En la vorágine de nuestra contemporaneidad lo fútil adquiere la forma de las convenciones, fenómenos que al inicio se presentan inocentes, pero que poco a poco percuten en lo social hasta la normalización. El avance de la tecnología de la comunicación en casi todos los ámbitos sociales puede hacernos creer que interactuamos más, que somos más “sociales”, que la idea de lo común ha calado al punto de considerar lo comunitario como una convención practicable, pero ninguna de estas acepciones se acerca a la estadística de la realidad. La soledad en nuestra híper-conectada sociedad empieza a considerarse un problema de salud pública.
La soledad es un estado de ánimo, un sentimiento que tiene diversas formas de manifestación dependiendo de la condición o situación que atraviesa una persona. Uno de los factores que inciden en la predisposición a este sentimiento tiene que ver con lo cultural y lo social, depende de la edad, de las pertenencias y/o dependencias familiares, y de la frecuencia temporal de este estado a lo largo de la vida de un individuo. En relación a la soledad asociada a la edad, sobre todo cuando se trata de grupos más sensibles como la tercera edad, la OMS alertaba hace unos años sobre la afectación en la salud de las personas mayores que viven solas: «La soledad (insatisfacción con el número y la calidad de las relaciones sociales) y el aislamiento social (falta de contacto social) son dos factores que probablemente indiquen la ausencia de redes sociales fuertes. Si bien ambos se asocian con deterioro del estado de salud y de la calidad de vida, la soledad y el aislamiento social son características únicas y tal vez tengan distintos efectos en la salud. (…) Los vínculos causales son difíciles de determinar, pero la soledad, el aislamiento social, los factores de riesgo conductuales y la mala salud tejen una red interdependiente que puede tener un gran impacto en el riesgo de limitaciones funcionales, discapacidad y muerte de una persona mayor» [1].
Somos seres sociales y cada ámbito de nuestro entorno tiene matices que manifiestan esta condición. Somos sociedad y en base a esta condición se crearon las ciudades. Incluso desde antes de concebir la sociedad tal y como la vivimos actualmente, la vida comunitaria y la agrupación de personas fue el pilar de la fundación de los primeros asentamientos urbanos. Las ciudades existen porque somos seres sociales, aunque muchas de sus características y condiciones estén aún por mejorar. Si bien la ciudad moderna sesgó el concepto de espacio público desde el punto de vista de la escala humana, el resultado de la producción urbana de aquellos años, los procesos de recuperación del espacio público, de los derechos sociales, humanos y políticos en correspondencia con el avance de la tecnología de la comunicación nos han sumergido en una realidad híbrida. Tenemos una vida analógica fuera de las redes sociales y una vida digital dentro de cada espacio que nos conceden las distintas aplicaciones digitales. Sin embargo, la realidad social no es tan simple como para ser resumida en una cuestión hibrida o binaria. La complejidad de nuestra posmodernidad digital, los ritmos frenéticos, las exclusiones, las barreras o la competitividad, son algunas de las cuestiones sociales que definen nuestra urbanidad contemporánea, al tiempo que estas determinan la aparición de patologías sociales que aumentan en la misma medida que crecen las ciudades.
En el arco de doscientos años hemos construido un territorio urbano que contiene un 54% de la población mundial y se estima que para el año 2050 será del 65%. Sin embargo, estos datos no solo aportan una idea de la dimensión y la escala de lo urbano en cuanto a las estructuras, infraestructuras, servicios y equipamientos que serán necesarios para asumir este incremento, sino de la complejidad social y psicológica que deberán afrontar las sociedades de este futuro próximo con este especular aumento, considerando los ya existentes fenómenos y patologías causadas o generadas por cuestiones de índole socio-urbana. Somos más habitando las ciudades, pero con una tendencia cada vez mayor hacia el aislamiento y la soledad.
La ciudad es un lienzo, contenedor y contenido, por lo que las cuestiones que afectan nuestra psique tendrán siempre una relación contextual. Sobre esto sumo las reflexiones del arquitecto y colega Mario Hidrobo que en su artículo Soledad en la ciudad nos acerca a una relación poética y sensorial entre el yo y el lugar: «la soledad no necesariamente guarda relación con la ausencia de compañía, (…) no es una condición de compañía física, sino más bien es una dependencia de relación; necesitamos la consideración *del/la otro/a* (los otros/as) para vernos reflejados y para sabernos seres sociales y comprender una percepción de inclusión en el grupo social al que pertenecemos o queremos pertenecer». «Media vida nos gastamos en entender ausencias y presencias, porque literalmente no nos bastamos solos» [2].
