Aravena. Es el nombre propio de lo que se está vislumbrando como una nueva inquietud de la arquitectura: el compromiso social. Y aunque acumula tanto galardones como críticas, su búsqueda, métodos y soluciones no son nuevos. No ha inventado nada. No es un héroe, ni un mártir, ni tampoco un tirano. Es un arquitecto que hace vivienda social, y que conoce muy bien su contexto. Y su contexto no es sólo la producción pública del hábitat en Latinoamérica: es la arquitectura, con todo lo que ello supone. De la segunda poco se puede resumir en un breve texto, pero de la primera es necesario hacer el ejercicio de síntesis, ya que desde la academia y la praxis de nuestro continente europeo, en demasiadas ocasiones se simplifica la complejidad del hambre de vivienda(1) en América Latina.
En cada ciudad existen dos mundos: el que ves, y el que no quieres ver. En la ciudad latinoamericana, la fracción invisible resulta ser la mayoritaria, y esta paradoja ocurre desde hace demasiadas décadas. “Las ciudades latinoamericanas son Ginebra y Calcuta al mismo tiempo”(2) . Esto genera dos sectores de la construcción: el formal, desarrollado por la empresa privada, y el informal, por los propios pobladores. Entre ambas surge todo un universo entre la legalidad, la ilegalidad y la alegalidad, y todas son problema y solución al mismo tiempo. Dar respuesta a la necesidad de generar un entorno habitable donde el desarrollo del individuo sea posible creando sociedad, es un acto cuya responsabilidad no puede recaer exclusivamente sobre las políticas públicas, cuando estamos en contextos de extrema desigualdad. La responsabilidad, financiación y ejecución, puede ser repartida entre órganos de gobierno, profesionales, y los propios beneficiarios. Y todos ellos se deben implicar de algún modo.
La idiosincrasia de los asentamientos humanos precarios obliga a hablar (con conclusiones decantadas, investigadas, comprobadas, pero siempre innovadoras) de participación e integración, autoconstrucción organizada, ocupación de suelo, urbanización paulatina, dotaciones, habitabilidad básica, construcción incremental o progresiva, organización local y autogobernanza:
– Autoconstrucción: Encontrar buenas soluciones constructivas, trabajando con la población local, pasando de la empresa constructiva a la autoconstrucción organizada.
– Integración: No construir islas de progreso en medio de lo precario, sin integrar y mejorar la vida de todo el barrio.
– Habitabilidad Básica: El concepto “vivienda digna” sólo genera pobres más ricos, y desencadena conflictos sociales.
– Progresión: De la construcción acabada a la construcción incremental: mejor poco para muchos que mucho para pocos, asumiendo como arquitectos los mayores retos técnicos.
– Dotaciones: antes que la vivienda, los servicios; la vivienda será el horizonte que pone en marcha toda una maquinaria social cohesionada.
– Participación: de “hacer para” a “hacer con“. La pobreza requiere participación auténtica, que es llave de acceso a fondos económicos.
– Innovación y desafíos técnicos: tecnologías apropiadas y asimilables, apropiables y replicables. Trabajar el bajo coste, empleando menos recursos para obtener los mismos resultados.
– De la arquitectura como producto de mercado a la arquitectura del proceso. El producto cambia la vida de las personas, pero el proceso es fundamental para llegar a la sostenibilidad del proyecto. Lo tangible es muy necesario para poder materializar mentalmente todas las ideas que construyen sociedad.
– De la formalidad a la informalidad. Trabajar en el sector informal, allí donde están las necesidades de arquitectura, entre la legalidad y la alegalidad(3).
Estos procedimientos no son una idea brillante surgida de una mente maravillosa y un corazón bondadoso: son el resultado de décadas de desigualdad, malas políticas públicas y unos procesos sociales al margen de lo oficial, donde muchos técnicos (aunque vergonzosamente pocos, por ser un campo “poco atractivo”, donde el impacto social prima sobre el aspecto final) han decidido desarrollar su trayectoria profesional. Vivienda incremental, procesos participativos, autoconstrucción asistida, colectividad, son a oídos de los neonatos europeos ideas contemporáneas y rompedoras, cuando en Latinoamérica son prácticas asentadas desarrolladas habitualmente.
Los ejemplos son numerosísimos: los prototipos constructivos del CEVE (Centro de Experimentación de la Vivienda Económica, Argentina), la Tesis del Gran Galpón (por parte de Carlos González Lobo desde México), los “techos” de Victor Pelli (Argentina), la investigación del CYTED (Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo), las Cooperativas de Ayuda Mutua (Uruguay), FUNDASAL (Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima, en El Salvador), el Barrio Taller en Colombia, la Coalición Hábitat en México, los fondos bonificados del MINVU (Chile), el CIPUR (Centro de Investigaciones de Proyectos Urbanos y Regionales, en Perú ), el CEARAH PERIFERIA (Centro de Estudos, Articulação e Referência sobre Assentamentos Humanos, en Brasil), y un largo y veterano etcétera.
“Si bien puede ser discutible si es arquitectura lo que hacemos o tratamos de construir por ayudar a resolver la pobreza habitacional circundante, de lo que no tengo duda es de que en este trabajo hacen falta arquitectos” (Victor Pelli).
La novedad de Aravena ha sido trabajar el proceso sin renunciar al orgullo de producto, a la marca, a hacer de la trayectoria de la vivienda social una gradilocuencia discursiva de las que nos gustan a los arquitectos, a ser un icono entre el arquitecto descalzo y el exitoso stararchitect. Una dicotomía aparentemente difícil de casar, que él ha logrado. Y ha convencido a casi todos. Por lo tanto, cuando se critica o alaba la obra de Aravena, habría que hacer también una autocrítica a nuestras inquietudes como arquitectos, que viendo en él la camisa rasgada del compromiso social sólo cuando nos lo han transmitido en el lenguaje que podemos procesar, estamos destapando lo desconectados que estamos de las realidades sociales, si no son completadas con la imagen icónica de la figura del arquitecto con nombre propio. Quizás Aravena ha comenzado un nuevo paradigma, el de la fascinación de lo informal desde lo formal. No sabemos aún hasta qué punto esta fascinación abrirá una nueva etapa de hipocresía, o por el contrario conseguirá despertar interés dentro de la academia y la práctica para sacar a la arquitectura de los hábitats menos privilegiados de la constante lucha incansable de sus ejecutores. Aravena ha estudiado bien sus contextos, y conoce a sus clientes, y éstos no son sólo los pobladores beneficiarios de su arquitectura social: son también los arquitectos del mundo.
Sea como fuere, esta figura ha hecho que muchos se familiaricen con conceptos que empiezan a resultar cotidianos en el contexto europeo, como comienza a ser palpable el aumento de nuestras desigualdades. Ante nuestros ojos tenemos el reto y las herramientas de la arquitectura que nos viene; profundizar en sus raíces más allá de los bellos envoltorios será responsabilidad de todos.
Ana Asensio | Arquitecta
1. “Contra el hambre de vivienda”, libro de Julián Salas.
2. Julián Salas, durante una de sus clases en el Instituto de Habitabilidad Básica, en la UPM.
3. Algunos conceptos de la arquitectura para la cooperación al desarrollo de asentamientos humanos precarios, base de las investigaciones de la Cátedra Unesco en Habitabilidad Básica, del ICHaB.