PARTE 1
Perú es un país de una riqueza cultural y paisajística de gran diversidad. Diferencias climatológicas y territoriales se hacen patente de la costa atlántica a la selva amazónica, de las áreas desérticas del sur a las altiplanicies y crestas andinas. Este territorio acoge igualmente una complejidad étnica que no cuenta con las mismas formas de vida, ni por supuesto, condiciones de vida.
La historia de los asentamientos humanos en Perú es prolongada y rica, e inevitablemente vinculada al paisaje. Los Andes, cadena montañosa de irregular y potente topografía, han ofrecido y ofrecen una variedad de niveles climáticos y ecológicos que marcan un modo de establecerse en el territorio y relacionarse con él. Así, el hábitat rural altoandino en el área del Cusco peruano está marcado por factores físicos que han determinado a lo largo de los siglos un modo de vida muy particular; un modo de vida donde las actividades de subsistencia como agricultura y pastoreo, su aislamiento, o la herencia cultural, han moldeado el día a día de las comunidades indígenas y sus espacios domésticos.
Los hogares altoandinos cusqueños (desde la casita de piedra inca hasta la “nueva tradición” de vivienda de adobe, influencia de las culturas del Valle Huatanay), autoconstruidos de manera solidaria (ayllu), son el corazón de estas comunidades, que hoy en día mantienen su modo de vida aunque de forma alterada.
Afectados por situaciones actuales, como la crisis climática que altera gravemente a su agricultura tradicional, la focalización de los esfuerzos públicos en lo urbano en detrimento de lo rural (electrificación, comunicaciones, escolarización, etc.), sumados a un ya estructural mapa de pobreza que se dibuja sobre coordenadas geográficas y étnicas (el 60% de los pobres del Perú y el 83% de los indigentes viven en las áreas rurales, a pesar de que solo constituyen la tercera parte de la población del país, y provienen mayoritariamente de poblaciones originarias de las etnias andinas y amazónicas[1]), este hábitat rural y su arquitectura asociada se han visto muy degradados.
Así, con poblaciones geográficamente muy cercanas a núcleos urbanos de envergadura, como la ciudad de Cusco, pero situadas en las crestas de la cordillera (a más de 4000m de altitud) la idiosincrasia de este hábitat rural, en nuestro contexto global actual, se lee compleja, gris, con necesidad de redefinición.
Gran parte de los espacios domésticos de estas comunidades indígenas altoandinas se encuentran en una situación de precariedad, sumada al olvido o la desidia de las autoridades municipales para combatir esta pobreza ya estructural. Los servicios públicos igualmente sufren este aislamiento y abandono del rural por parte de las políticas públicas. Por ello, son numerosas las organizaciones locales sin ánimo de lucro, en colaboración con las municipalidades, que intervienen en estas áreas, tratando de alcanzar una habitabilidad básica y, así, una mejora de la salud física y psicológica de los habitantes rurales, al mejorar el espacio doméstico.
Esta problemática actual, identificada por la organización Guaman Poma de Ayala (con la que trabajaba en el proyecto “Fortalecimiento de las capacidades para el mejoramiento de las condiciones de habitabilidad de la vivienda rural indígena en el Valle Sur de Cusco, en 2017[2]), está vinculada a la autoconstrucción de las mismas sin asistencia técnica, a las condiciones de insalubridad de las viviendas, los limitados ingresos económicos de las unidades familiares, y las escasas herramientas y capacidades de la población indígena para generar propuestas de demanda de vivienda digna ante las autoridades competentes.[3]
La autoconstrucción, hoy en día, sin un técnico que supervise o guíe, pone en riesgo la seguridad física y el confort de las personas, generando mayor vulnerabilidad. Esta carencia de conocimientos, sumada a prácticas y hábitos vinculados al hogar, producen espacios insalubres: los hábitos de higiene y limpieza, así como las situaciones de organización familiar en base a la cohabitación con animales, al espacio de descanso compartido entre miembros de la familia en situación de hacinamiento, o combinando usos como cocina y dormitorio, llevan a problemáticas de salud y abusos, infecciones, enfermedades respiratorias, etc.; que afectan especialmente a los más pequeños y a las mujeres. La economía familiar, de subsistencia, hace muy complicado poder invertir en su propia vivienda, y la mirada familiar se centra en el corto plazo y la problemática diaria. De este modo, muchas de estas carencias ni siquiera llegan a una reclamación a las autoridades responsables.
