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Un camino muy didáctico para lograr definiciones de inmateriales suele ser por descarte de sus contrarios. Podríamos decir que los colores cálidos son todos los que no son neutros ni fríos. Los estudiantes aprovechados son todos los que, con buen comportamiento, no han suspendido y tienen notas de sobresaliente. Es decir, que definimos sin nombrar sus características, nombrando todo lo excluyente de su naturaleza.
Las comunidades, al contrario, se definen por todo lo que les es común y por esa misma naturaleza, son excluyentes. La acción de dar nombre o propiedades a su comunidad, per se, determina lo que excluye su naturaleza y de paso consolida el cuidado de su identidad, es decir que aclara su pertenencia, poniendo de manifiesto lo que es y lo que no es.
La comunidad de San Pedro de Alcántara excluye a quienes no son parte de ese municipio, es decir, en este caso, al resto del mundo. Pero eso les sirve para saber cómo se define alguien de ese poblado, los elementos que les son comunes y que definen su identidad, lo que les permite ver a ese resto del mundo como extranjeros.
Podríamos hilar más fino, pensando en aquel chico o chica que, habiendo nacido en San Pedro de Alcántara, se mudó por estudios a Madrid y luego por trabajo a Australia, en dónde sin duda aunque dejando de estar empadronado en su pueblo natal, irá llevando una herencia de vivencias, anécdotas, referentes culturales, paisajísticos, gastronómicos…, que delatarán siempre su identidad y que lucharán contra el efecto implacable del tiempo, hasta que cuando vuelva de visita, y tras un paso de generaciones a ojos de su pueblo, será un extranjero. Pero esto no sucede de un momento a otro, sino que es progresivo y dependerá de la robustez con la que se haya cimentado esa identidad, en contra del efecto del tiempo y de la riqueza de repertorios con que ha sido disfrutado ese tiempo. Es también algo, emocional puesto que siempre se nos quedará y con mayor agrado, aquella mágica noche de cena romántica en una ciudad nueva, que las semanas de trabajo en una oficina anodina.
Etimológicamente, la palabra extranjero se determina desde raíces del francés antiguo estranjier, extraño, e igualmente contiende de los prefijos importantes que vienen de raíces Indoeuropeas; extra y ex. De fuera, o fuera de, además del sufijo contrastivo -tra. Desde ahí que el manejo de su significado no nos es desconocido, no obstante, sí que tiene distintos matices que condicionan la consideración, más que del uso de la palabra, de la acción simbólica y social de las personas signadas con el adjetivo.
Si bien es cierto que no cabe duda de que vemos al extranjero como “quien viene de fuera”, ésta, en sí misma, es una afirmación, como decía al principio, de exclusión, es decir que el extranjero al mismo tiempo ratifica mis cosas afines con mi comunidad. Por otro lado, siempre estará la mirada con la que lo vemos, y esto tendrá un nivel de cualidades, más bien sociales y desarrollistas. En España, por ejemplo, no es lo mismo el extranjero de Mali que el de Holanda, no es visto de la misma manera y eso también en sí, es un efecto de consideración que tenemos por la otra comunidad, los ojos comunes con los que desde mi comunidad y nuestra cultura, vemos al otro.
El extranjero, a su vez, tendrá una mirada diferente, que le puede permitir un margen de crítica importante. El encontrarse en un territorio distinto, es en gran medida poner en crisis los propios elementos constituyentes de su identidad, es propio sentir la necesidad de validar o, por lo menos, revisar su cultura y los elementos conformantes de su naturaleza comunitaria y desde ahí, cuestionar la otra, la que como extranjero, está mirando.
