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PARTE 2
Hace ya casi veinte años, Wilfredo Carazas, arquitecto cusqueño diplomado por la UNSAAC e investigador asociado en CRATerre (Centre International de la Construction en Terre), escribía en el documento “Vivienda urbana popular de adobe en el Cusco, Perú”, de la colección “Asentamientos humanos y medio sociocultural” de la UNESCO, las siguientes palabras:
“En Perú se observan desequilibrios de índole estructural que se traducen por niveles socioeconómicos muy diferentes y una distribución desigual de las fuerzas de producción, con una diferencia muy notable entre el medio rural y el medio urbano. Esta diferencia genera una fuerte concentración económica en las principales ciudades: Lima (la capital), Arequipa y otras aglomeraciones. La afluencia migratoria hacia esas ciudades, incapaces de acoger una gran masa de población, genera problemas económicos, como el desempleo y la ocupación espontánea de tierras por una población económicamente excluida.
Este fenómeno afectó forzosamente la estructura urbana de la ciudad, que se tornó progresivamente desordenada e incluso caótica. Habida cuenta de la situación de la ciudad del Cusco, en un medio geográfico montañoso cuyas condiciones geológicas son propicias a los fenómenos geodinámicos, la ciudad padece periódicamente las consecuencias de desastres naturales (seísmos, deslizamiento y hundimiento de tierras). […]
Una de las principales características del problema de la vivienda en la región del Cusco es su escasez generada por una economía débil, por el continuo flujo de migraciones y una política interior inadecuada. El Cusco no está aislado del resto del país y presenta las mismas características: marginalidad de los sectores populares, expansión urbana caótica y elevados índices de ocupación espontánea de terrenos (invasiones).”[1]
La ciudad de Cusco, desarrollada en una hondonada (lugar de un antiguo lago), a la cabeza del valle que forma el río Huatanay, se rodea de montañas en todos los laterales, desde el núcleo principal hacia el valle abajo, uniéndose con otros distritos a lo largo de veinte kilómetros, en lo que hoy se puede leer como una ciudad metropolitana lineal a lo largo del valle. En este desarrollo, los límites entre la ciudad histórica (que se debate entre la turistificación y la tugurización), el crecimiento planificado que enlaza distritos a lo largo del valle, y el crecimiento informal de barrios populares que se encarama en los terrenos más altos (umbral con lo rural), se hace caótico y difícil de gestionar. Este caos muestra además, de forma patente, la desigualdad cultural, social y económica del habitante rural emigrado, frente al aborigen urbano.
“Los planes de desarrollo urbano que se llevaron a cabo en la ciudad del Cusco fracasaron debido al rápido crecimiento de la ciudad y repercutieron de manera considerable en los sectores populares. Esto obedece sobre todo al desfase de los proyectos que no tienen en cuenta las características específicas de la ciudad, los antecedentes históricos, el trazado particular de la estructura urbana, el ritmo de las migraciones, el elevado crecimiento demográfico ni, sobre todo, las características socioculturales y económicas de los sectores populares. Esta última característica se toma en cuenta en los planes de desarrollo, pero como elemento de referencia y no como factor esencial del contexto urbano.
Esos planes responden más bien a criterios técnicos formales de manera unidireccional. Las características geomorfológicas del valle del Cusco que se tienen en cuenta en la elaboración de los planes de urbanismo imponen aparentemente un crecimiento lineal. Sin embargo, en la realidad a esto se oponen enormes contingentes de población (la población excesiva del centro histórico y los migrantes) que ocupan espacios urbanos cerrados y estrechos, oponiéndose al proyecto oficial de manera espontánea, informal y clandestina. […] Podemos pues afirmar que existe un desfase entre la lógica administrativa de la urbanización y las necesidades de la población, prácticamente opuestas.”
Los numerosos afluentes del Huatanay constituyen quebrazas, terrenos vulnerables a los desplazamientos de tierras, que constantemente amenazan la seguridad de la ciudad. La gestión de esas quebradas, tanto en sus recursos hídricos como por prevención de riesgo de desastres, por parte de las diferentes municipalidades del valle, y de organizaciones como Guaman Poma de Ayala, se complica ostensiblemente por el ritmo vertiginoso de la ocupación informal de la ladera. Cada semana aparecen nuevas viviendas urbanas, populares y precarias, en zona de riesgo. Estas viviendas están pobremente construidas, utilizando aún adobe, pero combinado con materiales industrializados que requieren un conocimiento técnico muy específico, y situadas en terrenos deslizables, poco consistentes, en grandes pendientes, etc.
Los esfuerzos por estabilizar taludes y encauzar las aguas, así como las labores de limpieza y mantenimiento de los cauces, se combinan, a contrarreloj, con la necesidad de concienciación de la población, que autoconstruye, desde el desconocimiento y la inequidad, viviendas inseguras que aumentan exponencialmente la vulnerabilidad ante desastres naturales, tanto la propia como la de la ciudad que se extiende a los pies de estas laderas. Desde el CENEPRED (Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres) se pueden consultar, a través del SIGRID (Sistema de Información para la Gestión del Riesgo de Desastres), los informes de identificación de estas zonas vulnerables.
