La ciudad contemporánea es un espacio físico constituido por capas y sistemas que se superponen, estos se definen por las infraestructuras, el espacio público y privado, el paisaje, los usos y las actividades en una red de distintas escalas en el territorio. Pero la ciudad contemporánea también está definida por lo digital, una nueva capa que se imbrica en lo físico y que aporta nuevas herramientas de la mano de la tecnología informática y de la comunicación. En la era digital lo virtual y lo físico están conectados, ambos pertenecen a una nueva realidad social en la que lo digital complementa lo analógico; dos caras de una misma moneda donde se configuran relaciones y actividades presenciales y virtuales. La tecnología tiene un aspecto social muy amplio, sus canales y herramientas facilitan numerosas tareas, al tiempo que permiten analizar, comprender y mejorar nuestro entorno; de aquí que los datos y los algoritmos sirvan de centinelas en el análisis de los problemas urbanos. Los algoritmos también funcionan como agentes indicadores de valores de género, estos permiten visualizar cómo organizamos y estructuramos nuestro entorno a partir de las palabras, códigos e imágenes.
En la búsqueda de datos sobre problemas de género en las ciudades me encontré con dos trabajos que, desde distintas visiones y campos de estudio, buscan eliminar los sesgos de género que se encuentran en el mundo virtual, partiendo de que todo lo que se reproduce en este espacio tiene potencial de generar cambios en el espacio presencial. Uno de los trabajos es una investigación desde el campo de la arquitectura que se basa en cómo minimizar o erradicar sesgos de género en la interpretación que hacen los algoritmos de espacios y elementos arquitectónicos; algo así como neutralizar el género que interpretan los algoritmos cuando éstos identifican elementos urbanos. El estudio parte de la premisa de que las máquinas y la tecnología juegan un papel importante en el diseño urbano, por lo que eliminar el sesgo de género en el espacio digital permitirá también eliminarlos en el espacio analógico. «La arquitectura no tiene género y se puede construir sin parcialidad a través de un lenguaje arquitectónico neutral».
El proyecto Building without Bias, que desarrolla la arquitecta Hannah Rozenberg, utiliza la tecnología de la programación aplicada a la arquitectura para revisar y repensar los sesgos de género que están enquistados en la sociedad y que se trasladan al espacio digital. Según Rozenberg, los algoritmos crean una base de datos diferenciados a partir de las asociaciones lingüísticas que usamos en el espacio físico; digamos que el algoritmo hace una transcripción de género en base al artículo determinado o la actividad asignada a un objeto. Si la «ciudad» está precedida por el artículo «la», se entiende que es un objeto femenino, como la plaza, la calle, la casa, la bicicleta; lo mismo ocurre, y en oposición, cuando el objeto está precedido por «el», el coche, el edificio, el garaje, el parque. Pero el algoritmo, además de someter los objetos a la determinación de un artículo «la» o «el», también designa género en base al uso o carácter que le damos los humanos a estos objetos, muchas veces relacionado incluso con actividades o estándares sociales.
Como parte del trabajo de investigación, Hannah puso en funcionamiento un programa en la web building without bias para comprobar cómo funcionan los algoritmos en relación al género. Al introducir una palabra en inglés el programa realiza una asociación basada en una unidad de medida (gender units) que otorga a un objeto el carácter de él o ella, por ejemplo: «park» es masculino, «house» y «kitchen» rebasan lo femenino, y así un largo diccionario de clasificados expresados por algoritmos que interpretan nuestro universo social. Pero, la experiencia no se queda con este curioso programa, sino que trasciende para generar una base de datos que lleve a cero la valuación de género. Mediante la introducción de unidades de género cero (zero gender units) «ni masculino ni femenino», asigna o etiqueta elementos arquitectónicos virtuales con valores sin género. Estos elementos forman parte de un modelado tridimensional que se localiza en la web y que simulan el paisaje de un espacio real en el que previamente ha comprobado los matices de género existentes.
Como hemos comprobado los algoritmos aprenden de los datos, ésta es su fuente de conocimiento y se cree que el procesamiento de estos datos produce una información representativa de la realidad, pero no es del todo cierto. Veremos. El otro trabajo que encontré es una visión distinta sobre lo que nos muestran los datos, considerando los sesgos de información, la monopolización de la información y la falta de representatividad en distintos niveles. Sobre este asunto, la profesora Catherine D’Ignazio contaba en una entrevista realizada por Think Commons la importancia de democratizar el proceso de recogida, análisis y proyección de los datos. Catherine desarrolla varios proyectos sobre visibilización equitativa e igualitaria de datos, feminismo de datos, tecnología feminista, alfabetización y culturización de datos; un enfoque integral que indaga más allá del género y de la mujer para entrar en las relaciones con el poder, «con el que se tiene o no se tiene».
Como explica D’Ignazio, sus ideas y trabajos se basan en el feminismo interseccional, un enfoque que aborda otras dimensiones de la identidad, como la sexualidad, el estatus social y económico, la raza, el origen, así como características que tienen relación con el contexto urbano. Esta visión multidimensional permite incluir distintos aspectos y elementos en el proceso de recogida y análisis de datos para que puedan ofrecer una mayor representatividad. ¿En qué se traduce la representatividad?, en un mejor conocimiento del contexto y de los problemas que afectan a las minorías, mayor apertura en el proceso de recogida de información, análisis y visibilización; todo lo cual permite eliminar el sesgo de género en la clasificación y categorización de objetos, espacios y roles.
La relación entre los algoritmos, la ciudad y lo urbano puede parecer lejana, pero en una sociedad que hibrida lo digital y lo analógico la representatividad de datos y la tecnología aplicada a herramientas de mejora urbana adquieren un valor determinante. Cuando Catherine D’Ignazio nos habla de los problemas encontrados en el universo de los datos, se hace visible que temas como la falta de equidad e igualdad en el sector tecnológico y en el propio universo web reflejan los problemas de género presentes en la sociedad, en la ciudad, en los barrios y en las comunidades. Se habla de recursos, de quiénes pueden recoger estos datos, qué datos interesa visibilizar y qué beneficios pueden generar; ganancias y vigilancia, una cuestión de poder. Volviendo a la relación entre algoritmos y lo urbano, el interés por democratizar, ampliar y abrir los procesos que conforman la producción de datos radica en contextualizar de forma integral el proceso, considerar la influencia del entorno, de sus características políticas, económicas, sociales, culturales y urbanas en sus distintos niveles.
La información es poder y los datos juegan un papel importante en los procesos de diseño de las ciudades, de los espacios públicos, de las infraestructuras, de la movilidad. Es por esto, tal y como hemos aprendido de las experiencias comentadas, que el acceso abierto a los datos, en todos sus procesos, permite indagar de forma más amplia y profunda en una problemática y visibilizarla. La tecnología informática, de las comunicaciones y las redes son útiles como herramientas de aplicación en el diseño y la planificación urbana. Pero al mismo tiempo, definen un nuevo espacio de relaciones y conocimientos donde se puede redefinir conceptos sociales binarios, como por ejemplo los relativos a los estigmas de género en los roles sociales, en el lenguaje arquitectónico y en lo urbano.
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta