Cuando se publique este post llevaremos más de cuarenta días desde que se declaró la pandemia. La crisis sanitaria ha obligado al capital a enviarnos a nuestras casas y ha cambiado nuestras prioridades. Estos días lo público ha sido sustituido por lo doméstico y los trabajos productivos han cedido protagonismo a los reproductivos (trabajos, por otro lado, asociados a la mujer y a los estratos más vulnerables, siempre invisibilizados y mal remunerados). El periodo de confinamiento nos ha obligado a aminorar las labores productivas para prestar atención al autocuidado, a la atención de nuestros hijos, de nuestras parejas y de nuestros mayores. Y es que esta crisis será recordada por haber tenido lugar en el campo de los cuidados. Los “héroes” de esta crisis son educadores y educadoras, personal médico, trabajadoras domésticas y sector terciario en general. Ellos son los que se están poniendo en peligro, ellos son los que están garantizando nuestra supervivencia.
La palabra “crisis” proviene del griego “κρίσις”, palabra que puede traducirse como “decisión”, “disputa”, “separación”, “juicio” o “resolución”. En principio su significado no es negativo, sino que define una situación de ruptura, un cambio profundo donde hay que abandonar un paradigma y optar por uno nuevo. Su significado también hace referencia a un juicio formado sobre algo después de ser examinado cuidadosamente. Está claro que estamos viviendo una situación de crisis, pero este colapso ha generado también un estado de pausa -una desaceleración- que nos ha sacado de nuestras extenuantes rutinas y nuestro habitual rol de consumidores, centrados en el presente y sin posibilidad de proyectar.
Este tiempo extra nos da también la oportunidad de examinar la situación, decidir si realmente queremos volver a lo que entendíamos como normalidad o si queremos aprovechar este tiempo muerto para pensar una “nueva normalidad”. En esta línea Noami Klein, ha planteado incluso utilizar el actual shock de la misma forma que el capitalismo más salvaje lo hecho en otras ocasiones, pero para proponer un Green New Deal.
Pensar en esta posible “nueva normalidad” nos obliga a no asumir esta situación de colapso como un final, sino más bien como un principio. Como dice Donna Haraway en su último libro (Staying with the Trouble), debemos “permanecer en el problema”: debemos insistir en lo que es problemático, construyendo narrativas que superen la idea de catástrofe, pero sin caer en relatos ingenuamente utópicos. Según Harraway necesitamos historias de reparación. Para ello quizás sea necesario pensar antes en como el origen de esta pandemia está en gran parte provocada por la cada vez más insoportable presión sobre los ecosistemas y también como nuestro sistema económico está sustentado en el crecimiento constante, la hipermovilidad y la explotación del planeta: extractivismo, agricultura y ganadería intensiva. La solución a esta situación puede ser, por tanto, dejar de pensar en el planeta únicamente como una fuente de materias primas y dejar de pensarnos a nosotros mismos como el centro del universo. De hecho la situación actual nos hace ver como un simple virus puede poner en jaque a toda nuestra civilización, haciendo que entremos en una fase de decrecimiento obligado y provocando una importante bajada de los niveles de contaminación.
A partir de estas conclusiones podemos comenzar a pensar como “reparar” estos daños en un escenario post-COVID19 y como imaginar posibles cambios en nuestras ciudades que dejen atrás la actual mercantilización y desnaturalización de la ciudad y sus habitantes.
Algunas medidas que se podrían llevar a cabo son la reorganización de la movilidad, reduciendo el uso de vehículos privados de forma drástica para mantener, de forma realista, la contaminación por debajo de los límites indicados por la OMS. Esto permitiría ampliar las aceras para dar protagonismo a la circulación peatonal y ayudaría a dar aún más protagonismo al uso de la bicicleta: incrementando en número de carriles, ampliando el uso de bicicletas públicas y el número de aparcamientos. Se podría pensar incluso en peatonalizar totalmente el centro de las ciudades, estableciendo tan solo accesos para el transporte público, la carga/descarga y transporte privado para personas con movilidad reducida. Otra medida interesante podría ser potenciar la red de transporte público y reducir significativamente sus tarifas, sobretodo para residentes. Estas medidas darían lugar a una pacificación importante de las calles y permitiría, por ejemplo, fomentar el juego infantil en la calle, el deporte y el paseo. También reduciría muchísimo la contaminación acústica.
Por otro lado, no podemos reorganizar la movilidad sin atender también a la perspectiva de género. Debemos pensar una ciudad que no está solo pensada para las actividades productivas y laborales, sino también para las actividades reproductivas y los cuidados.
También es importante garantizar el derecho a la vivienda, promoviendo leyes que hagan efectivo ese derecho. En un escenario post-pandemia esto sería vital, pues la recesión económica dará lugar a nuevos desahucios. Conseguir esto conllevaría una serie de medidas destinadas a desmercantilizar la vivienda, reduciendo el número de pisos turísticos e incrementando la vivienda pública.
Otro grupo de medidas podrían estar dirigidas a renaturalizar nuestras ciudades. Esto se conseguiría plantando más árboles para producir áreas de sombra para reducir el efecto “isla de calor” y bajar la temperatura media de nuestras calles y plazas. Otras estarían destinadas a incrementar las zonas verdes, reduciendo las zonas asfaltadas y convirtiendo solares en áreas verdes y huertos urbanos. Estas medidas ayudarían a reducir la concentración de la CO2 y otros contaminantes, incrementando la salud y el bienestar humano. También aumentaría la biodiversidad animal y vegetal en nuestras ciudades. En este sentido hay grandes ejemplos a seguir como la renaturalización del río Manzanares.
Por último sería necesario impulsar un decrecimiento económico y una reducción del consumo energético en edificios públicos y privados, impulsando a su vez el cooperativismo y fortaleciendo la economía social y solidaria.
En los siglos XIX y XX la tuberculosis creó movimientos arquitectónicos como el higienismo, que aportó mejoras en la salubridad de la ciudad y sus habitantes, influyendo también en el Movimiento Moderno de Arquitectura. De la misma forma esta crisis sanitaria cambiará la forma en la que entendemos nuestras ciudades y aportará mejoras a las mismas. Es importante aprovechar este impasse para imaginar futuros mejores, más allá de estrategias de control social y superando los dictados modernos y postmodernos que ponen al hombre en el centro.