Fuente National Geographic. Para acceder al artículo: https://bit.ly/2tGu7oy
Una hermana de alquiler visita a un hikikomori en proceso de recuperación: «La hermana de alquiler Ayako Oguri habla con Ikuo Nakamura, de 34 años, en agosto de 2016. En aquel momento, Nakamura llevaba siete años en su habitación y Oguri llevaba visitándolo varios meses. En un giro reciente de los acontecimientos, Elan se enteró de que ambos se habían enamorado y se habían casado. Ahora Nakamura quiere ser un «hermano de alquiler» y ayudar a otros hikikomori a salir de su aislamiento». Fuente National Geographic
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La soledad por elección: Hikikomori, un fenómeno socio-urbano
Hikikomori es un término japonés que define una condición y un fenómeno social. Las personas que se identifican con esta condición han elegido apartarse de la vida social, se aíslan totalmente del exterior y se recluyen por elección en su espacio doméstico. Sus actividades se reducen a la lectura, los videojuegos; están conectados, pero en internet. Se trata de una patología mayoritariamente presente en hombres y en personas de entre 18 y 30 años. Es un fenómeno urbano, puesto que se presenta en las grandes urbes y refiere también una condición social que va en aumento en países donde el sistema social y los ritmos frenéticos ejercen un impacto muy negativo en la psique de estas personas. Actualmente en Japón se registran oficialmente un millón de casos, le siguen Corea del Sur, Estados Unidos, Italia, España y algunos países de Latinoamérica. El aumento de esta patología comienza a ser alarmante, se habla de que en Japón se podría llegar a los 10 millones de hikikomori, en palabras del psicólogo japonés y experto Tamaki Saito, quien lo definió en 1998 como «la pubertad interminable» [2].
Las ciudades para sanar
Considerando que este tipo de fenómenos se suelen abordar desde la psicología social, el hecho de que sea un fenómeno que se presenta en las grandes urbes permite reflexionar sobre cómo hacer que un hecho negativo (producto de unas dinámicas urbanas que generan complejos conflictos psicológicos y sociales) puede permitir activar los potenciales necesarios de las ciudades para que estas sean al mismo tiempo el instrumento de curación. ¿De qué forma pueden las ciudades ser la vacuna contra la enfermedad?
En los procesos de recuperación de los hikikomori el estado provee la figura de las hermanas de alquiler, que son un grupo de mujeres que visitan regularmente a los hikikomori para conseguir integrarlos paulatinamente a la vida social. Uno de los pasos a seguir en el proceso de curación es hacer largos paseos por la ciudad y visitar lugares públicos para prepararlos para la interacción con el exterior y con otras personas; por lo que el espacio público y la ciudad son instrumentos claves para reconducir hacia la cura de una patología social, de forma que se pueden integrar como verdaderas sanadoras.
Somos seres urbanos y por tanto las ciudades son nuestro gran espacio vital, para bien o para mal, en la complejidad de sus dinámicas y como contenedor y contenido nos llevarán a elaborar las respuestas y soluciones a los propios retos y desafíos que supone formar parte de un sistema urbano, siempre que trabajemos en base a la dimensión humana. Las ciudades no solo deben responder a medidas y proporciones humanas, sino también a la dimensión perceptiva, sensorial y psicológica. El hecho de que las ciudades puedan proporcionar una buena calidad de vida a sus habitantes depende de cuán sensibles, cercanas y disponibles sean para las personas.
Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta
@gaudi_no
Notas:
- Organización Mundial de la Salud (OMS). (2015). Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud. Visto en: https://bit.ly/2t1ef07
- Hidrobo, Mario. (2019). Soledad en la ciudad. (Podéis encontrarlo abajo)
- Nippo.com. (2019). Hacia los 10 millones de ‘hikikomori’: la visión de Saitō Tamaki. Visto en: https://bit.ly/2Fs1Wg1