de tener un techo que nos aguarde del tiempo, alimento para varios días, etcétera.
Esta tecnología, permitió también la división del trabajo, quienes eran más virtuosos para una motricidad fina, se dedicaron a la talla de piedras para hacer puntas de lanzas y armas en general y quienes tenían una mayor fuerza bruta desarrollaron la puntería para especializarse en la caza, la motricidad fina estaba también relacionada con el desposte de animales y con ello al aprovechamiento de las pieles en la confección de prendas de protección. Toda una cadena de especialización de roles, basada en las habilidades que demandaba una nueva organización, en definitiva el germen de una especialización del trabajo. Estos cambios en el desarrollo humano generaron en el ser humano un posicionamiento ético, considerar que podía dominar a la naturaleza y este sería el motor de que desarrollara la domesticación de los animales y las plantas, con ello la agricultura y la ganadería, tecnologías éstas, que alteraron los procesos productivos y por tanto el orden social. Todo esto unido, provocaría como consecuencia la alternativa organizacional que daría como resultado el nacimiento de las ciudades. Estas características, a su vez, son lo que define a una tecnología como disruptiva, es decir que supera lo anterior en una cualidad y rotundidad, que no permitirá que lo anterior vuelva a ser tal cual. Así pues, las ciudades nacen con el afán de fundar el sedentarismo dándole un asidero espacial a toda esta nueva teoría y práctica de un orden económico y social. Otra vez, y con mayor acierto, haciendo de las ciudades ese asidero de la seguridad, el reconocimiento social entre vecinos, la convivencia como aldea y el sitio de la protección y el abrigo, distinguiéndose de la periferia, entonces extramuros, en donde se alojaba la incertidumbre y la barbarie.
Antes de Gutenberg, las litografías y pergaminos eran copiados mediante trabajo administrado generalmente a través del clero, con monjes que en muchos de los casos no sabían leer lo que copiaban. Esto, como es obvio, era parte de una estrategia del control del conocimiento y por tanto del pensamiento y por efecto del desarrollo intelectual. La imprenta y la posibilidad de producción, si se apura “industrial” de libros, permitió democratizar el conocimiento y aunque sea en muchos casos, de manera clandestina, facilitar la distribución del pensamiento. Finalmente, una forma incipiente de transmisión en red y una tecnología disruptiva más. Una libertad más, que en este caso alteraría la transmisión del conocimiento.
Tanto el boom de impacto de estas tecnologías como en su desarrollo hubo alteraciones profundas del trabajo, el espacio y la sociedad y éstos a su vez no eran más que representaciones del poder, un poder político que poco a poco fue encontrando lenguajes mediante los cuales expresarse y mantener órdenes de control sobre la población y la producción.
La máquina de vapor y todo lo que vendría de la mano de la Revolución Industrial, lo tenemos bastante conocido, y como es obvio coincidiremos en que la potencia de sus cambios, evidencian de manera dramática la fuerza de la disrupción como momento de avance tecnológico. Empezamos a producir realmente en serie, y en grandes producciones, lo que nos determinó una división radical de roles, clases, economías, continentes y países y con esos recursos nos enfrentamos como humanidad a dos guerras mundiales, y una guerra fría, qué sin pretender justificar, fueron un impulso bestial de la aplicabilidad de la tecnología—esa tecnología disruptiva—a lo bélico y luego a la cotidianidad. En aras de fortalecer la seguridad, la tranquilidad y esos mismo principios que venimos narrando desde un inicio, pero ahora en una escala mayúscula.
Producto de esto, la tecnología dio un salto abismal con la llegada de la tecnología digital. Como hemos visto antes, en todos los saltos tecnológicos, ha habido elementos comunes. La disrupción de la tecnología ha provocado que reorganicemos los sistemas productivos en aras de un propósito casi siempre indiscutible, llevarnos el pan a la mesa, con seguridad y a través del control de la naturaleza—producción—y un determinado progreso basado en lo cuantitativo antes que lo cualitativo, o bien saltos como el de la escritura o la imprenta, que nos permitieron potenciar la difusión del conocimiento en empresas que a través del tiempo permitía avances en lo social.
La tecnología digital es una tecnología disruptiva que ha llegado para, en menos de 20 años, habernos provocado cambios en sistemas productivos, de conocimiento y sociales que no los habíamos tenido en siglos.
