Cuevas, catedrales y rascacielos: la arquitectura y el mundo de las ideas

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Las ciudades son la historia de la civilización, registran la huella de la producción social, económica y política de cada época en sus calles y edificios, en sus llenos y vacíos. Un pergamino desplegado en el que vivimos sumergidos, elaborando constantemente la literatura de lo urbano, desde la memoria y a través de los cimientos que permanecen y se proyectan. Pero, las ciudades también evidencian la existencia de dos mundos que permanecen en el tiempo en una dicotomía que subyace en cada ámbito de lo humano; el mundo material y el inmaterial, lo sensible y lo inteligible, lo que muta y lo inmutable. La arquitectura es una representación material de la dicotomía manifiesta en los procesos de elaboración de la realidad urbana y social.

Platón propuso la teoría de los dos mundos para intentar explicar el concepto de realidad y percepción a través de la alegoría de la caverna, una narración metafórica que nos sitúa en un universo constituido por ideas y cosas: mundo inteligible y mundo sensible. Esta dicotomía define el «ser» y está siempre presente en la construcción de nuestro entorno. Platón afirma que el mundo sensible (el de los objetos) es una representación fiel del mundo inteligible (el de las ideas), pues los objetos son el resultado de las ideas y éstas son eternas. El mundo sensible representa el cambio, lo finito; el mundo inteligible es lo inmutable, lo eterno.

Basados en la teoría de Platón conectamos con la invención de la arquitectura, que desde la perspectiva del historiador Leland Roth [1] tiene su origen en las primeras intervenciones y modificaciones del entorno que elaboraron nuestros antepasados los Homo sapiens. Pese a que quizás ellos no eran conscientes de esto, la caverna como registro del origen de la civilización, representa la génesis y el punto de referencia con el que elaboramos el concepto de espacio habitable. De la necesidad de refugio, que es idea, vino la función como objeto; con la evolución se estructura la dicotomía de la producción arquitectónica a partir de las creencias. La arquitectura es símbolo e imagen del tiempo y de las ideas, es por esto que sus funciones son el objeto que reproduce las ideas del constructo social, cultural, religioso, económico y político.

De los primeros asentamientos mesopotámicos, pasando por la configuración del estado romano con sus instituciones y sus edificaciones hasta nuestros días, toda construcción arquitectónica elabora un discurso que sirve de referencia para la proyección del siguiente período; lo intangible, lo inmutable y las ideas permanecen aunque los objetos y el contexto varíen. Así, la idea de un ser motivado por erigirse hasta el cielo (o para alcanzar comprender lo desconocido) es el hilo conductor en la narrativa del mundo sensible. Corsi e ricorsi, la historia se repite en forma de ciclos; esta recurrencia que permea el tiempo hace que algunos símbolos perduren o transmuten. Ayer las catedrales, hoy los rascacielos.

catedral

Basílica de San Pedro, Roma. Fuente: Wikipedia

Las catedrales se erigieron en un momento definido como etapa preliminar de las luces en la línea del progreso. Como el simbolismo tiene una resonancia dicotómica, las catedrales representaron desde la Edad Media el símbolo por antonomasia del poder divino sobre la Tierra, al tiempo que la manifestación de la evolución técnica, representativa, plástica y artística de la humanidad. El poder de la iglesia sobre el tejido social y la capacidad de gobernar las instancias de lo político y económico se depuraba a través de la espiritualidad infundada en la religión, pero el poder también representa su materialidad en la excelsitud de las naves, pilares y cúpulas. Todas las miradas fieles se alzaban hacia las cúpulas con esperanza, pero albergando una profunda sensación de temor hacia la inmensidad y ante lo incompresible. Hoy miramos las cúpulas desde la última planta de los rascacielos, hemos ascendido tanto como la expectativa de superar nuestros límites, ahora el miedo se produce al mirar hacia abajo. Tanto antes como ahora, es sobrecogedor encontrarse delante de la catedral de Notre Dame o mirar la ciudad de New York desde la última planta del Empire State.

rascacielos

Skyline de New York.
Los rascacielos en el imaginario: la representación del mundo de las ideas en la materialidad urbana.

Los rascacielos representan el esplendor de una nueva época, tanto como lo fueron las catedrales en su momento. No se trata de un giro en los acontecimientos, sino de una línea evolutiva que habla de la continuidad de las ideas en objetos que cambian pero que mantienen la esencia del mundo inteligible. El peregrinaje y la adoración se han convertido hoy en el consumo y éste, en base a la ley de oferta y demanda, configura gran parte de las redes relacionales y productivas del espacio, del mundo sensible. La adoración de los símbolos de culto en un edificio religioso es una práctica comparable al consumo de objetos de deseo por las masas, y la gran mayoría se produce dentro de unas estructuras y unos espacios arquitectónicos concebidos con esa finalidad.

La evolución tecnológica permitió a través del ascensor alcanzar alturas que rascan la idea que tenemos de cielo. Las ideas que componen este complejo describen el cambio de un período que supone el tándem entre lo mecánico y lo digital, en donde ya no se trata sólo de dilatados complejos industriales diversificados en naves, sino de cubículos apilados en alturas de acero y cristal, lugares desde los que se controla informáticamente la economía del mundo y las opiniones de las personas. El paso siguiente será catalogar y disertar en este espectro sobre los contenedores de los grandes servidores que sostienen nuestro mundo digital, la máxima expresión de un futuro próximo que se gesta con la invención del código binario.

Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no

Notas

  1. Roth, Leland. (1999). Entender la arquitectura, sus elementos, historia y significado. Barcelona: Editorail Gustavo Gili.