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Pablo terminó la carrera de arquitectura en 2008. Mientras hacía un máster y buscaba trabajos que fuesen más allá de delinear llegó al año 2010, en el que a través de una relación familiar supo de un despacho de dos arquitectos españoles, asentados en un país de Oriente Medio, que recibían “becarios” que, tras un período de prueba, pasaban a ser remunerados. Llegar allí y sostenerse tres meses en ese escenario no implicaba menos de cinco mil euros, además de los gastos del viaje, para que una vez superado el período de prueba, pudiera ganar hasta dos mil euros al mes, en un medio en el que para vivir necesitaba más de mil quinientos. Pablo lo aceptó y tardó ocho meses en ahorrar para poder pagarse el billete de vuelta.
Ernesto emigró a Holanda en el año 2012 con el afán de cambiar de rumbo lo que había sido el fracaso de la “inversión familiar”. Único hijo de dos campesinos de la Asturias profunda, que se dejaron el patrimonio, las herencias y la piel en sostener a su chaval durante los 9 años que duró la carrera en la capital para luego, con un crédito, pagar un máster que cursó trabajando de camarero. Emigró a Holanda cuando llevaba 18 meses de búsqueda de un trabajo en condiciones “decentes” y solamente encontraba ocupaciones de becario sin remuneración. Allí comenzó en un estudio de arquitectura y poco a poco se fue abriendo camino. Hoy en día, desde Tokio, en el quinto estudio de arquitectura fuera de tierras peninsulares, sigue pagando las deudas de sus padres. Desde entonces, sólo ha vuelto a España dos veces.
Este triste panorama es parte de la factura del ejercicio de la arquitectura que nos dejó la crisis, obviamente, además de las ilusiones y expectativas de muchos profesionales noveles destrozadas.
También hubo casos de otro tipo. Carmen, chica de poco más de treinta con una licenciatura, dejó la tienda en la que había trabajado durante 10 años de dependienta para preparar oposiciones del Estado, consciente de que el trabajo para una cadena comercial no permite hacer carrera, o lo permite escasamente, y menos aún con la posibilidad de ubicarse dentro de roles de su interés y acordes a sus estudios. Al cabo de tres meses de tirar de pequeños encargos relacionados con servicios de fin de semana, se dio cuenta que, tanto por lo económico como por su estabilidad laboral y expectativas, necesitaría de un ingreso más contundente, a sabiendas de que el proceso de las oposiciones puede llevar un par de años, como poco, y sin garantía de éxito. Esto le llevó a una búsqueda de empleo a condiciones básicas “de prueba”. Un despacho de arquitectura técnica y diseño de interiores formado por dos socios, ambos jóvenes (menos de 35) con carrera en el exterior y máster. El rol de Carmen, ambiguo por supuesto, bailaba entre la asistencia de oficina, secretariado y elaboración de presupuestos, pasando por, obviamente gracias a su “buen ver”, gestiones de representación y ventas. La promesa de contrato a tiempo indefinido, coche y móvil, lógicamente acompañaban al paquete básico de la sobreexplotación y el aprovechamiento. El “período de prueba” en donde, poco a poco, y, una a una, iban aumentando los pedidos de tareas no acordadas. Primero son las que alargan el horario regular, luego las prestaciones especiales como un día de stand de feria en fin de semana, luego un cliente que “solo tiene tiempo el sábado” y por supuesto las sesiones de “capacitación” que deben estar fuera del horario de trabajo, para “no restarle productividad”. Todo esto claramente mencionado y pedido desde un inicio en conversaciones formales y comentarios indirectos que dejan sabor a “si no lo haces, el puesto no es tuyo”. Es decir, exactamente lo que José María Echarte hace poco comentaba en este interesantísimo hilo de twitter citando a Byung Chul Han, cuando explica lo que él considera 1“el ciclo de autoexplotación: “Se hace sentir al trabajador que debe pasar por eso. Se implementa su autoculpabilidad por no desearlo lo suficiente. Por no apasionarse todo lo que podría. O mejor aún. Lo que debería”.
Y la situación de Carmen fue a más. Debido a las virtudes que prestan hoy en día los sistemas digitales, no fue tarde el empezar y proponer el típico “si quieres puedes trabajar desde casa”, generando de esta manera una apertura a mensajes de chat en tiempo real, llamadas y videollamadas, como herramientas cotidianas de relación laboral. Las mismas, que una vez acentuadas como cotidianas, eran con total regularidad extendidas a horarios fuera de trabajo.
