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Tres adolescentes a finales de los ochenta, se habían aventurado a conocer los encantos de “la calle”como una necesidad propia de su edad, mientras finalizaban ya sus estudios secundarios. Al calor de la noche y sus encantos, la vida de calle les condujo a varios sitios de vida nocturna que vinculaba los sonidos clásicos de la salsa, entendiéndose ésta como los sonidos de una clase inmigrante de los setenta en Nueva York. Una potentísima actividad cultural y una fuerte vinculación política. Con estos elementos terminaron sus estudios secundarios y arrancaron las carreras universitarias, distintas los tres y con las que se les abría un mundo hasta ahora desconocido y que ofrecía unas oportunidades de crecimiento en todo sentido, aunque con algo de riesgo de perdición también. Su vida económicamente precaria, les daría paso a la emancipación y con pequeños trabajos afines a sus carreras se sostenían entre los estudios, el ocio mencionado y la vida universitaria con fuerte actividad política. Era la época de hacerlo, eran esos momentos que aunque no lo supieran, no volverían. Momentos en donde se tenía la fuerza y la irreverencia para todo. Probablemente recursos que a la juventud contemporáneas se les han vuelto volátiles o se les han diluido entre la comodidad tan propia de una época en la que su fortuna ha adormecido sus inquietudes.
Más de una vez, sus elecciones de prioridades se ciñeron al ocio, la diversión o el activismo político, antes que a los estudios o los precarios trabajos que los sostenían y esas decisiones les condujeron a aventuras sindicales activas, bombas molotov, persecuciones policiales y noches de bohemia interminables. Con algún tiempo ya de práctica y evolución, su entorno de vinculaciones político-artístico-sociales eran tan ricas que empezaban a tomar dimensiones internacionales. Alguna invitación a congresos fuera del país les permitía ampliar más esos círculos. En uno de ellos conocieron a un estudiante de hasta entonces un país detrás de la cortina de hierro, que junto a una comunidad de hispanohablantes en ese país había heredado la consagración de la cofradía de uno de los santos paganos, San Genarín, que según cuenta la mayoría de versiones de la leyenda, fue un pellejero de principios del siglo XX, que en León se dedicaba mucho a la juerga y el orujo, siempre visto desde una perspectiva bohemia y hasta poética. Hasta que un jueves santo al salir de la cantina fue atropellado por el camión de la basura, la primera en socorrerlo fue una prostituta que ejercía su oficio en una esquina próxima y a quien Genarín concedió el primero de los milagros por los que luego le santificarían. Son muchas las versiones sobre esta leyenda, la gran mayoría hacen referencia a los mismos elementos en diversidad de épocas y condiciones, remontándose las más antiguas al medioevo y en muchos de los casos se habla de actualizaciones de la leyenda a través de la conservación de lo simbólico, puesto que, tratándose de jueves santo y en plenas y máximas festividades religiosas, muy difícil sería encontrar la manera de reivindicar a un pellejero borracho y vagabundo. El ritual de su conmemoración, sí o sí se tuvo que volver un acto clandestino que, con mayores dificultades en la antigüedad, se logró conservar hasta épocas modernas, donde la consagración de los cofrades de San Genarín desplegó una transmisión del ritual por el cual te llegaban sus bendiciones, obviamente en bebida y diversión. El ritual, había pasado generación tras generación, y se fue extendiendo de país en país, en donde los cofrades se encargaban de ejercerlo y transmitirlo, siendo uno de los elementos fundamentales y que era símbolo del encuentro entre cofrades, el abrazo.
Este gesto que en secreto permitía reconocerse como los miembros de esa fraternidad, se fue contagiando a todos los círculos que estos tres cofrades frecuentaban, al punto de que el gesto del abrazo fue más allá del vínculo transmitido por el ritual.
Círculos de arte, bohemia, política y cultura en los que intervenían, había un elemento homogeneizador que los hacía a todos, uno. El Abrazo.
La noche del 9 de noviembre de 1989, en Berlín oriental un chico de 22 años de nacionalidad Checa hizo una llamada a uno de los tres protagonistas de esta historia, que habían conocido en Cuba varios años antes, en un congreso de estudiantes. Su conversación fue corta y clara:
the wall is falling down!! the wall is falling down!!
Esa noche junto a varios cofrades, Decidieron instaurar un nuevo ritual para acoger lo que en adelante sería ya solamente historia, y para ellos la inauguración de un símbolo más allá de reconocer a los de Oeste y los del Este como iguales. Un tutorial de abrazos para saberse todos humanos, de la misma especie y sobre la base de la cual, desde entonces se reconocerían en la esencia de personas.
Manual para aprender a abrazar:
El abrazo no puede ser superfluo, ni obligación, el abrazo arranca con una emoción impostergable.
El abrazo es la evolución romántica y sensible del Ka, el símbolo por antonomasia de la vitalidad y la afabilidad, el símbolo generoso del acogimiento.
El abrazo no es para todos ni todos son iguales, el abrazo escoge a la persona adecuada, vale más a quien le puedes dar, pensar siempre en el sentido amplio de la generosidad antes que en el de la demanda, lo que puedes recibir.
Cultiva el momento adecuado. Tu momento. Ese en el que eres realmente tú claro franco y limpio, si es necesario prepárate para ello.
El abrazo empieza en la mirada y el paso adelante. Sal al encuentro, no esperes el abrazo del otro y en el instante mismo del inicio inspira profundamente, abre con tus brazos el ánimo y el alma para acoger al otro en ti.
Sostén la inspiración y aprieta lo justo para sentir y ser sentido.
Luego de haber sentido una inexorable paz que te indica que eres uno con el otro, exhala lentamente, para que dure tu acto generoso de permitir que algo entre los dos, ahora es de común.
Los tres protagonistas hoy viven en países distintos, sin embargo el último viernes de cada mes, quedan por videoconferencia. Hace años que no se abrazan entre ellos y hace 2 meses que no abrazan a nadie.