La reconversión industrial que tuvo lugar a mediados de los años 80 fomentó el auge de la especulación inmobiliaria y del sector servicios (la llamada “terciarización” de la economía). Estos cambios económicos tuvieron su reflejo en nuestras ciudades, causando que quedaran en en desuso áreas relacionadas con la industria, como los barrios de clase trabajadora o las zonas industriales. Esta situación provocó que en los años 90 y principios de los 2000 algunas administraciones decidieran “reciclar” estas áreas urbanas, reconvirtiendo estas zonas en barrios artísticos o clústeres de industrias culturales mediante la ubicación de equipamientos culturales en recintos fabriles. Por otro lado la creciente presión inmobiliaria en los centros de las grandes capitales, también debido a la especulación y el auge del sector terciario, provocó que los creativos se desplazasen también a estas áreas, mucho más económicas. En ciudades como Madrid o Barcelona -si nos centramos en nuestro país- proliferaron talleres de artistas y locales de ensayo en este tipo de áreas desindustrializadas, una veces de forma espontánea y en otras fomentadas por los gobiernos municipales.
En su libro La clase creativa. La transformación de la cultura del trabajo y el ocio en el siglo XXI (2002) Richard Florida analiza este proceso y como lo que él denomina “clases creativas” -un denso grupo de profesionales que trabajan entorno a la creatividad compuesto por arquitectos, diseñadores, profesores universitarios, científicos, artistas o artesanos- pueden ser una herramienta útil para regenerar estas áreas tras su desindustrialización. Según la tesis de Florida las denominadas “clases creativas” demandan un tipo de ciudad y un tipo de “lifestyle” que permite reactivar económicamente este tipo de zonas urbanas.
En el caso de Barcelona, este proceso se dio de forma más prematura a causa del modelo basado en el turismo que adoptó la ciudad después de los juegos olímpicos. A mediados de los años 90 los “creativos” se vieron obligados a desplazarse a barrios como Poble Nou, Sant Martí o Sant Andreu, ubicándose en antiguos recintos industriales como Can Ricard, La Escocesa o Fabra i Coats. Algunos de estos recintos fueron en primer lugar ocupados, pero después de una serie de desalojos y el trabajo de diversas plataformas ciudadanas el ayuntamiento decidió incluir estos espacios dentro del programa “Fàbriques per la creació artística”, en el Plan Estratégico de Cultura de Barcelona del año 2006. Este plan, a su vez, estaba inscrito en “Plan 22@”, que pretendía convertir todo el bario en un polo de innovación tecnológica y creatividad.
Foto salven Can Ricard
Estos planes fueron frenados por la crisis del 2008, pero la presión inmobiliaria continuó, obligado a un segundo movimiento que, especialmente durante los últimos años, ha desplazando a los artistas y creativos a ciertas áreas industriales de L’Hospitalet de Llobregat. Esta segunda movilización viene fomentada por un proyecto estratégico del ayuntamiento de esta ciudad, que pretende utilizar la cultura para reactivar toda una zona industrial colindante a la capital. La administración municipal ofrece bonificaciones fiscales a cambio de ocupar recintos industriales para la realización de actividades culturales en cualquiera de sus ámbitos: formación, creación, producción, difusión y distribución.
En el caso de Madrid este fenómeno se concentró principalmente en el barrio de Carabanchel, cuando los creativos fueron expulsados de áreas más céntricas a causa de la “hipsterización” de barrios como Malasaña o Lavapiés.
Tu street art me sube el alquiler
A partir de la primera década del los años 2000 comenzaron a surgir múltiples estudios de artistas y locales de ensayo en antiguas imprentas industriales, talleres textiles o las cooperativas dentales de la zona de Oporto. Instituciones como el Istituto Europeo di Design recogieron el testigo, reconvirtiendo una antigua fábrica de muebles situada muy cerca de la estación de metro de Oporto en un laboratorio de innovación.
En la actualidad asociaciones vecinales y colectivos están demandando al ayuntamiento la protección de inmuebles como el denominado “Polígono ISO”, con el objetivo de proteger su usos y frenar la especulación inmobiliaria.
La artista y crítica Martha Rosler analiza de forma crítica este fenómenos en “Clase cultural” (2017). La autora denuncia en este libro como los gobiernos municipales, siguiendo las tesis de Richard Florida, hacen muchas veces uso de estas “clases creativas” para crear nuevos patrones de consumo y gentrificar barrios deprimidos tras los procesos de desindustrialización. Según Rosler, estos creativos son utilizados para incrementar el valor de la vivienda en la zona e instaurar un tipo de “lifestyle” más amable, causando la expulsión de las clases bajas y siendo expulsados después por clases más ricas. Es interesante analizar como estos agentes “creativos” son expulsados una y otra vez, siendo utilizados para crear la misma situación que les obliga a moverse de barrio sin cesar.
Portada del libro Clase Cultural
La publicación de Rosler nos permite entender como funcionan estos mecanismos, ayudándonos a adoptar una posición crítica ante este tipo de estrategias. Muchas veces, estas “clases creativas” no tienen más remedio que entrar en el juego, pero quizás sea interesante hacerlo desde el conocimiento de la situación, adoptando una posición crítica y no cómplice o ingenua.