Ciudades inteligentes: registro y aprendizaje

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Inteligencia en organismos unicelulares, el Physarum polycephalum (Physaridae) conocido como moho del fango. Fuente: daily.jstor.org

Decía Jane Jacobs que las ciudades no son sus edificios, las ciudades son las personas, el espacio público, las calles; un concepto que pone lo urbano al nivel de un organismo complejo, capaz de aprender y organizarse. Un cuerpo es un universo individual y al mismo tiempo un organismo dependiente de una red, de un tejido social. Desde un punto de vista biológico, es común comparar el funcionamiento de las ciudades con las formas de vida de organismos multicelulares, quizá porque la idea de inteligencia se ha adjudicado exclusivamente a formas superiores de organización. Con la tecnificación y el avance científico las analogías derivan en profundizar el análisis del fenómeno urbano, más que detenerse en cuestiones meramente comparativas o simbólicas. Esta inquietud fue planteada en su momento por Jacobs, cuando se preguntaba «¿qué tipo de problema es una ciudad?»[1], apuntando a la «complejidad organizada» para referir la necesidad de integrar el pensamiento científico en el estudio y comprensión de las ciudades.

Las ciudades son inteligentes porque éstas son sus ciudadanos, es decir, la ciudad es inteligencia emergente como resultado de la suma tantos y distintos saberes: inteligencia colectiva. La capacidad de aprendizaje de esta compleja maquinaria es pura biología relacional y está ligada a nuestra propia evolución. La tecnología que hemos desarrollado nos ha permitido establecer vínculos muy estrechos con nuestro entorno, aunque de forma muy distinta a la que estábamos acostumbrados hasta la revolución industrial, porque los instrumentos y herramientas son otros. En un período relativamente corto de tiempo la digitalización de nuestra cotidianidad ha sido especular y mayoritariamente en contextos urbanos interconectados. Las propias infraestructuras tienen un funcionamiento híbrido, no se trata sólo de una articulación mecánica sino de la computarización de prácticamente todos los procesos que otrora funcionaban de forma analógica o manual. El soporte funcional de la ciudad está digitalizado, es decir, el aparato institucional, administrativo y sanitario está volcado en una red de datos a la que se accede a través de instrumentos digitales. Los desplazamientos y las formas de acceso a la información se producen igualmente de forma digital. La movilidad está integrada también en modo híbrido, en nuestros desplazamientos nos dejamos guiar por una interfaz que lee y mapea el territorio desde satélites, con ésta podemos calcular nuestros viajes andando, en auto o en tren; y con ésta misma aplicación podemos viajar de forma virtual a cualquier rincón del mundo que disponga de Street View. Nos organizamos de un modo distinto a través de lo digital, descubrimos y comprendemos nuestro entorno con otra perspectiva, por lo que de forma intrínseca este proceso supone también la evolución de nuestra forma de contacto con lo urbano.

La digitalización determina una nueva forma de relacionarnos con el mundo, con un contexto prácticamente antropizado, donde todo aquello que quedaba lejos por la distancia o desconocido por lo ignorado se hace cercano a través de internet y de todo el instrumental digital que disponemos. Descubrimos y recorremos las ciudades con otra perspectiva; las interfaces de visualización a través de mapas satelitales nos permiten conocer el territorio desde la vista cenital, y este simple hecho cambia la forma de relación con el espacio… y el tiempo. Por ejemplo, en una ruta marcada en Google Maps, la interfaz puede sugerir una vía alternativa al producirse un atasco. Con este simple gesto tenemos acceso a la gestión del tiempo y el control de determinadas situaciones que se producen de forma cotidiana en la realidad urbana. Disponer de este control determina un poder sobre el espacio, y aunque éste queda siempre supeditado a dinámicas más complejas, el reino del control de las simples cotidianidades hace del contacto con algunos aspectos del territorio una experiencia híbrida que hace veinte años no era parte de nuestra realidad. Quizá por esto, entre otras tantas razones, se hace lícito pensar en la ciudad como un organismo que aprende y evoluciona.

