¿A dónde van los estudiantes de arquitectura cuando se titulan?

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No sabría decir en qué momento comenzó a cambiar todo. No ha pasado demasiado tiempo desde que inicié mi relación con el mundo de la arquitectura y la construcción. Empecé mis andanzas universitarias allá por 2004, pero no fue hasta el 2009 que aterricé en el Grado en Arquitectura. En ese brevísimo periodo de tiempo, decir que estudiabas arquitectura pasó de generar sorpresa y admiración a suscitar un sentimiento más cercano a la pena y al compadecimiento.

Cuando la burbuja estalló, parecía que todo estaba perdido, y que tantos años de carrera y esfuerzo no servirían para nada. Muchos de quienes estudiaron por esa época emigraron, y si le preguntas a cualquiera que se titulara por entonces por sus compañeros podrían señalarte sus destinos repartidos a lo largo y ancho del mundo. Algunos ya han vuelto, otros están ello y no son pocos los que ya no pisarán terreno patrio más allá de unas vacaciones familiares. Qué pena, cuánto talento se nos ha ido… 

El segundo aspecto complejo está en que la enseñanza es tan solo una de las tres grandes ramas de la labor académica. En su jornada semanal, los profesores con dedicación plena realizan también actividades muy diversas en investigación y desarrollo institucional. Así, la labor académica puede pensarse como un banco con tres patas más o menos definidas. 


El perfil de estudiante no es el que era, ni sus circunstancias tampoco, así que por fin, vamos teniendo una profesión tan diversa como nuestra formación.

— Enrique Parra

Pero aunque a muchos no se lo parezca, las cosas están cambiando. No es que hayamos vuelto a esos años frenéticos previos a la crisis, en los que se hacían auditorios millonarios en pueblos de diez mil habitantes, ni falta que hace dicho sea de paso, pero sí que parece existir un mercado laboral nacional razonablemente amplio para un gran número de egresados.

Con más de treinta escuelas de arquitectura sacando arquitectos a la calle año tras año, no es de extrañar que muchas de las disciplinas tangenciales a las tradicionales estén poco a poco poblándose por profesionales de la arquitectura. Además, esta situación, lejos de ser un posicionamiento conformista parece que está más relacionado con un planteamiento pragmático de las nuevas generaciones de estudiantes. 

Supongo que nadie se sorprenderá de que el enfoque mayoritario de los estudiantes está orientado hacia una salida profesional como proyectista, pero ya no es ni mayoritario ni visto como una salida “poco digna”. Es más, lo que sí que ha pasado a un segundo (o tercer) plano es el planteamiento de terminar los estudios y montar estudio propio.

Son muchas las voces que apuntan a explicaciones diversas para esta situación. En mi modesta opinión, creo que tiene que ver con el enfoque de las escuelas respecto a las salidas profesionales, como lo es la propia arquitectura, y a que plantearse realmente a día de hoy abrir un estudio suena absurdamente complicado. Si a esto le sumas la complejidad y extensión que tiene cualquier proyecto de arquitectura, por pequeño que sea, y la diversidad de áreas que se estudian, es posible que encontremos parte de la explicación.

Por supuesto, nada de esto ha puesto freno al fenómeno migratorio de nuestros recién titulados, pero al menos si se ha mitigado esa “necesidad” de ir fuera para ganarse la vida ejerciendo como arquitectos. En cualquier caso, hay campos que cada vez son más recurrentes en las consultas de los estudiantes. Parece que la gestión es un área cada vez más demandada por los estudiantes, tasaciones, peritaciones, jefes o gestores de obra, así como la formación en metodologías BIM o la investigación dentro de programas doctorales son algunos de los intereses que van poco a poco ganando terreno.

Llegados a este punto, es muy fácil pensar que esta diversificación de las salidas profesionales pueda entrañar un problema y se acabe por desvirtuar la esencia misma de nuestra formación.Al fin y al cabo, si no se estudia para ser proyectista, ¿para qué se estudia arquitectura, no?” Bueno, esta cuestión necesitaría muchas apreciaciones, como por ejemplo que no todo lo que hace un arquitecto es arquitectura, ni toda la arquitectura la hacen los arquitectos; o que un proyecto es la suma de muchísimos esfuerzos aunque la autoría recaiga a menudo únicamente en quien lo firma. Personalmente me surgen otras dudas, como si acaso todos los arquitectos deben ser excelentes proyectistas, o directores de obra, o calculistas, o investigadores… Desde luego nuestra formación es muy rica, y podemos ser buenos en muchas cosas, pero no destacar en todas.

Así que es precisamente en la riqueza de nuestra formación donde reside la clave de este asunto. Si durante muchas generaciones se ha centrado el foco en el arquitecto proyectista, ahora parece que la estrategia es la contraria. Qué puede ofrecer un arquitecto, con una formación amplia y diversa, a campos como la neurociencia, el metaverso o los nuevos retos climáticos.

Por si alguien no se había dado cuenta, el perfil de estudiante no es el que era, ni sus circunstancias tampoco, así que por fin, vamos teniendo una profesión tan diversa como nuestra formación. Algo que sin duda es positivo, le pese a quien le pese.

El concepto de sanación es multidimensional y se enriquece con la apertura e integración de otras ramas del saber y de las ciencias en arquitectura, todo para mejorarnos y mejorar los lugares que habitamos.

Enrique Parra

Enrique Parra (Murcia, 1986) es arquitecto y arquitecto técnico por la UCAM (2015,2011). Docente del Área de Construcciones Arquitectónicas en el Grado en Fundamentos de la Arquitectura de la URJC desde 2017, y doctorando en la UAH (2020), compagina su carrera académica con el ejercicio libre de la profesión desde 2015 como líder de estudio en Parra Arquitectos.