Venimos con un sprint que arrancó con las investigaciones de ARPAnet y la Word Wild Web de Tim Berners, a finales de los sesenta, la liberación de la web como red pública de los noventa, el hipertexto y la creación de Google y los sistemas inalámbricos de transmisión de datos (Wi-Fi , wireless internet receiving capability) antes del cambio de siglo, para entrar en una vertiginosa evolución de la web, desde el incipiente 1.0 casi privado e institucional, pasando por la web 2.0 como un sistema ya social para llegar ahora mismo al internet de las cosas y la web semántica denominada web 3.0
Y todo esto a la vez y con un mensaje de alerta de la sobrepoblación mundial y la crisis de los recursos naturales que empieza a afectar dramáticamente los órdenes sociales y políticos en una desestabilización nunca antes vivida.
Toda la seguridad, perdurabilidad y estabilidad por la que habíamos trabajado como especie por siglos, hoy, desde hace tres meses se ve atentada por una pandemia en la que el orden biológico y la naturaleza, nunca mejor dicho nos está explicando que los equilibrios se han roto, se ha roto la dimensión de consumo de las ciudades, se ha roto la relación de recursos naturales del planeta, se ha roto la dimensión de salubridad que nos sostenía a todos.
Los cambios productivos que ha provocado la tecnología digital y las alteraciones de orden social que han implicado un nuevo orden de características antes no conocidas, entendidas ni aplicadas nos han conducido a una modernidad líquida, en palabras de
Zygmunt Bauman, en el que vemos escurrirse en la mano toda nuestra cotidianidad. Toda la estabilidad y la seguridad que nos había costado siglos estructurara, se ha volatilizado en un par de décadas, ojo, no se ha esfumado, no es que sea inexistente. Está, todos los valores que teníamos antes siguen presentes, solamente que han adquirido una condición de volatilidad, un cambio de naturaleza de perdurabilidad que los vuelve inestables, cambiantes y en medio de esa circunstancia, nos vemos abocados a aprender a vivir en la incertidumbre.
La tecnología digital, por sobre todas las cosas es reingeniería de procesos, muchos de ellos van ya con un par de décadas transformándose.
La música, por ejemplo, ha pasado en muy poco tiempo, de ser un privilegio a disfrutar en espacio públicos a ser llevada a casa, a disfrutar a demanda, a una multiplicidad de formatos, a un servicio de escucha y terminar en una libertad de producción y distribución que ha roto totalmente varios modelos de negocio y que catapulta aún más a nuevos modelos narrativos no solamente los formatos, sino que abren el abanico de posibilidades a la creación, por encontrar un lado optimista. Pero no es todo bueno.
En una de las últimas entradas a su blog, José Saramago (2013) acentuaba que no hay necesidad más grande en estos momentos que pensar, hacer filosofía, el peligro más grande es que nos hacemos dogmáticos de la opinión fast food, según Marina Garcés, fenómeno muy de Redes Sociales, y eso nos convierte en un rebaño políticamente muy manejable y socialmente muy dependientes, de esto el neoliberalismo sabe mucho y ha sacado partido al máximo. Sin embargo,l en profesiones y oficios como el urbanismo y la arquitectura, se está aún trabajando en una total reinvención, como decía antes en una reingeniería de procesos que nos está apartando de las reflexiones y los referentes convencionales que habíamos mantenido por mucho tiempo acercándonos cada vez más esa reingeniería de procesos, empezando por el del pensamiento, y es justamente alrededor de esto que Hashim Sarkis, curador de la décima séptima edición de la Bienal de Venecia, ha lanzado la pregunta ¿cómo viviremos juntos?, la cual hasta hace nada tenía una gran trascendencia que creo que ha tomado un rumbo diferente en los últimos dos meses, con un acontecimiento de dominio global que ha descolocado todo.
Video corona virus case bar rase, fuente: OMS.
Slavoj Zizek, recurre a la Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos, narrada en el duelo final de Kill Bill II, para explicar la importancia de lo que estamos viviendo con la crisis de una pandemia global. Lo que hasta antes de ayer era el gran logro de todo el sistema de poder del mundo, la globalización, en menos de un trimestre ha demostrado ser probablemente parte, si no de la causa, si de la expansión en la que estamos sumergidos y no terminamos de ver la salida.
Según Byung-Chul Han, la obediencia, la vigilancia de los regímenes y la cultura autoritaria orientales, probablemente están siendo la diferencia para contrarrestar la pandemia, lo cual asevera la caducidad del sistema imperante y el afianzamiento de la incertidumbre, una característica que nos obliga a enfrentar el futuro con desazón.