Esta posición muy crítica y compleja no es la única, es posible asumirla con otra ligereza propia del turismo y con una actitud de consumo, El prototipo del extranjero que con cámara fotográfica colgada al cuello, se baja de un gran autobús, hace dos fotos de la expresión folclórica más a mano y contrastante, para exhibirla sobre su chimenea y se marcha,
George Perec decía que para ser capaces de ver la ciudad con una opinión crítica, era necesario extrañarla, ser extraño, como vemos vuelve al prefijo ex, desde fuera. Esa particular mirada en la que permitimos que la sorpresa y lo poco común o diferente nos sorprenda, es muy difícil de inventar, incluso diría que es una cualidad que se mezcla con la sensibilidad a lo urbano, al territorio y el paisaje, que cada vez es menos común.
Aunque de manera política el extranjero es la persona que, estando en un país, legalmente pertenece a otro, particularmente creo que es importante matizar la diferencia con el inmigrante, quien, siendo un extranjero, tiene propósitos de estancia, de inmigrar por diversas razones y esto hace que tanto la mirada de la comunidad a la que llega, como la suya misma, adquieran matices distintos que están en función de unos valores de intercambio. Si el extranjero turista, potencialmente aparenta una capacidad de “dejar algo” que como comunidad le demandamos, dígase arte, diversión, dinero, trabajo, la mirada comunitaria suele ser de complacencia, mientras que cuando creemos que nos quiere “quitar algo”, lo consideramos un peligro y existe una sensación de rechazo.
Sobre estas dos actitudes muy propias de comunidades urbanas contemporáneas, hay una adicional que considero que es más profunda y humana.
Todos extranjero es producto de un viaje, el viaje como algún momento lo ensayaba, puede ser un ejercicio experimental de la ciudad propia, un ejercicio, insisto como decía Perec, mediante el que nos predisponemos a viajar la ciudad con ojos extraños, pero siempre puede también ser un viaje real el que nos coloca con ojos de extranjero en un entorno ajeno, en una condición en la que nos permitimos sorprendernos de la experiencia que tenemos, en ese viaje.
“Una de las palabras alemanas para denominar experiencia, Erfahrung, proviene de alto alemán antiguo, irfran: ‘viajar’, ‘salir’, ‘atravesar’ o ‘vagar’. La idea profundamente arraigada según la cual el viaje es una experiencia que pone a prueba y perfecciona el carácter del viajero aparece claramente en el adjetivo alemán bewandert, que actualmente significa ‘sagaz’, ‘experto’, o ‘versado’, pero que originalmente (en los textos del siglo XV) se limitaba a cualificar a quienes habían viajado mucho”.
Leed, Erich J., The mind of the traveller. From Gilgamesh to Global Tourism, Basic Books, Nueva York, 1991.
Según lo cuenta Francesco Careri en “Walkscapes”, sería Sigfried Giedion, haciendo referencia al gran aparato simbólico y religioso egipcio, explica que el inicio de la arquitectura no está en la representación estática volumétrica y material del sedentarismo, sino más bien que su representación simbólica hace referencia a la piedra que emerge del caos, como el primer rayo de sol y que va ligada así a la representación simbólica del menhir, los obeliscos y las pirámides, mientras que el nacimiento del espacio interior, va ligado al concepto del ka, el símbolo del eterno errar, el espíritu que simboliza el movimiento la vida y la energía y que sus primeras representaciones refieren al ser humano en una comunión con el territorio, hincado con los brazos en alto y las manos abiertas, permitiendo, con la cabeza inclinada a manera reverencial, la transmisión de la energía divina del territorio. Este símbolo, uno de los más antiguos y comunes en múltiples civilizaciones, es a la vez el símbolo de la pacífica hospitalidad.
Olafur Eliasson, en “Leer es respirar, es devenir”, anecdóticamente comenta cómo abordó una exposición que tenía que ver con el movimiento y explica que todo movimiento tiene un grado de mediación. Considero que la mediación del extranjero que llega al nuevo territorio va de la mano de la población nativa, los que en esta tercera forma de enfrentar el recibimiento podrían actuar con el símbolo del ka, para recibir y acoger al extranjero en un afán mutuo de disfrutar de la hospitalidad.