Cuerpo estándar para ciudades excluyentes

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New York, 1950. Helen Levitt.

La ciudad es el espacio de relación y encuentro entre el cuerpo individual y el colectivo que existe en la dimensión de lo objetivo y lo subjetivo, armazón que se construye en base a lo físico, psicológico y sensorial. Todo lo que nos rodea nos afecta, nos define, nos cambia. No podemos hablar de espacio sin considerar el propio cuerpo, sus necesidades, su forma, sus dimensiones, así como la carga social y cultural que pesa sobre este. El cuerpo humano es la referencia base para la construcción de espacios y objetos; sin embargo la estandarización en su proceso de ajuste, simplificación y normalización, también ha conseguido discriminar buena parte de la diversidad y vulnerabilidad del cuerpo, lo que ha determinado sistemáticamente la construcción de ciudades excluyentes.

El cuerpo como referente para la estandarización

La estandarización del cuerpo comprende una complejidad física, en cuanto a sus medidas, formas y capacidades, y una abstracta pero muy tangible que refiere las dimensiones culturales, sociales, políticas, económicas y las del género. Ambos universos determinan una iconografía y un modelo de creación de nuestro entorno en todas sus escalas. La planificación urbana, así como la antropometría, son instrumentos con los que se ha estandarizado el cuerpo y sus ámbitos de acción y relación para construir espacios y objetos también estandarizados. En esta oportunidad pongo sobre la mesa la cuestión de los estándares en relación a dos aspectos que reducen la diversidad del cuerpo humano y su relación con el espacio urbano a medidas y funciones espaciales muy limitadas. Por un lado, la estandarización antropométrica que ha determinado toda una iconografía del poder del cuerpo masculino sobre el espacio, y por otro, la arquitectura y el urbanismo basados en la presunción de una funcionalidad óptima del cuerpo humano que niega su vulnerabilidad, que excluye y discrimina las discapacidades.

El cuerpo como referente para la estandarización

Algunos referentes antropométricos han jugado su papel en la construcción icnográfica del género de un modo sugestivo. Si bien la antropometría investiga las diferencias entre las variaciones físicas en la diversidad de grupos étnicos y de las condiciones físicas del cuerpo, existe una carga simbólica que viene de los orígenes de ésta ciencia basada en el canon de la simbología masculina. Estudios antropométricos como el que elaboró Le Corbusier con el Modulor y antes Leonardo Da Vinci con el «El hombre de Vitruvio», retratan las dimensiones físicas humanas llevadas al estándar de un cuerpo masculino en edad adulta. Estos modelos de representación anulan la diversidad que plantea el propio cuerpo en función de la edad, del género y de las condiciones psico-físico-motoras. Por otro lado, estos han sido también sistemas de representación del cuerpo masculino como el modelo del cuerpo humano; un constructo que a simple vista puede parecer inocente pero que ha determinado de forma canónica una iconografía del poder a través del cuerpo y del género.

En un artículo anterior titulado «La máquina para habitar, el apartamento de soltero y la casa sin cocina», hablaba sobre la carga socio-cultural que ha definido el diseño de la vivienda a partir de tres momentos representativos de la modernidad relacionados con el modelo de producción estandarizado, la mujer relegada a las labores domésticas y la iconografía Playboy, éste último como parte del simbolismo del poder masculino en el diseño; un constructo que forma parte de la carga cultural basada en una iconografía del género masculino. Y es que el poder del cuerpo representado como el más fuerte y capaz también define los espacios que habitamos. Esta predisposición a estandarizar en función de un cuerpo masculino, adulto e invulnerable, incide en aspectos normalizados que van más allá de las medidas antropométricas o la distribución espacial, porque definen cuestiones tan importantes como por ejemplo, la seguridad, la accesibilidad, la integración o la movilidad en nuestras ciudades. La ausencia de una concepción e interpretación integral del cuerpo en la producción del espacio es una constante que se reproduce en los espacios arquitectónicos y en la construcción física, cultural y social de la ciudad. El cuerpo como modelo antropométrico e iconográfico determina también las relaciones de poder entre hombres y mujeres en el uso y función del espacio; al tiempo que plantea el problema de los sesgos de representación de la diversidad en todos los aspectos humanos y de la relación del cuerpo con la ciudad.

La planificación como sesgo

 La planificación como sesgo

Ruptura de la estandarización, de la normalización del poder y la productividad a través de nuevas miradas y acciones para redefinir la planificación urbana: «Espacios para la vida cotidiana. Auditoría de Calidad Urbana con perspectiva de Género». Propuesta de análisis de las actividades diarias de las personas con enfoque interseccional y en relación a la diversidad, las diferencias de género, edad, la diversidad funcional y de experiencias, la procedencia o el nivel de renta. Fuente: Col.lectiu Punt 6

Hasta ahora he hablado del aspecto sociocultural determinante en la estandarización, la rigidez antropométrica y la iconografía de género en los espacios urbanos, sin embargo no se puede dejar de lado la responsabilidad de la planificación como instrumento rígido y sesgado en la definición de todos los espacios de interacción. Nos percatamos de la estandarización del diseño urbano y de la cuestión iconográfica del cuerpo fuerte e invulnerable cuando experimentamos las carencias y problemáticas del espacio urbano desde las necesidades del propio cuerpo, y comprendemos que todo nuestro entorno se construye a partir de un patrón rígido y genérico. Se hacen evidentes los sesgos que se generan a partir de la estandarización de actividades diarias reducidas a escalas de producción y productividad; un modelo masculino y excluyente que predomina sobre el ámbito de lo reproductivo, de la diversidad de edad, género, condición física y de las actividades diarias que deben realizar las personas de los diversos grupos socioculturales.

Trabajo integral en la metodología del proyecto de ciudad según Raons Púpliques. Fuente: Raons Públiques SCCL

Para Le Bretón «el hombre no es el producto de su cuerpo, él mismo produce las cualidades de su cuerpo en su interacción con los otros y en su inmersión en el campo simbólico»[1]. Para Lefebvre «el espacio no es un simple medio, es un elemento producto del cuerpo y de la sociedad, y productor de sociedad» [2]. Así la ciudad es una construcción social y cultural, como un cuerpo exterior al humano en continua tensión de relaciones y acciones, símbolos y patrones. Una tensión de poderes, donde la planificación a través de la estandarización ha construido ciudades más productivas que cuidadoras, más excluyentes que integradoras. La estandarización en la construcción urbana a través de la planificación rígida ha demostrado ser ineficaz, aquí se produce el conflicto entre lo planificado y la experiencia del cuerpo en el espacio. Pero es el conflicto lo que al mismo tiempo crea la oportunidad para reelaborarse, redefinirse. De aquí que desde el urbanismo participativo, el concepto de ciudad inclusiva, integradora, transversal y con perspectiva de género, se pueda producir un salto cuántico en las formas de hacer ciudad; pero habrá que superar todavía —entre otras cosas— las barreras impuestas por la iconografía sociocultural del poder del hombre sobre la mujer y del modelo de productividad.

Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no

Notas:

  1. Le Breton, David. (1992). Sociología del Cuerpo. Buenos Aires: Ediciones Buena Visión.
  2. Lefebvre, Henri. (2013). La producción del espacio. Madrid. Capitan Swing.