Timothy Morton es un filósofo vinculado al post-antropocentrismo, movimiento que reivindican una revisión de nuestra relación jerárquica respecto a los materiales, los objetos y la ecología. Morton defiende que lo que denominamos Naturaleza es un concepto antropocéntrico, pues separa y establece una jerarquía entre el mundo de los humanos y el de los organismos no-humanos (los animales, las plantas, los minerales, etc.). Solemos concebir “lo natural” como todo aquello que es externo a lo humano y solemos entender que está a nuestro servicio. Cuando la natural no se comportan según nuestros deseos los materiales, los objetos y los seres no-humanos se tornan peligrosos, pasan a ser considerados como plagas que ponen en peligro nuestro entorno o convierten nuestras estructuras en ruina. Estas nuevas corrientes de pensamiento consideran que esta perspectiva de dominación debe ser superada, pues estas categorías (animal, vegetal, mineral, humano) se contaminan y se afectan continuamente. Los seres no-humanos colonizan no solo nuestros espacios domésticos, sino que también están dentro de nosotros mismos. Insectos, ratas o pájaros conviven con nosotros en la ciudad, miles de bacterias forman nuestra flora intestinal. ¿Donde comienza y termina lo humano? ¿Es posible establecer una línea de división clara? Por su puesto que no.
La ciudad, aún siendo la manifestación más potente de nuestro dominio sobre el entorno, nunca será habitada únicamente por nosotros. Siempre habrá otro tipo de organismos que se apropien de ella y que nos afectarán de una u otra forma. Morton, en el texto Where the Wild Things Are describe como un falsa la oposición entre lo natural y lo artificial, entre lo salvaje y lo domesticado. Este arquetipo viene conformando la forma de entender nuestro entorno desde los primeros asentamientos humanos, desde hace más de 125.000 años. Esta separación ha conformado la idea de que lo salvaje es lo contrario de la ciudad. El mismo mito fundacional de Roma, cuna de nuestra civilización, narra como la ciudad (civitas) se construyó ganando terreno al bosque (silva). Mas allá del límite entre ciudad y bosque era un territorio sin ley, no civilizado, donde habitaban bestias y bárbaros (Pogue Harrison, R).
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Crisis climática y Antropoceno.
Esta misma división ente natural y artificial, entre salvaje y urbano, solemos entenderla en forma de dominación y nos conduce a pensar en la Naturaleza como algo pasivo y a nuestro servicio: como fuente de recursos, alimentos y materiales. Esta relación jerárquica y unidireccional, llevada a sus últimas consecuencias, es una de las principales razones que han desencadenado lo que se ha a denominado como Antropoceno -esta nueva era geológica en la cual los humanos somos la principal fuerza que modifica el planeta- y lo que está desestabilizando la química fundamental del clima, provocando el calentamiento global y la actual crisis climática.
Diversos autores, como Timothy Morton o Donna Haraway, consideran que esta perspectiva ya no es válida y apuestan por establecer una relación bidirecional y de simbiosis con nuestro entorno no-humano. Estos autores nos instan a entender nuestra realidad es “naturcultural” y que estamos insertos, como ya enunciaba Bruno Latour, en un complejo entramado de influencias o agencias, tanto humanas como no humanas. Haraway, en su último libro: “Seguir con el problema”, apuesta por asumir la crisis climática actual e invita a afrontarla y repararla, promoviendo la fluidez entre categorías (animal, vegetal, mineral) y la simbiosis entre especies.
Re-introducir el bosque
¿Podemos asumir esta fluidez y borrar los límites entre lo natural y lo urbano? ¿Cómo podemos afrontar esta nueva actitud de reparación cuando pensamos en el diseño de nuestras ciudades?
Según un reciente informe de la ONU las ciudades, en estos momentos, ocupan un 3% de la superficie del planeta, pero consumen el 75% de sus recursos naturales. Por otro lado la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha emitido un comunicado en el que habla sobre como el acelerado proceso de urbanización a nivel global predice que aproximadamente el 70% de la población mundial (unos 6000 millones de personas) vivirá en ciudades para el año 2050, lo que irremediablemente contribuirá al aumento de la emisión de gases de efecto invernadero. En este sentido, la FAO está considerando la re-introducción de masa vegetal en ciudades en África y Asia, creando medio millón de hectáreas de bosques urbanos antes del 2030.