ejemplo de una ciudad inteligente comparado con un cerebro

Analogía de lo orgánico, las ciudades y lo humano. Fuente: Steven Johnson. Sistemas emergentes. Pág. 10

 

El fenómeno urbano desde el punto de vista científico: Las ciudades también aprenden

Gran parte de las referencias que tenemos, y elaboramos, sobre el fenómeno urbano se han desarrollado principalmente desde lo social, económico, urbanístico-político, arquitectónico e histórico; sin embargo, con el tiempo se ha integrado la ciencia al estudio de las ciudades. La relación entre ciencia y ciudad era latente, se teorizó con más fuerza hacia los años sesenta y setenta, período que coincide con la edición del libro «La ciudad. Su crecimiento, su declinación y su futuro», donde Eliel Saarinen hablaba de las ciudades orgánicas para referir la cualidad viva de lo urbano de forma análoga a un sistema integrado de partes que funcionan como un organismo. Este concepto presente en la literatura urbanística y arquitectónica tiene distintas vertientes relativas al desarrollo formal y volumétrico de la arquitectura, a la visión orgánica en cuanto a la relación de la arquitectura con la naturaleza, y de la naturaleza con lo urbano cuando se establecen analogías entre la ciudad y los sistemas de organización social de animales no humanos, como el de las abejas y las hormigas. Pero alargando un poco más el listón, encontramos referencias sobre las formas de organización en sistemas unicelulares en un estudio desarrollado por el científico japonés Toshiyuki Nakagaki en el año 2000, en el que había conseguido entrenar a un organismo unicelular ameboideo (conocido como moho del fango) para salir de un laberinto por el camino más corto.[2] Esta hazaña puede servir de ejemplo para comprender que el aprendizaje se puede producir a otros niveles que no requieren de conciencia. Al principio puede parecer fuera del alcance temático en urbanística, porque nos preguntamos qué tiene que ver el moho del fango con el funcionamiento de las ciudades.

Según el científico Steven Johnson, las ciudades aprenden por ellas mismas no por sus ciudadanos. Esta afirmación tiene sus raíces en la idea de que el aprendizaje no depende siempre de la conciencia porque se trata de un «sistema de reconocimiento» basado en la recolección de información. [3]  De aquí que el moho del fango entre a protagonizar las analogías sobre el aprendizaje sin conciencia. Sobre esto, pone otro ejemplo con la forma en la que el sistema inmunitario es capaz de aprender a neutralizar los virus: «El cuerpo aprende de forma inconsciente, y lo mismo ocurre con las ciudades porque el aprendizaje no consiste únicamente en ser conscientes de la información; es también una cuestión de almacenar información y saber dónde encontrarla. Se trata de ser capaz de reconocer y responder al cambio de patrones»; porque «como cualquier sistema emergente, una ciudad es un patrón en el tiempo». Las ciudades aprenden si las entendemos como en un sistema de inteligencia emergente.

Cierto es que la teoría del aprendizaje y de la inteligencia emergente aplicada a sistemas urbanos puede resonar en lo abstracto, pero lo importante es valorar el aporte de la visión científica para comprender mejor cómo funcionan los procesos de crecimiento de las urbes. De la mano de la ciencia vamos descubriendo tantas proximidades biológicas antes ignoradas con las que podemos generar instrumentos de análisis para niveles más altos de conocimiento, porque la ciencia, en parte, nos ha permitido comprobar que formamos parte de un todo. Por otra parte, la digitalización de tantos ámbitos de nuestro entorno lo ha capacitado al punto de que hemos creado una inteligencia externa que deriva en lo urbano, de aquí el origen del concepto de ciudades inteligentes.

Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta | @gaudi_no

Notas:

  1. Jacobs, Jane. (2013). Muerte y vida de las grandes ciudades. 3ª Ed. Madrid: Capitán Swing.
  2. Johnson, Steven. (2008). Sistema emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. 1ª Ed. en castellano. Madrid: Turner. Fondo de Cultura Económica.
  3. Ibídem.