Espero que nunca falte un techo sobre tu cabeza, que nunca te encuentres en la tesitura de no tener a dónde ir, que nunca te sientas invasor en el sofá de otro ni vagabundo en una selva de hormigón.
Cuatro paredes y un techo se dice fácil, la variable de los metros cuadrados se convierte en lujo en función de la oferta.
A la hora de buscar una vivienda nos orientamos a partir de unas determinantes; algunas son necesidades básicas, otras son cuestiones que responden a ideales socio-culturales. En la medida de lo posible preferimos que cada función ocupe su propio espacio, una estancia para la cocina, otra para el salón y otra para la habitación, aunque no siempre este ideal es asequible. En nuestra hostil contemporaneidad disponer de un espacio personal —por pequeño que sea— es una conquista sobre la precariedad habitacional.
Una cosa es cubrir una necesidad y otra cómo se satisface dicha necesidad. Un “techo”, dicho a la ligera, entraña un argumento muy complejo de cuestiones económicas, sociales, culturales y existenciales. Sí, sobre todo existenciales, porque ser ciudadanos (existir) no nos garantiza el acceso a una vivienda (al menos digna) pese a ser un derecho. Nos movemos al ritmo del mercado inmobiliario, pero también al compás del orden social y de las costumbres de consumo, que son a fin de cuentas la base del algoritmo financiero para generar la oferta que construye el espacio para la demanda; un círculo de vicios y vicisitudes.
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Welfare y Baby Boom
En relación al compás del orden social y las costumbres de consumo, los años sesenta y setenta evidenciaron un aumento poblacional en la curva demográfica con el llamado “Baby Boom”, un fenómeno producto del Welfare de la postguerra que determinó el crecimiento de las ciudades.
El urbanismo se hizo con la planificación basada en el desarrollismo; expansión y explotación más allá de los límites de lo urbanizable, ventilando el potencial de compacidad. Por otro lado, el crecimiento de las ciudades de la mano del aumento poblacional significó un cambio de paradigma en los estándares de producción de la vivienda. El piso para la familia estándar, el apartamento para solteros, la casa de veraneo, la vida en la ciudad y la vida de las vacaciones; un universo de posibilidades al alcance del asalariado.
Nuevos modelos de vida y familia
Llegados a este punto es justo decir que hay muchos modelos de vida y de familia, distintos y dispares; lo que no es justo es encontrarnos con que al paso del tiempo aún no hemos alcanzado un balance en el diseño, la producción y la normativa de la vivienda capaz de satisfacer las necesidades de una población diversa, multicultural y multifuncional.
La distribución espacial y el metraje forman parte de una fórmula no siempre conmutativa, pero al mismo tiempo cargamos con el peso de una estandarización implantada que marcó el devenir de una sociedad que se aferra a determinados modos de vida y de consumo.
Aquí las nuevas generaciones y los que no vivimos en situaciones estándar nos damos de cabeza contra una realidad muy tosca, porque nuestras costumbres, hábitos y ritmos de vida se redefinen continuamente. La cuestión es que la construcción física y material de la ciudad tiene otro tiempo en relación a los cambios sociales, puesto que la capa socioeconómica de nuestras ciudades cambia cada vez más rápido. ¿Cómo hacer que confluyan los ritmos económicos y sociales con el urbanismo y la arquitectura?
Aumento poblacional es igual a crecimiento urbano, van de la mano o se complementan. El otro problema es el distanciamiento generacional y la diversificación en relación a la capacidad de una ciudad de asumir los ritmos de consumo y las necesidades de una población cada vez más urbanita, más heterogénea y flexible.
Crecemos a un ritmo desproporcionado en relación a la capacidad de regeneración del medio. No hemos sido tan responsables en adaptarnos a nuestro entorno porque nuestra línea de actuación es modificar el entorno a nuestra conveniencia. Todo bien hasta que nos damos cuenta de que hay unos límites naturales, y aquí perdemos. Vamos más allá y nos encontramos con la realidad del costo de la vida, que sube en una proporción distinta a la de los salarios y de los estándares impuestos por los ritmos especulativos de la ciudad; según qué o cuál pedazo de tierra estás pisando pagas un precio.