Como sabemos, la pobreza es multisectorial, afectando transversalmente a todas las facetas de la vida, retroalimentándose. Todas estas carencias en el espacio doméstico afectan a la salud, los estudios, la economía familiar, etc. La situación existente, teniendo en cuenta todos los factores (vivienda, trabajo, educación, comunicaciones…), habitualmente obliga a las familias a abandonar sus tierras y sus hogares (contra su deseo), para emigrar a la ciudad, donde, por desigualdad, no tienen muchas más posibilidades que alimentar el crecimiento informal de las quebradas y laderas de la urbe, en zonas de alto riesgo, y cayendo en las redes de los traficantes de terrenos. Las fricciones entre lo urbano y lo rural se hacen complejas, y a las problemáticas propias de sendos ámbitos rural y urbano se suman las de las relaciones de éxodo y éxodo inverso.
Es necesario recordar una vez más que esta polaridad, cada año más acentuada, entre rural y urbano, no es exclusiva de la región de Cusco ni del área andina. Es extensible a todo el Perú, siguiendo igualmente una tendencia global de aumento de la población urbana, especialmente significante desde mediados del siglo pasado; en ella, las problemáticas asociadas, sin entrar en particularidades de cada contexto y caso, son asimismo comunes.
Es una cuestión de responsabilidad global leer esta correlación entre la precariedad del hábitat rural, la pobreza multisectorial de sus etnias, el éxodo rural y la proliferación de barriadas populares, igualmente precarias, en las ciudades. En este caso, correlación es causalidad, de una manera cíclica, en tendencia creciente.
Aquí puedes leer la segunda parte de este artículo…
- [1] Datos recogidos por la organización Guaman Poma de Ayala (Cusco, Perú) a través de diversos estudios de diagnóstico, de cara a la elaboración del proyecto aquí citado.
- [2] Un proyecto con una población beneficiaria directa de 1440 personas (700 hombres y 740 mujeres) e indirecta de 4202 (1242 hombres y 1353 mujeres), caracterizada por ser de origen indígena, habitando zonas rurales con limitada de atención por parte del Estado y la sociedad en general. Es necesario destacar el ingente trabajo que esto supone, naciendo de una clamorosa necesidad.
- [3] Estas causas pueden leerse de modo más extendido en el documento de propuesta del proyecto “Fortalecimiento de capacidades para el mejoramiento de las condiciones de habitabilidad de la vivienda rural indígena en el Valle Sur de Cusco, Perú”. Paralelamente a estas causas identificadas por GPA, encontré una pérdida de conocimientos constructivos de las técnicas populares propias. Este análisis se puede consultar en el capítulo “Voluntariado técnico remunerado a través del CICODE de la Universidad de Granada. Experiencia en mejoramiento de vivienda rural indígena en el Valle Sur de Cusco, Ana Asensio Rodríguez“ escrito para el libro “Los Proyectos de Cooperación Universitaria al Desarrollo en el ámbito de la Arquitectura y el Urbanismo. Erre que erre: experiencias, reflexiones, retos y éxitos”, coordinado por los autores María-Elia Gutiérrez-Mozo (dir. y coord.), David Fontcuberta Rubio (ed. y col.), Paula Villar Pastor (ed. y col.), Verónica Beatriz Seoane Lugli (ed. y col.), y editado por Universidad de Alicante (Vicerrectorado de Relaciones Internacionales, Secretariado de Proyección Internacional y Cooperación), 2018.
Ana Asensio Rodríguez. Arquitecta, investigadora independiente