Los mensajes de whatsapp los domingos por la tarde para recordar los compromisos del lunes no fueron la excepción, así como los correos a las 11 o 12 de la noche de un día entre semana, con el consiguiente: “¿Lo has leído?”, a primera hora del día siguiente, para terminar con el encargo de las redes sociales corporativas, porque: “Como tú sabes de eso…”.
Carmen, al haberse negado en más de una ocasión, a tal nivel de concesiones, simplemente no incluidas en su contrato ni pagadas, no superó el período de prueba, al final del cual, en sencilla charla los socios le explicaron que claramente: ellos necesitaban alguien que tuviera más pasión y capacidad de entrega por el oficio y su trabajo, sin mencionarle la hipoteca de más de cincuenta mil euros que cargaban encima, obviamente con garantías familiares, para montar el “minimalista y súper moderno” despacho desde el que operaban.
Supongo que hasta aquí ninguna novedad. Quienes estamos dentro de la actividad de la arquitectura y el urbanismo —que no ha sido la única afectada— sabemos que esto no ha sido una novedad en la última década.
Tirando del anecdotario personal, he procurado juntar un par de casos en los que os pido no prestéis demasiada atención a la relación entre el trabajo injusto —la explotación— sea del lado que fuere y el oficio. No tiene un propósito más que ejemplificar.
Lo que me interesa, en realidad, es destacar y reflexionar sobre el retraso que llevamos respecto a la relación entre cambios inminentes y nuestra disponibilidad y creación de medios y estrategias para afrontarlos.
A ver si soy capaz de explicarme.
La primera década de este siglo la terminamos sorprendiéndonos con la lucidez de Bauman cuando nos vaticinaba el final de esa modernidad que apostaba por una estabilidad y una continuidad sólida, basadas en los aprendizajes anteriores y las pruebas repetitivas, y su paso a una “modernidad líquida”. Término que acuñó bajo explicaciones que radicaban en la oportunidad, la flexibilidad y el cambio constante 2.
La quiebra de Lehman Brothers pasará a la historia por marcar un antes y un después, no solamente como el primer efecto fatal de una economía global, sino también como una referencia de un momento internacional, puesto que independientemente del golpe financiero marcaría un punto en el que muchas cosas cambiaron sin una posibilidad de retorno: el colapso económico de Islandia, la burbuja inmobiliaria en España, Irlanda, Grecia y podríamos seguir. Esos elementos que Bauman analizaba desde la metáfora del estado de la materia han evolucionado notablemente en una década.
La incertidumbre se ha apoderado por completo, tanto de las expectativas de empleabilidad como de la certeza en sí misma de la vigencia de muchos oficios y profesiones.
Internet, la tecnología que ha cambiado todo desde la disrupción, aún no nos permite consolidar miras hacia el futuro que nos anticipen por dónde pueden estar los nuevos derroteros. Sin embargo, aquellos muchachos desilusionados que en un principio pagaron gran parte de los costes de la crisis son hoy en día los principales actores de la innovación. Muchos mediante un reciclaje de conocimientos que les ha permitido una empleabilidad que, empezando como alternativa, hoy va consolidando nuevas teorías de aprendizaje y ejercicio de la profesión totalmente válidos. Esa generación, en un inicio maltratada por las circunstancias, es hoy una esperanza.
El hecho de que explotara la burbuja inmobiliaria, sobre todo determinó que la producción de arquitectura y urbanismo se paralizara, frente a lo cual muchos de los actores ya consolidados se reciclaron. Pero quienes tenían un ámbito profesional por hacer lograron ir innovando dentro de los procesos tanto de pensamiento como utilitarios, y son quienes han tirado de hilos nuevos.
El cohousing, la vivienda social, la mediación comunitaria, la vinculación de sistemas digitales aplicados a la arquitectura y el urbanismo, el desarrollo de las tecnologías alternativas y muchos más. De manera puntual, proyectos de cohousing pioneros como Entrepatios y alguna otra experiencia de Saat, un estudio de arquitectura muy particular con proyecto interesantísimo. También las iniciativas del trabajo cooperativo, como la de Lacol Cooperativa, con su proyecto emblemático de la cooperativa de vivienda en cesión de uso de la Borda.
Desde lo urbano, el gran impulso que se ha podido dar a la visión de la ciudad desde una participación conjunta con los actores urbanos, ha implicado un cambio de sentido en la gestión del urbanista, que cada vez más va hacia la interlocución e instrumentalización entre la administración y los ciudadanos, en donde el rol del mediador es imprescindible.
