El sábado pasado asistimos, en la Ciudad de la Cultura de Galicia al relatorio del arquitecto portugués Pedro Bandeira, sobre el Legado de la Escuela de Porto de Arquitectura dentro del ciclo Nexos.
Fue una jornada mágica en la que todo parecía conjurar para que la impresión que nos dejaron las palabras e imágenes de la ponencia calaran bien hondo; un 13 de mayo en el que el vecino país celebraba el centenario de la aparición mariana en Fátima y que culminaba con la victoria de Portugal en el festival de Eurovisión.
Mucho se ha escrito ya sobre la trascendencia de que haya ganado una canción tan sencilla y tan sentida, sin los fuegos artificiales propios de estos eventos mediáticos, del orgullo por el idioma propio, del respeto por la música que transmite sentimientos… Había tanta verdad en esa canción, que a pesar de ir contracorriente, hizo que se rindieran a ella.
Ese carácter sencillo, humilde y respetuoso pero firme en la defensa de sus convicciones, se transmitió también en la ponencia de Pedro Bandeira.
En un momento en el que en toda Europa se imponía el postmodernismo (incluso en Lisboa), desde Porto surgió una generación de arquitectos que miraban hacia dentro, en lo más propio, para construir su arquitectura.
Contaba Pedro Bandeira como el inicio de esta revolución surgió de una nueva forma de enfocar la educación. Además del conocimiento de la historia, de la tecnología y de las técnicas necesarias para desarrollar la profesión, los alumnos se enfrentaban directamente con la práctica a través de la realidad.
Allá por los años sesenta, frente a la tendencia de estudiar las grandes obras de arquitectura, algunos profesores como Octávio Lixa Filgueiras pidieron a los alumnos que dibujaran, que analizaran constructiva y tipológicamente los barrios de viviendas pobres que atestaban la ciudad.
Para ello, los alumnos, la gran mayoría pertenecientes a familias acomodadas, tuvieron que ganarse la confianza de los “moradores”, de los habitantes de estas viviendas, a través de los cuales conocieron realmente las necesidades y unas formas de vida muy distintas a las que estaban acostumbrados.
Gracias a estas experiencias surgieron movimientos para dignificar las condiciones de vida de barrios como el de Barredo y, con ello, la de personas que nunca habían sido tenidas en cuenta en la toma de decisiones urbanísticas en la ciudad.
Ese objetivo de “aprender” para que el trabajo futuro sirva para ayudar, para integrar, para dignificar, para mejorar las vidas de las personas; fue fundamental para entender el legado que ahora valoramos de la Escuela de Porto.
También la fuerte personalidad de arquitectos como Fernando Távora o Alvaro Siza, su particular visión de la arquitectura, la influencia de Alvar Aalto sobre su obra y, a su vez, su influencia sobre las obras de otros miembros de la Escuela de Porto como Eduardo Souto de Moura, marcaron el carácter diferencial, la “línea editorial” que seguirían los alumnos.
Los tiempos cambian y todo evoluciona. Las necesidades hoy en día son distintas y, afortunadamente, se ha avanzado mucho socialmente.
Las miras ahora son más amplias y, quizá también por ello, se tiende a hablar en pasado del legado de la Escuela de Porto pues, si bien algunos de sus protagonistas siguen muy presentes, el carácter de sus obras es mucho más internacional y menos identificable con aquellas obras a las que miramos con nostalgia y admiración.
Da gusto estar tan cerca, geográfica y emocionalmente, de este gran país. Como decía la canción… ¡Menos mal que nos queda Portugal!
susanAsesorArq | Arquitecta