Historia de la arquitectura… ¿de qué arquitectura?, ¿podemos confiar en el modo en el que ha llegado a nosotros la herencia arquitectónica?, ¿Cómo analizamos y reconstruimos las lagunas temporales?, ¿Cómo recordar, cómo construir la memoria con solo unos retazos? ¿Cómo hacerlo cuando unos pedazos de la historia de la arquitectura han contado con el beneplácito del valor monumental o patrimonial, mientras que otros han sido dejados de lado? El pasado, presente, y, por consiguiente, el futuro de la arquitectura, son una confusión donde unos ganan y otros desaparecen. El paso del tiempo es una manipulación.
En el artículo anterior hablábamos de memoria e intimidad, usando como referencia la novela de Orwell. Analizando la destrucción de la memoria a través de la novela 1984, llegamos inevitablemente a hablar de manipulación. Y es que para destruir algo no solo es necesario cortar los brotes, sino transformar lo existente y su origen en una cosa distinta. Es decir, controlar no solo el presente (doctrinas), sino también el pasado (manipulación), ya que ese pasado es constantemente interpretado por el ser humano en un momento presente, generando nuevas ideas y brotes.
“Y en el Times del 19 de diciembre del año anterior se habían publicado los pronósticos oficiales sobre el consumo de ciertos productos en el cuarto trimestre de 1983, que era también el sexto grupo del noveno plan trienal. Pues bien, el número de hoy contenía una referencia al consumo efectivo y resultaba que los pronósticos se habían equivocado muchísimo. El trabajo de Winston consistía en cambiar las cifras originales haciéndolas coincidir con las posteriores”[1].
El presente queda desligado. Si manipulamos la información, uno de los primeros documentos de la memoria, la verdad deja de existir, ya que solo es verdad lo que pervive. Dejamos de poseer el pasado. Pero la manipulación no es un arma exclusivamente externa que nos amenaza. El olvido, los recuerdos selectivos, y la ficción con la que con el paso del tiempo vamos rememorando recuerdos pasados es también un modo de manipulación propia, una ilusión, una deformación de vivencias reales.
En el film “Memento” (año 2000) dirigido por Christopher Nolan, se explora una visión interesante al respecto (contiene spoiler). El protagonista de esta historia padece una pérdida de memoria reciente, a causa del fuerte golpe en la cabeza que recibió tratando de impedir el asesinato de su mujer. De este modo, es incapaz de generar recuerdos recientes, manteniendo una memoria a corto plazo de 5 minutos y olvidando el resto entre el presente y el accidente. De ese modo, su última imagen grabada a fuego, la muerte de su mujer, junto con sus recuerdos del pasado remoto, permanecen intactos.
El pasado pervive, pero, ¿de qué sirve si no existe un presente? El único futuro que puede imaginar es vengar la muerte de su mujer, investigando quiénes realizaron el crimen. Una investigación en la que solo puede confiar en sí mismo, perpetuando cada pequeño descubrimiento de la única manera indestructible posible: la escritura, tatuada en su propio cuerpo.
Este acto de transmitir simple información seleccionada introduce dos ideas esenciales a aplicar: primero, que el futuro solo existe si transmitimos desde el presente un legado. Este hecho implica una materialización, una construcción, que puede ser el lenguaje, o el propio hecho arquitectónico. En segundo lugar, que habremos de seleccionar unos hechos del presente, y asumir que olvidaremos otros que nunca se transmitirán, y que deberemos confiar en que sean los correctos. Esta selección es de por sí una subjetividad, al igual que la propia interpretación del presente. Las obras de nuestro presente, que fueron el futuro del pasado, se basan en la manipulación y la subjetividad. Es por ello imposible desligar la percepción sensitiva y la emocional de todo legado construido, si éste de por sí está basado en hechos poco objetivables.