Aumentar el volumen de vegetación en las ciudades supone asumir la fluidez entre lo natural y lo urbano. No debemos olvidar que reintroducir vegetación en la ciudad supone también recuperar las especies que estas albergan y que puede ser muy importante en un momento en el que, por ejemplo, la población de gorriones ya ha caído en España un 21% en los últimos diez años. Estos procesos son a veces muy espectaculares, solo debemos recordar el rápido efecto sobre la fauna que se ha producido al renaturalizar el cauce de Río Manzanares. Volviendo a la vegetación, esta puede además absorber C02, mejorando la calidad del aire y reduciendo el efecto invernadero. La sola presencia de árboles, debido su sombra y a la evapotranspiración, puede reducir hasta 5ºC la temperatura y evitar la rápida evaporación del agua de lluvia. Además los entornos con abundante vegetación reducen el ruido y el estrés.
En estos momentos se están dando varias iniciativas que pretenden reintroducir la vegetación en las zonas urbanas. A continuación enuncio algunos casos:
En 2016 fue aprobada Vía Verde, un proyecto de Verde Vertical, dirigido por el arquitecto Fernando Ortíz Monasterio. La iniciativa plantea la instalación de 60.000 m2 de jardines verticales en más de 1000 columnas de la autovía más importante de la Ciudad de México, con el objetivo de reducir la contaminación. A día de hoy se han instalado jardines verticales en 400 columnas. El proyecto, aún teniendo buena intención, está siendo muy polémico, pues es costoso y necesita un sistema de riego muy caro. Esto está levantando algunas voces en contra.
Otro ejemplo de esta incorporación de lo vegetal en lo urbano son los edificios diseñados por Stefano Boeri. Los denominados “Bosco Verticali” de Boeri son edificios que incluyen árboles sus terrazas, protegiendo las viviendas del viento, reduciendo el consumo calefacción hasta un 50% en invierno y de aire acondicionado en un 30% en verano. Los “bosques verticales” de Boeri han dado la vuelta al mundo. El más icónico es el ubicado en Milán (Italia), pero también ha tiene edificios proyectados en Lausanne (Suiza), Utrecht (Países Bajos) o Nanjing (China).
En el 2020 comenzará Boeri comenzará la construcción de una ciudad-bosque con capacidad de 30000 personas en las afueras de Liuzhou, en la provincia de Guangxi (China). Está previsto incorporar casi 1 millón de plantas y 40.000 árboles que absorberán alrededor de 10.000 toneladas de C02 y 57 toneladas de contaminantes, produciendo aproximadamente 900 toneladas de O2 al año.
Como contraposición a las dos anteriores propuestas me gustaría incluir una última iniciativa que no es un ejemplo cercano a la arquitectura o la ingeniería, sino una plataforma ciudadana. Creo importante incluir esta propuesta porque, si bien es importante que la innovación incluya este tipo de sensibilidades, creo que es importante remarcar como es determinante el posicionamiento de la ciudadanía a la hora de crear ciudad y afrontar esta nueva actitud de reparación. La iniciativa con la que quiero concluir este artículo es la plataforma ciudadana Bosque Urbano Málaga, que lleva desde el año 2016 reivindicando un gran espacio verde en en los 177.000 m2 que ocupó una planta de almacenamiento de hidrocarburos durante varias décadas yque, a día de hoy, continúan contaminados. Dentro del PGOU del 1983 el Ayuntamiento de Málaga reconocía esos terrenos como zona verde, pero en el actual plan contempla construir cuatro rascacielos de hasta 33 plantas, 400 viviendas y un centro comercial. La plataforma continúa reivindicando esa gran masa forestal urbana en una zona que ronda una densidad de población de 480 habitantes por hectárea, una de las más altas de Europa.
Este último episodio puede parecer algo desalentador, pero muestra la situación actual. Estamos en un momento en el que las instituciones aún continúan instaladas en ciertas dinámicas que deberían modificarse. Cierta parte de la ciudadanía se está comenzando a dar cuenta de que existe una urgencia por cambiar la perspectiva y comenzar a llevar a cabo una política que entienda que no podemos seguir tratando lo natural como una mera fuente de recursos, sino que debemos establecer relaciones de colaboración con lo no-humano. Cambiar esta nueva forma de relación es difícil, pues la anterior lleva instalada en nuestras cabezas 125.000 años, pero afrontar una nueva perspectiva no solo salvará la Naturaleza, sino también a nosotros mismos. Estas lógicas, así como “lo natural”, deben también impregnar nuestra idea de ciudad y de urbanismo.