Caperucita Roja y la Ciudad Feroz

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La ciudad oscura. Autor: Tim Corbeel. Proyecto fotográfico: Night Tales.

Fuente: http://timcorbeel.com/portfolio/night-tales/

Las ciudades también se construyen a partir de cuentos y fábulas. La ciudad es una construcción social, cultural y económica, por lo que cualquier forma de expresión contribuye a elaborar un registro de su contenido. La fábula es un instrumento didáctico para infundir ética y valores universales, y se vale de la memoria que queda intacta e inteligible en las voces de quienes las cuentan a través del tiempo.

El cuento de «Caperucita roja y el lobo feroz» ha pasado por generaciones en la infancia de todos; alegoría al miedo y a la perversión como sugestiva advertencia de los peligros que supone fiarse de extraños y de andar por lugares solitarios, pero dirigido a las niñas. ¿Por qué? El concepto e imagen del sexo débil se ha reforzado como una construcción social de forma secular. La tradición oral del cuento y la fábula se utilizaban desde la antigüedad como método didáctico para insuflar la conciencia de cautela con los peligros cotidianos. Desde la temprana edad moderna, época que corresponde a la creación de la historia originaria escrita en 1697 por Charles Perrault, la simbología utilizada al margen de la lección moral, pretende enquistar en la memoria colectiva el miedo como respuesta protectora a ciertos patrones moralmente inaceptables que quedaban (y quedan) lejos de ser imputados como delitos mayores.

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La ciudad y el miedo

El miedo es una respuesta natural ante el peligro, una sensación que desde el punto de vista biológico es el método de supervivencia dentro del sistema de adaptación. A su vez, la ciudad es también un sistema, el contexto donde se desarrollan diversidad de situaciones que nos someten constantemente a redefinir nuestra capacidad de adaptación, desde el punto de vista social, cultural, psicológico y biológico. Pero, el miedo es también una forma de control; desde la antigüedad la manipulación desde lo simbólico, los ritos y la religión suponía crear un cerco restrictivo para limitar aspiraciones, deseos y derechos. En una contemporaneidad donde el miedo ha adquirido nuevas dimensiones, tanto en las formas de manifestación como de las fuentes de control, la seguridad se ha convertido en el paradigma del orden y el instrumento político y financiero de dominación. En el ámbito urbano, la construcción social del miedo toma fuerza en contextos que no contemplan el diseño inclusivo del espacio público. Elementos como la iluminación, la cercanía y conexión con los medios de trasporte, la diversidad de actividades en las calles y las barreras arquitectónicas contribuyen a determinar el nivel de seguridad de un lugar. Si bien la violencia tiene un carácter cultural y psicológico, la configuración del espacio tiene un papel condicionante. La luz, por ejemplo, es un elemento clave utilizado en las ciudades para disminuir el componente impulsivo de la violencia, los delitos y los ataques nocturnos. Como contraparte, se vende la seguridad como panacea para controlar la paranoia que insufla el miedo; el paliativo a través de la vigilancia constante, que aún con su dudosa finalidad ética, se instala en nuestra cotidianidad.

Normalización del miedo a través del control. Sonría, zona videovigilada.

La premisa es que mientras más actividades hay en una calle, plaza o parque,  y mientras más y mejor interconectada esté una ciudad a nivel de movilidad, la sensación de seguridad aumenta. Sin embargo, podemos comprobar con un sencillo ejercicio de observación cómo se delata la ausencia de seguridad en la mayoría de ciudades; mirar a vuestro alrededor y contar cuántos niños juegan en vuestras calles, cuántos parques, cuántas plazas con bancos y personas mayores sentadas, cuantas calles con árboles, cuántas personas con dificultad de movilidad hay circulando por las calles, cuántas calles y avenidas tienen como preferencia al peatón sobre los automóviles, cuántas calles peatonales. Esto es solo una porción del conjunto que define a una ciudad feroz; una ciudad que por su propia configuración y diseño no es capaz de brindar seguridad a sus habitantes. Una porción importante de las problemáticas sociales en las grandes urbes refiere el de la violencia de género, no sólo en el ámbito doméstico o privado, sino también en lo público. El acoso no es solo sexual y no es solo a la mujer, hay acoso al extranjero, al minusválido, al débil. Y el acoso no es más que la manifestación del miedo de quien no puede o no quiere comprender lo que es diferente de su “normalidad”. Y se preguntarán ¿qué papel tiene la ciudad en todo esto? Una ciudad es tolerante, segura y amable cuando sus espacios son verdaderamente públicos, favorecen el intercambio y ofrecen seguridad en sus calles para que los niños jueguen y las personas se relacionen; entonces, hay más oportunidad para la convivencia y la tolerancia que para la violencia. La ciudad es también cultura.

El contexto influye en el comportamiento. Imagen de la película «Ciudad de Dios». Basada en hechos reales, la historia escenifica la violencia como hecho social en un contexto desangelado. Fuente: https://www.filmaffinity.com/es/film412004.html

La ciudad no es un espacio neutro, cada elemento que compone el escenario urbano tiene un efecto que determina el pulso y las dinámicas de vida de las personas que la habitan. La experiencia de pasear por la quinta avenida de New York no es la misma que recorrer el corso Sempione de Milano, el Paseo de la Reforma de Ciudad de México o caminar por el paseo marítimo de Río de Janeiro. Las escalas, las infraestructuras, los medios de transporte, las dimensiones y configuración de calles y avenidas, los espacios verdes, las plazas, las alturas de los edificios, la forma en que se organizan los volúmenes, el paisaje urbano, cada elemento es único y característico de un lugar. Además, las diferencias se crean por las personas de cada lugar, con sus costumbres, sus formas de socializar, de expresarse y comportarse; es sobre este aspecto que la psicología del espacio hace hincapié en establecer que existe una relación entre la configuración del espacio y el comportamiento humano. Estos elementos en su interconectada complejidad toman pulso en la configuración de un contexto, estas pueden favorecer determinadas conductas y establecer condiciones ocio-urbanas que llegan a ser incluso representativas de lo local.

El reino del miedo en los cuentos y fábulas revela cuán poderoso es un sistema que manipula las ideas sobre el cuerpo y el espacio, todo para infligir en el primero una culpabilidad absurda e injusta. En relación a la violencia como problema cultural, la cuestión urbana adquiere peso en una sociedad donde la normalización del peligro se afianza en las formas físicas de un contexto áspero, antipático y excluyente. El gran problema se presenta cuando se mira hacia otro lado y la opinión pública deriva hacia la resignación y aceptación de un contexto inseguro y hostil como “lo normal” y luego es la advertencia el único medio preventivo. Lo que no puede ser es que la moraleja del cuento susurre que la violencia sistemática tiene como salvoconducto la culpa, y que la responsabilidad va a cargo de la víctima. El miedo sirve a la seguridad para recrear la estratificación a todo nivel, hacer perder la responsabilidad que corresponde al colectivo de sus propias acciones y a las instituciones de educar, corregir y juzgar. ¿Queremos el miedo en nuestra sociedad, en nuestras ciudades? Podemos cambiar el cuento.

Os comparto la sugerente propuesta «Cambia el Cuento» del grupo Little Revolutions, quienes proponen modificar el final y la moraleja de varios cuentos cambiando el final de la historia. Ellos se preguntan, «¿Deberían acabar siempre igual?». Su proyecto es un instrumento didáctico para niños y jóvenes, con el que evidenciar e identificar patrones de desigualdad de género y poder en la sociedad, para educarlos con el sentido de la igualdad y de la no violencia.

Sabrina Gaudino Di Meo | Arquitecta |@gaudi_no