Del grueso campo que es la historia de la arquitectura, aquello que hasta épocas recientes ha aglutinado los esfuerzos de comprensión, estudio, puesta en valor, conservación, financiación, etc., ha sido lo hegemónico, lo que ha supuesto una dominación sobre otras arquitecturas o miradas, y que ha sido asimilado como lo correcto. En la definición de Juan Carlos Portantiero: “Acción hegemónica sería aquella constelación de prácticas políticas y culturales desplegada por una clase fundamental, a través de la cual logra articular bajo su dirección a otros grupos sociales mediante la construcción de una voluntad colectiva que, sacrificándolos parcialmente, traduce sus intereses corporativos en universales”. [2]
Claudio Malo González refuerza esta premisa: “el factor hegemónico aspira a sobreponerse a la cultura subalterna por considerarse universal y en consecuencia verdadero y correcto”[3], en su libro “Arte y cultura popular”.
Y es que lo hegemónico tiene una doble vertiente: la del dominio de unas culturas sobre otras, y la de la jerarquía e imposiciones de clase, dentro de una misma cultura. Así, centrándonos en la segunda, podríamos establecer una cierta analogía entre esa hegemonía y lo considerado “formal” o “docto”, hablando en términos de cultura, y, por lo tanto, también de cultura arquitectónica. La arquitectura “culta” ha gozado de un beneplácito que no ha tenido, hasta hace pocas décadas y gracias a la influencia de la rama de la antropología, la popular.
“Lo popular no se ha inventado de la noche a la mañana, al contrario, se ha mantenido tercamente a lo largo de siglos, pese a los ingentes esfuerzos para eliminarlo en las miopes políticas “civilizadoras”.
Siendo los términos “cultura” y “popular” extremadamente complejos, es muy difícil lograr una definición ampliamente aceptada de cultura popular. Para esclarecer este concepto, considero más apropiado realizar un análisis comparativo con otros tipos de cultura. Si hablamos de cultura popular es porque admitimos la existencia de otras culturas. ¿Cuáles son?, ¿Cuáles las diferencias?
Cultura popular se contrapone a cultura elitista, contraposición que arranca de situaciones históricas y sociales jugando un importante papel el fenómeno estratificación. En diversas culturas los grupos detentadores del poder político, económico y religioso conformaron y acumularon su propia sabiduría, sus concepciones estéticas, sus gustos, sus técnicas, sus maneras de comportarse y actuar en diversas situaciones. A este conjunto de ideas, creencias y actitudes lo denominaron ‘cultura’, habiéndose perpetuado en el tiempo sus obras y manifestaciones.
El término ‘cultura’ se redujo, dentro de este contexto, a un conjunto de rasgos organizados y sistematizados asequibles tan solo a las minorías dominantes. Partiendo del presupuesto de que en todo conglomerado humano existen grupos reducidos que enfatizan la realización de los valores colectivamente admitidos, diferenciándose por ello de la mayoría de integrantes; estas minorías reciben el nombre de élites. La coincidencia entre cultura -entendida en términos reduccionistas- y élites, justifica hablar de cultura elitista.”[4]
Todo nuestro mundo presente está construido con fragmentos de memorias seleccionadas, de crímenes arquitectónicos impunes, de falsificaciones históricas, de construcciones debilitadas y enmudecidas, de tiritas en el alma de los edificios, de alteraciones del ser. ¿Qué construcciones llegan a ser un legado heredado, engrosando el sedimento que conforma una cultura arquitectónica? ¿Qué es entonces el legado? ¿Cómo reconstruirlo, para poder proyectar? Todas estas preguntas llevan a la importancia de la memoria viva, de su honestidad, su independencia, su mutabilidad.
Notas
[1] George Orwell en “Nineteen Eighty-Four”, Editorial Harvill Secker, Londres (1949)
[2] Juan Carlos Portantiero en “Los Usos de Gramsci”, Folios Ediciones, México (1981)
[3] Claudio Malo González, en “Arte y cultura popular, Universidad del Azuay, Ecuador (1996)
[4] Claudio Malo González, en “Arte y cultura popular, Universidad del Azuay, Ecuador (1996)
Ana Asensio | Arquitecta