Como explica Carazas, “el campesino se convierte en albañil en la ciudad”. Es necesario matizar esto, ya que el habitante del rural altoandino autoconstruye también, como hemos visto, su espacio doméstico, sin ordenación urbana o proyecto de arquitectura mediante. Sin embargo, y a pesar de las carencias identificadas ya vistas (fruto de la pobreza transversal y relacionadas con la autoconstrucción sin supervisión), lo hace “en su elemento”, en su terreno conocido, con muchas menos limitaciones espaciales, contando con una comunidad de apoyo, empleando técnicas sencillas y muy ensayadas, e imprimiendo en ellas su herencia y aspiraciones culturales. Todo ello no significa, insisto nuevamente, que ese hábitat popular rural no necesite asistencia técnica, capacitaciones, nuevos proyectos de desarrollo tanto a nivel social como económico, y un largo etcétera. Posibilitar una vida rural que dé cabida a la herencia cultural no está en contraposición a que esa cultura evolucione e integre los parámetros y aspiraciones que corresponden a nuestro tiempo, y al desarrollo humano que implica.
En la ciudad, adobe y hormigón compiten y se enfrentan, entendiéndose el primero como un material “pobre”, “anticuado” e “inseguro” y el segundo como uno “noble”, “moderno”, “seguro” (lo que ya es un clásico de los argumentos sin fundamento, empleados sin criterio tanto por políticos como por la población). Huelga decir que ninguna de las connotaciones de estos materiales son verdaderas per se.
“El nuevo emigrado es contratado para fabricar adobe y construir casas. […] Es preciso reconocer que el albañil posee su propia escala de valores y hace una distinción entre el hormigón y la tierra (influencia urbana). Así, dominar las técnicas de construcción en adobe es sólo un paso que le da acceso a una condición superior: constructor en hormigón. Es inútil decir que no tratará de profundizar la construcción en adobe, la que considera provisional”.
“La cultura conlleva prácticas visibles dentro de las características tipológicas de la vivienda, como todo proceso sociológico de ‘alineamiento cultural’ al interior de las grandes ciudades; construir, si es posible, con hormigón es ‘mejor’.”
Durante mi visita a las quebradas urbanas del Cusco con la asociación GPA, pude encontrar viviendas precarias tanto en hormigón como en adobe, situadas además en zona de riesgo. Viviendas con pilares de 20 cm, armaduras al aire, zapatas ínfimas y desenterradas por el terreno en rápida y perpetua erosión, losas de escalera armadas de menos de 10 cm de espesor, muros de adobe de menos de 30 cm sin basamento remarcable, y un largo etcétera, todo edificado sobre terrenos de pendientes en ocasiones de más de 45º de tierras arenosas o arcillas expansivas. Una total protocatástrofe, mantenida por el frágil equilibrio de la estabilidad de la naturaleza. Cualquier sismo, lluvia excesiva, o la propia erosión, paulatina pero tenaz, de la estructura hídrica del territorio, puede desencadenar la tragedia.
Tratando de dar una visión diferente a los habituales planteamientos sobre desarrollo urbano sostenible, en especial, en relación a este caso de estudio en concreto, pondría la mirada precisamente en el rural. Las políticas para un futuro urbano posible se centran, como parece evidente, en el espacio urbano, y en esa necesidad extrema de gestión y mejora de barriadas populares. Sin embargo, tras décadas y décadas de trabajo a contrapié, y con una tendencia urbana cada año más acentuada, insisto en esta idea:
La situación es inabarcable desde, exclusiva o principalmente, la gestión y planificación urbana y la reducción de riesgo de desastres. Para reducir la vulnerabilidad e informalidad urbana es necesario mejorar las condiciones de vida del rural. Primero, porque los habitantes del campo merecen una oportunidad de desarrollo propia, y no verse forzados a renunciar su forma y espacio de vida por el abandono de las políticas públicas y de desarrollo en el espacio rural. Pero segundo, porque sin duda la precariedad rural alimenta la precariedad urbana, al alimentar la emigración del campo a la ciudad partiendo de una situación de inequidad social y económica entre los naturales de sendos contextos.
Reducir la pobreza rural y potenciar el desarrollo de sus comunidades y el desarrollo humano de sus pobladores, es equilibrar esa balanza, ralentizar los tiempos de la ciudad, y, además, salvar todo el conocimiento popular vinculado a lo rural, que se encuentra, por todo ello, en peligro de desaparecer.
[1] Todas los párrafos entrecomillados que aparecen en este artículo pertenecen al documento citado de Wilfredo Carazas: “Vivienda urbana popular de adobe en el Cusco, Perú”, de la colección “Asentamientos humanos y medio sociocultural” de la UNESCO, 2001.