Identidad

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A mi hermana Isa.

Puestos a ver, desde el punto de vista del desarrollo del pensamiento, del desarrollo de una filosofía anticlerical, una de las mayores limitaciones que la iglesia católica, en particular, (por su influencia a toda la cultura judeo-cristiana) y las religiones, en general, han impuesto a sus fieles, es la falta de una espiritualidad secular. Impuesto decía, por un monopolio en general de las iglesias ante “lo espiritual”.

Sé que, probablemente, para un creyente en dogmas de fe, lo que estoy diciendo es una barbaridad, pero desde el punto de vista de unas necesidades espirituales diversas y propias de cualquier ser humano, quiero reivindicar, sobre todo, la necesidad de un recogimiento introspectivo personal, ante determinados hechos, prácticos y claros, como por ejemplo el luto.

Este párrafo me acaba de quedar algo filosóficamente laberíntico, pero no es el propósito. Claramente la intención es poner sobre la mesa, determinadas preguntas prácticas y sus respuestas, de haberlas, con la menor exclusión posible.

¿Dónde se van los muertos?

Esta época de Coronavirus, esta época extraña y de mascarillas, de ocultamientos, de recogimiento y cueva, ha sido también de miedo y reflexión. Probablemente, así de sencillo y crudo. Miedo al virus como camino a la muerte. Reflexión obvia del miedo: si me voy, si me tengo que ir. ¿he cumplido? ¿he sido bueno? ¿me recordarán?, Y, sobre todo.

¿A dónde voy?

La época que estamos viviendo, cada día y con mayor énfasis nos va entrenando para una perpetua incertidumbre cotidiana, y esto de alguna forma nos pilla entrenados, puesto que muchas de las certezas de antes; la perdurabilidad de las relaciones, las certezas laborales, incluso la permanencia político-ideológica, realmente ya no están, y ese entrenamiento nos ha facilitado el vivir con la incertidumbre de no saber qué pasará. De alguna manera tenemos un entrenamiento que nos toca lo cotidiano; si me habré lavado las manos bien, si el confinamiento sería suficiente, si habrá vacuna pronto y, finalmente, si el virus me pillará. Incertidumbres, decía.

Y finalmente, llegado el día y pillado por un lado u otro, de momento la muerte es una certeza, una de las pocas certezas hacia las que todos caminamos, al menos de momento. Uno puede protegerse en la esperanza religiosa de “una vida eterna”. O no.

A dónde van los muertos si no crees en una opción religiosa que te permita un dogma de fe en el que no quepan las dudas.

Fisiológicamente, al menos en la cultura occidental, discernimos entre un cuerpo que se descompondrá y que literalmente volverá a ser tierra, y esos 21 gramos etéreos que se desprenden en el último suspiro, poniendo de manifiesto una franca “ida” sin retorno, a diferencia de la “transformación” biológica de la descomposición del cuerpo. Así bien, de lo que no cabe duda, es que el hecho, muy tratado desde la psicología, del luto, compromete una despedida, que insisto, desde la cultura occidental desde la cual, fundamentalmente escribo, no tiene otro sentimiento que la tristeza de la pérdida para los deudos, pero también de la partida, para quien nos deja.  Sin embargo, claramente, sabemos que no es la única opción.

Culturas mestizas con rasgos influenciados por otro tipo de nativos, como la Mexicana, tienden a comprensiones que pueden no solamente caracterizarse por una carencia de tristeza, sino por la celebración de una continuidad de la vida, en las que, como por ejemplo en la cultura andina, es importante el ritual de despedida y la compañía de objetos queridos e incluso alimentos para ese viaje, actos y símbolos, éstos con los que se reafirma una continuidad de la vida, de otra manera o en otra dimensión, pero además con características simbólicas importantes que denotan continuidad.

Llegados a este punto de la demanda de una multiplicidad de formas de ese ejercicio de luto, creo que podemos validar tantas cuantos ánimos de tránsito en esa dimensión de silencio dolor o pérdida se puedan plantear y desde ese punto de vista, por su valor y dimensión debemos considerar que cualquiera que sea el “terreno” donde nos imaginamos a nuestros muertos, es un terreno muy particular. Muy probablemente, un terreno que ha germinado por el espíritu ritualístico de su hecho y como un procomún de un sentimiento afín, como un zeitgeist trans generacional que, libre de clericalismos, lo consolida como sagrado.

Libre de clericalismos, decía y tanto que no podríamos decir que es el mismo terreno de los muertos del agnóstico que el de los del mormón, sin embargo, ambos se ofenderían cuando en medio de lo cotidiano y la chanza alguien soltase un “me cago en tus muertos”. Confirmando así que es un terreno afín y que nos consolida lo que somos. Probablemente lo que consolida es ese terreno afín de lo que representan nuestros muertos como un “antepasado”, así en singular, puesto que se dimensiona como una integralidad de la memoria que representamos.

Tanto Ramón del Castillo en “Filósofos de paseo”, como Frédéric Gros en “Andar. Una filosofía” , han descifrado las formas como grandes filósofos y pensadores utilizaban el caminar como una acción, que más allá de esa performance romántico y artístico de los surrealistas, ponían de manifiesto un acto simbólico de acceso a un ingrediente fundamental para entrar en una dimensión del pensamiento, probablemente de nuevo, para entrar en un zeitgeist que permitía nutrir sus ideas, que a su vez estaban nutridas de ese “concepto de la época”, que en alguna medida era también el concepto de sus muertos.

Si ese andar es un acceso a dicha dimensión, es vital recordar que los nativos australianos condensan en su “walkabout” una experiencia de iniciación en la que a manera de largas caminatas en el desierto en las que buscan los caminos andados por sus antepasados para encontrar los “trazos de las canciones” que conforman una forma de tradición oral de la cultura, para entonces sí, ser miembro de su comunidad.

Es que pienso que, a lo mejor, y desde una de esas fisuras que la cultura occidental nos puede dejar ver, podemos hacer un camino inverso y encontrar andando los caminos de las ideas que nos llevan de un lugar a otro, pero de nosotros mismos y de los muertos que representamos.