Pero, lastimosamente, muchos de estos roles han nacido y se han instalado desde un ejercicio precario, y continúan en una condición “experimental” en donde pocas cosas están dichas y muchas conservan aún un halo de vulnerabilidad. La mayor parte de ejercicios y disciplinas nuevas nacen asociadas a los sistemas digitales. “Quizás por ello es fácil confundir su precariedad con «un acto de solidaridad». Confusión que contribuiría a normalizar formas de desigualdad y pobreza”3.
Se van dando pasos importantes, me consta que docentes creativos están incorporando gran parte de nuevos puntos de análisis y modalidades de formación dentro de las carreras respectivas. Están apareciendo nuevas especializaciones y la Administración es cada vez más consciente de la necesidad de mediación y asesoría tanto de la disciplina edilicias como urbanísticas. La sociedad en sí misma es cada vez más sensible y está ávida de nuevas alternativas de vivienda y de formas de relacionarse en la ciudad, y creo que ahí nos quedan espacios por explorar.
Desde lo normativo hay cambios también. Se acaba de reconocer el derecho de los trabajadores a no ser molestados digitalmente fuera de los horarios laborales. Se ha creado jurisprudencia a través de más de un caso. Hace poco escuchaba al coordinador de UGT para la Secretaría de Salud Laboral enumerando las esferas a las que afecta la falta de desconexión digital, y sin embargo aún se discuten los límites de términos como conectividad y disponibilidad. Con lo cual podemos decir que Carmen, la mujer de nuestro ejemplo, en poco tiempo estará amparada y protegida, pero probablemente desempleada.
¿Por qué? Pues muy sencillo, porque en este aspecto la oferta y la demanda no llegan a un equilibrio.
Ergo: “Es el mercado, amigo”. De momento, y en muchos de los casos, tendrá trabajo quien se deje explotar, por una razón simple. Empresarios, profesionales liberales y emprendedores se apegan a leyes de mercado, y por tanto cuentan con mucho del respaldo de la máquina del sistema neoliberal, mientras los trabajadores siguen luchando por unos derechos, a día de hoy poco adaptados a la realidad.
¿Cómo conciliamos esto?
Pienso que podemos encontrar pistas en sectores productivos que han tenido evoluciones mucho más dinámicas que la lógica del “encargo” en la arquitectura. Si analizamos la evolución del oficio de la arquitectura y el urbanismo, nos encontramos con que ésta ha sido casi nula. Desde la arquitectura de encargo, la masificación de vivienda, y algunos giros de carácter político, en cuanto a lo urbano. Aún pretendemos seguir ejerciendo el oficio desde la misma manera que hace dos siglos atrás. Yo diría que las dinámicas de su producción han sido altamente conservadoras.
Si tomamos, por ejemplo, la industria fonográfica, podríamos recorrer una historia evolutiva, que concuerda totalmente con el desarrollo de la tecnología, tanto como los avance de muchos de los procesos de modelos de negocios que se han adaptado en distintos momentos.
En nada más que un par de siglos hemos pasado de la exclusividad de la escucha de música en vivo, a la posibilidad de guardar y registrar esa misma música en distintos formatos; de los mecanismos musicales de resortes, pasando por los fonógrafos y llegando al vinilo cuya máxima evolución llegaría con el disco compacto. En todos estos casos el modelo de negocio era el mismo, producir la música para encapsularla en un formato estanco que permitiera convertirlo en un producto de venta, portátil e individualizable. Yo compro mi música y me la llevo para reproducirla a mi antojo. La disrupción de los sistemas digitales afectó a la música en tal medida que transformó primero el formato y luego el modelo del negocio, hasta llevarlo a las plataformas actuales en las cuales pagamos por escuchar.
A este tipo de evolución me refiero. Una evolución que afecta a la cadena productiva, al modelo de negocio, al resultado final. Es decir, al producto. Mientras que en la arquitectura hemos tenido solamente una evolución tecnológica y apenas ahora empezamos a innovar en el resto de aspectos, lo que nos deja ver que probablemente en el camino de esta evolución esté tanto gran parte de la empleabilidad, cuanto del futuro de la profesión.
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1 | CHUL HAN, Byung. La sociedad de la transparencia. Herder Editorial, 2013.
2 | BAUMAN, Zygmunt. Tiempos Líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, Tusquets Editores, Barcelona, 2007.
3 | ZAFRA, Remedios. El Entusiasmo, Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Anagrama Editorial, Barcelona, 2017.