Las grandes ciudades colapsan, sobre todo por la afluencia turística, pero ¿dónde viven los locales? Las periferias asumen perplejas a los desahuciados de los centros más “chic” del mapa (hay que decirlo así, porque el turismo desmedido marca la pauta). Y te encuentras en una situación complicada, debes elegir entre una habitación de 8m2 a 50€ el metro cuadrado en la ciudad chic o un apartamento de 30m2 por 15€ el metro cuadrado, pero a 30 km del centro, del trabajo, de la universidad, de la ciudad chic… Claro, si tienes la posibilidad de elegir, de lo contrario a la calle.
En la mayoría de casos el modelo de vida no es una elección, es una imposición y entonces viene la resiliencia. Nos aferramos a ella de forma natural, porque la adaptación está inscrita en nuestra biología, somos seres resilientes. Lo precario ha adquirido una dimensión enorme, se adueña de cada ámbito social y nos estamos acostumbrando a la precariedad de forma totalmente pasiva. El problema es que aceptamos las pocas opciones que nos da el sistema y sobre estas pocas opciones construimos nuestra resignación y nuestras ilusiones sobre castillos de arena. Entonces, usted entrega su vida a un crédito eterno o acepta condiciones infrahumanas porque no tiene más alternativas, y en ese mismo momento se pulverizan de cuajo la dignidad, la ética y los derechos.
Derecho a la vivienda digna y ética arquitectónica
Por otra parte, y que quede claro que no confundo derecho a una vivienda digna y ética arquitectónica con minimalismo, la precariedad nos debería conducir a reflexionar sobre el camino de la austeridad, actitud que va de la mano con una tendencia más equilibrada de producción y consumo, de oferta y demanda en la dimensión de esta gran industria en la que se ha convertido la vivienda.
Si menos es más y estamos desbordando la capacidad de nuestro planeta, ¿por qué no nos quitamos de una buena vez la idea de vivir como marqueses? Esas cocinas con islas, esos salones con recibidor, esos cuartos de baño con bañera, esas habitaciones enormes donde en vez de dos pueden dormir cuatro, y una habitación para el estudio y otra para los huéspedes, y esos muebles estándar para apartamentos del Baby Boom… pero ¿en qué época vivimos? Por supuesto que una visión más austera no puede nunca anular el derecho a elegir, a acceder al modelo y tipo de vivienda que quieras, ni mucho menos evadir el derecho de que la vivienda sea digna, por pequeña que sea, porque la elección es muy distinta a la imposición.
Aún con todo, la casa familiar es el modelo estándar que nos quieren seguir vendiendo desde la sociedad de los años 50. Sin embargo, también vivimos en una sociedad de solitarios, de “singles”, de divorciados, de parejas del mismo sexo, de familias compartidas, de personas que no quieren tener familia, que se mueven por el mundo global o por la red y no necesitan más que un lugar donde dormir. Vivimos en una contemporaneidad flexible, diversa, llena de contrastes, pero aún con todo el urbanismo y la arquitectura siguen aplicando la praxis y los conceptos de hace cincuenta años. La industria de la vivienda quiere seguir vendiendo su idea de familia estándar con todo su pack de atrezo, y con ella la industria del mueble (esto da para un segundo capítulo).
La casa es una ensoñación animal, todos los animales necesitan su nido, un lugar para refugiarse; antes las cuevas, hoy los nichos hormigonados. La casa, cuatro paredes y un techo, espacio útil, espacio vital. Mobiliario móvil, un sofá que se convierte en cama, una habitación que sirve de cocina, sala de estar, estudio y dormitorio. La casa flexible, la casa para el single, para la familia compartida… La casa es un ideal de libre elección que debe adaptarse a las necesidades particulares. La vivienda digna no es una variable del mercado inmobiliario, es un derecho. Cuatro paredes y un techo que nunca nos falte.
Sabrina Gaudino Di Meo
Arquitecta con especialización en urbanismo, paisaje, gestión y edición editorial. Actualmente se desempeña en el campo de las reformas y la gestión.
También se dedica a la investigación en el campo de lo urbano, la ciudad, la movilidad, el espacio público, el paisaje y lo social; colaborando como divulgadora, co-editora y corresponsal en diversos medios digitales.