Espacios de oportunidad, conflicto y participación

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Espacios de oportunidad, conflicto y participación

La ciudad puede definirse como un proceso basado en diversos estados de equilibrio, tantos como funciones y actividades, que no siempre consiguen engranarse en beneficio de las personas. En oposición al equilibrio está el conflicto como la oportunidad para activar nuevas formas de apropiación y de relación con el espacio, con la ciudad.

Los espacios de oportunidad son territorios expectantes, vacíos a la espera de un uso, de una función determinada por necesidades o intereses. Al mismo tiempo son espacios de tensión entre lo que es (un vacío urbano, un lugar abandonado o degradado), lo que podría ser, y su afectación sobre el entorno. La condición expectante es una oportunidad para generar situaciones inesperadas que pueden devenir en nuevos usos y nuevas formas de apropiación. El estatu quo de nuestro entorno, su obsolescencia, degradación o revitalización tienen un gran impacto en las personas, en su cotidianidad, en la percepción sobre su entorno; estos determinan formas de relación con el espacio, condicionan experiencias y la calidad de vida de quienes lo habitan. Un espacio degradado o un vacío urbano generan un impacto negativo en su entrono, tan importante como el impacto positivo que produce un parque en el centro de la ciudad o una calle peatonal arbolada. Esta dicotomía de fuerzas entre lo construido y no construido, entre la polaridad positiva y negativa de las relaciones con el espacio, conduce a pensar el conflicto de forma activa para redefinir la ciudad y el territorio en sus distintas escalas.

El conflicto como oportunidad

El conflicto en la dimensión urbana supone una constante que parte de las relaciones asimétricas con el poder, el control, la política y las instituciones que se proyectan en el espacio de los derechos. Por otro lado, el conflicto produce cambios en las estructuras socio-urbanas.

En la conferencia «El arquitecto como mediador en conflictos urbanos», en el marco de Arquisinergias, expuse la idea del conflicto como oportunidad basada en ejemplos donde arquitectos (también ciudadanos) tomaron parte activa en resolver un problema o conflicto en su barrio, impulsados por el motor de la participación ciudadana. La participación se utiliza como un instrumento para el conocimiento de la realidad que permite elaborar métodos de abordaje y solución a determinados problemas. Una herramienta asociada con la identidad y con el aprendizaje; con saberse parte de la ciudad, de las experiencias que aporta habitar el conflicto urbano. El conflicto se manifiesta en una diversidad de situaciones y grados, algunos tan cotidianos que se normalizan e institucionalizan. De aquí que la concienciación ciudadana se convierta en empoderamiento para reclamar mejores espacios, servicios e infraestructura.

Conflicto, oportunidad y participación: de descampado a parque

Un descampado puede enmarcarse dentro de lo que Marc Augè define como un no lugar, un vacío casi siempre conquistado por automóviles que imponen una relación desproporcionada de ocupación en el espacio urbano. Pero ese espacio no está definido, el uso determina su función en un tiempo determinado por necesidades, carencias o excesos; cuando perecen unos se superponen otros. Con soberana lentitud nos vamos dando cuenta de que necesitamos más árboles, más espacios para el juego y para el encuentro que terraplenes inhóspitos; en estos tiempos el clima, la salud y los derechos son los principales catalizadores.  Este despertar es la constancia de una nueva identidad urbana que surge de la emergencia de un cambio de paradigma, donde la participación ciudadana es fundamental para el desarrollo  de proyectos en todas sus fases.

Ciudadanía y participación: codiseño y presupuestos participativos 

Sembra Orriols en su fase de prototipado, abril 2016. Jardín de la Ermita de Orriols, resultado del proyecto Sembra Orriols

Imagen izda. Sembra Orriols en su fase de prototipado, abril 2016. Fuente: SembraOrriols. Imagen drcha. Jardín de la Ermita de Orriols, resultado del proyecto Sembra Orriols. 2018. Archivo personal

Codiseño: el proyecto participativo Sembra Orriols

Sembra Orriols es un ejemplo donde la participación se aplica como instrumento y metodología de proyecto por dos equipos de arquitectos: Carpe Via junto con Contexto Arquitectura en una trabajo conjunto con al administración. La propuesta surge con la intención de transformar el descampado en el que se ubica la ermita de Orriols en Valencia, un lugar degradado que se utilizaba como aparcamiento. Este espacio lo reclamaban los vecinos durante décadas. Desde el año 2014 ambos equipos coordinadores inician diversas actividades participativas con la comunidad para conocer sus necesidades. En 2015 se concreta el proceso «Sembra Orriols», en el que se organizan unas jornadas participativas de carácter lúdico con la comunidad y meses después unas jornadas con la comunidad académica en el marco de «Ciudad sensible. Infraestructuras para la participación». Estos procesos se consolidan a principios de 2016, cuando el Ayuntamiento decide impulsar el proyecto con una partida presupuestaria para el proceso de participación, el prototipado del espacio y su posterior construcción. El prototipo se elabora en conjunto estudiantes de arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia universitaria a partir de un taller donde los alumnos diseñan la plaza a escala 1:1 y lo construyen en el descampado. El montaje de la maqueta 1:1 se hizo en pocas horas, y en un día se evaluaron sus posibilidades a través de diversas actividades culturales y lúdicas con la participación de los vecinos. Cerca de año y medio después el jardín de la ermita se materializa.

Presupuestos participativos: Jardín Pintor Maella

Imagen izda. Estado previo descampado. Fuente imagen: Noticiascv.
Imagen drcha. Estado actual, resultado de la ejecución del proyecto de ajardinamiento. Archivo personal

 A principios de este año se inaugura el jardín Pintor Maella, después de más de una década de expectación en el limbo de un descampado que servía de aparcamiento. Sabemos lo que implica un espacio vacío en la ciudad, su coste es altísimo, pero más alto es la pérdida de la calidad del entorno urbano. La necesidad de espacios verdes y lúdicos se ha convertido en un reclamo a la sombra de años de omisión. Con la puesta en marcha de los presupuestos participativos Decidim Valencia, los ciudadanos tuvieron la oportunidad de solicitar el ajardinamiento de un solar de casi 2000 m2. Los vecinos consideran que el parque es una reivindicación ciudadana, un lugar que no habría sido posible sin la participación. Pero, ¿caemos en la valoración «romántica» de la participación? Sobre este respecto, Markus Miessen detona la participación: «La participación se ha convertido en una pretensión radical que está de moda entre los políticos quienes, más que producir contenido crítico, quieren asegurarse que la herramienta misma se lea como algo crítico»[1].

La creación de los presupuestos participativos ha supuesto para los ciudadanos un espacio para dar cabida al reclamo de la ciudad. Sin embargo, más allá de aplicar la participación como herramienta por parte de los Ayuntamientos, la apertura a un modelo más democrático requiere de ciudadanos más implicados, informados y activos en las decisiones de la ciudad, sin menoscabar la responsabilidad que corresponde a las administraciones e instituciones. La ciudad es una construcción conjunta de fuerzas, pero la ciudadanía no puede acarrear con el peso de la omisión del deber respecto a la solución de los problemas de la ciudad; aquí la participación tiene que mirarse con lupa. Por otro lado, no se puede aplicar la participación en un proceso de mejora de espacio urbano y luego omitir la opinión ciudadana; puede parecer nimio, pero la confianza es un aspecto de la participación que no debe desgastarse. La participación ciudadana es voluntaria, le cuesta tiempo al ciudadano (a bien de la posibilidad de recibir como beneficio la solución más cercana a una necesidad real), es implicatoria y como tal se genera una expectación; precisamente porque se espera que el codiseño cubra las necesidades de los ciudadanos. Aún con el potencial de la participación y la convicción en sus bondades, asistimos a un modelo relativamente nuevo que requiere más responsabilidad y menos ingenuidad. Como apunta Jeremy Till: «El problema es que, por su uso excesivo las palabras ‘participación’, ‘comunidad’ y ‘sostenibilidad’ se han convertido en algo sin sentido. Estas palabras crean una apariencia de dignidad; pero si se rasca la superficie, se puede descubrir una sorprendente ausencia de cuestionamiento crítico de aquello que está en juego. Muy a menudo la participación se convierte en un método conveniente de apaciguamiento en lugar de un verdadero proceso de transformación».

Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no

Notas.

  1. Miessen, Markus. (2014). «La pesadilla de la participación». Barcelona: Dpr-Barcelona
  2. Ibídem